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La torpeza de Trump al emplear las redes sociales para anunciar el reconocimiento de la soberanía israelí sobre los altos del Golán, y la incapacidad de Facebook para detectar y neutralizar contenidos violentos como el vídeo de la matanza en Nueva Zelanda.
QUERER cambiar la historia, los territorios y el cauce de los ríos no es una novedad. Hacerlo mediante tuits, sí. Nadie le puede discutir la paternidad del método al presidente Donald Trump, que acaba de expresar la intención de Estados Unidos de reconocer “plenamente” la soberanía israelí sobre los altos del Golán en un tuit. Antes de entrar en el fondo de la noticia, hay que lamentar las formas. No resulta de recibo y es, en cierta manera, un insulto a sus predecesores en la Casa Blanca que el presidente despache así, con un puñado de palabras sin contexto, un giro de la política exterior de Estados Unidos tan crucial para Oriente Medio y tan contrario a la doctrina internacional y las Naciones Unidas. Un giro copernicano de la primera potencia del mundo exige una aparición personal solemne y bien argumentada de su presidente en lugar de un simple tuit, un método más idóneo para comentar aspectos anecdóticos del día a día de la presidencia.
Nunca una guerra tan corta ha tenido tanta trascendencia en la era contemporánea como la guerra de los Seis Días, librada en 1967. En horas, Israel destruyó con eficacia preventiva una gran coalición militar árabe que, torpemente, pretendía asestar un golpe mortal al joven Estado vecino. La victoria reportó a Israel el control de la península del Sinaí, la franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Oriental y los altos del Golán, pertenecientes a Siria (y anexionados definitivamente en 1981). Los beligerantes árabes se sumieron en una suerte de depresión, rencor y victimismo que no es ajeno a su trágica evolución política. Salvo el reino de Jordania, nadie progresa: Egipto sigue siendo un régimen militar, Irak es un mosaico étnico muy frágil y Siria continúa bajo el régimen de los Asad –instaurado por culpa de aquella debacle de 1967–. Por su parte, Israel pasó a administrar tantos y tan vastos territorios, que incluso muchos analistas del país han considerado el botín territorial más un lastre que un plus. La comunidad internacional nunca ha reconocido la anexión de los altos del Golán. La Unión Europea reiteró ayer el criterio de que son las partes –Siria e Israel– las que deben alcanzar un acuerdo por vía negociada.
¿Qué razones subyacen en este giro de la política exterior de Estados Unidos? Sin duda, el presidente Trump contrarresta a cualquier precio la influencia de Irán en la región, Siria incluida, en el marco de una guerra no declarada e interpuesta. El régimen de los ayatolás ha ganado influencia en Siria gracias a su decisivo apoyo al presidente El Asad en la guerra civil. Donald Trump tiene un gran empeño en desandar los logros exteriores de Barack Obama, entre los que destacó el acuerdo nuclear con Irán, tan criticado por Israel. Y lo está haciendo con un entusiasmo notable, como ya demostró al reconocer Jerusalén como capital del Estado israelí. La lucha contra el enemigo común, Irán, explica también el incondicional apoyo de Washington a Arabia Saudí –véase el asesinato del disidente Khashoggi–, cuya contrapartida puede ser ahora la discreta oposición de Riad al anuncio sobre los altos del Golán.
Lo último, pero no menos importante: Donald Trump se ha convertido en el Papá Noel del primer ministro israelí, Beniamin Netanyahu, que será recibido esta semana en el Casa Blanca con el regalo de los altos del Golán, justo en vísperas de las elecciones del 9 de abril que pueden llevar a Netanyahu a un quinto mandato, un hito sin precedentes.