La Vanguardia

Henry Kissinger nos mira sin ira ni moral

- Xavier Mas de Xaxàs

Es como un dios, un dios griego, más allá del bien y del mal, disfrutand­o de la vida eterna. Henry Kissinger nos mira con ojos de sapo desde un olimpo maquiavéli­co y estable en el corazón de Manhattan. Tiene 95 años y sigue aconsejand­o a los que llaman a su puerta queriendo saber cuánto cuesta el poder y qué debe hacerse para no perderlo. A cambio de una considerab­le cantidad de dinero, les explica los sacrificio­s indispensa­bles para defender sus intereses sin traicionar sus valores. Claro que este equilibrio entre el pragmatism­o y la moral casi nunca es posible en el mundo real y peligroso que hemos construido. Kissinger lo sabe de sobras. Lo suyo es calcular los riesgos y las recompensa­s de una decisión estratégic­a. Es algo que aprendió de sus padres en la Alemania nazi: salir corriendo a pesar de tener prohibido moverse de casa. Huyeron a Estados Unidos y se hicieron norteameri­canos. Henry fue soldado en la Segunda Guerra Mundial y luego estudió en Harvard los fundamento­s del mundo contemporá­neo. Era profesor en esta universida­d cuando Nixon lo llevó a la Casa Blanca. Fue consejero nacional de seguridad en 1968 y secretario de Estado en 1973, cargo que ocupó hasta 1977. Durante estos años cambió el mundo para que el mundo se pareciera más a Estados Unidos, y lo hizo con idealismo e hipocresía, muchas veces en secreto, al margen de la ley, espiando a sus más estrechos colaborado­res y dejando a millones de muertos en la cuneta.

Kissinger es admirado por haber acabado la guerra de Vietnam, abierto las relaciones con China y reducido el riesgo de una guerra nuclear con la Unión Soviética. Ganó el Nobel de la Paz por todo ello y el mundo fue algo mejor.

El año 1971 fue importante en su vida. Lo pasó entre Islamabad y París, negociando una vía para llegar a Pekín y otra para firmar la paz con Vietnam del Norte. Eran dos objetivos difíciles y, en gran medida, contradict­orios con la política exterior de Washington.

En París negociaba la rendición de Estados Unidos, una salida de Vietnam que no fuera muy humillante. Buscaba una paz que, sin embargo, él mismo había boicoteado años antes, cuando la intentó el presidente Johnson, aduciendo que el triunfo aún era posible. El motivo de aquel boicot, que extendió la guerra y costó muchas más vidas, era ayudar a Nixon a ganar las elecciones a la presidenci­a de Estados

Unidos.

En Islamabad se veía con Yahya Khan, un déspota sanguinari­o que presidía Pakistán y era un gran aliado de China. Kissinger lo necesitaba para llegar a Mao. Quería abrir un diálogo con Pekín que debilitara a la URSS, su gran rival por el dominio del mundo.

En marzo de aquel 1971 Khan reprimió una revuelta independen­tista en Pakistán Oriental, hoy Bangladesh. Murieron entre medio millón y tres millones de personas. Kissinger no pestañeó ante la brutalidad. Le debía un favor a Khan y quería demostrar a China que Estados Unidos podía ser un socio fiable incluso ante la más flagrante violación de los derechos humanos. Al año siguiente Nixon fue a Pekín y en 1973 Kissinger ganó el Nobel.

Bangladesh fue un ejemplo de la barbarie al servicio del privilegio pero hubo más, más personas inocentes sacrificad­as en Camboya, Indonesia, Chile y Argentina.

Kissinger aprobó más de 3.000 bombardeos en la neutral Camboya. Los B-52 causaron entre 150.000 y medio millón de muertos. La ira y angustia por esta masacre abrió las puertas al régimen de Pol Pot, que masacró a otro millón de camboyanos.

Kissinger apoyó a dictaduras sangrienta­s y anti comunistas, silenció asesinatos en masa y justificó errores morales en aras de un bien superior, la preservaci­ón de la supremacía occidental frente al comunismo soviético. Hizo esto y mucho más con la mirada de un seductor y un apoyo mediático envidiable para cualquier político.

Kissinger salvó a Israel en la guerra del Yom Kippur porque sin el apoyo militar estadounid­ense el pequeño Estado judío no habría resistido la ofensiva de Egipto y Siria, que atacaron con respaldo soviético. Luego dio los primeros pasos para que Israel y Egipto sellaran la paz y puso las bases de la detente con la URSS al cerrar el primer acuerdo sobre limitación de las armas nucleares.

A Kissinger sigue preocupánd­ole la deriva del mundo y por eso sigue cogiendo aviones para hablar con el enemigo. La experienci­a le ha demostrado que es convenient­e conocerlo para poder contenerlo. A Vladímir Putin, por ejemplo, lo ha visto al menos 17 veces. A Xi Jinping otras tantas. Le preocupa el agujero diplomátic­o que excava Trump, los lazos que corta con los aliados europeos y los abrazos que regala a Kim Jong Un y Mohamed Bin Salman a cambio de nada.

Kissinger duerme con la amoralidad de sus decisiones y el peso de los millones de muertos a sus espaldas, pero también vive con las ofrendas de los políticos que entienden el poder como el dominio de las masas, grupos de personas sin rostro a los que se les puede chillar, idiotizar y asesinar para que ellos y sus amigos puedan progresar.

El veterano diplomátic­o ha dejado a millones de muertos en la cuneta para que el mundo prospere

 ?? MICHELINE PELLETIER DECAUX / GETTY ?? Kissinger, en su oficina de Manhattan, con los retratos de Nixon y Ford, presidente­s a los que sirvió
MICHELINE PELLETIER DECAUX / GETTY Kissinger, en su oficina de Manhattan, con los retratos de Nixon y Ford, presidente­s a los que sirvió
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain