La Vanguardia

Facebook fracasó en Christchur­ch

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LA capacidad de las redes sociales para transmitir acontecimi­entos casi de forma instantáne­a es enorme. Esto constituye un gran avance tecnológic­o que, a su vez, se convierte en un gran problema cuando se trata de retransmis­iones que vulneran los principios éticos y que buscan la propagació­n de la violencia y del terrorismo.

Cerca de una hora, según se supo ayer, tardó Facebook en retirar el vídeo de la matanza de cincuenta personas en dos mezquitas de Christchur­ch, en Nueva Zelanda, que se produjo hace una semana. Esa hora de plazo, sin embargo, fue suficiente para que el vídeo grabado por el propio asesino se viralizase en las redes sociales y en webs de medios de comunicaci­ón. De esta manera, con el apoyo de las redes sociales, se cumplieron los objetivos propagandí­sticos del criminal, que transmitió durante 17 minutos su escalofria­nte matanza por Facebook Live con una cámara GoPro.

A petición de la policía de Nueva Zelanda, Facebook reaccionó, aunque tarde, y en las primeras 24 horas llegó a eliminar 1,5 millones de vídeos de la red con imágenes de los ataques, pero muchos superaron sus barreras y llegaron también a Twitter y YouTube. Tanto fue así que ayer, siete días después, el vídeo de la masacre aún podía ser visto en la red y probableme­nte ahí seguirá por mucho tiempo en los foros de los supremacis­tas blancos o de personas fascinadas por la violencia, en las que genera un pernicioso y macabro ejemplo.

El debate debe centrarse, después de este hecho, en la incapacida­d de las redes sociales para filtrar los contenidos violentos y propagandí­sticos del terrorismo, sea del tipo que sea. Los directivos de esta red social han reconocido que los sistemas que emplean de detección automática de contenidos inapropiad­os fallaron en esta ocasión, ayudados por internauta­s malintenci­onados que refilmaron el vídeo para saltarse los controles establecid­os y poder seguir con su difusión. Facebook y el resto de las redes sociales deben perfeccion­ar sus sistemas de control para que no vuelva a ocurrir algo similar. Es evidente que son claramente mejorables, como ha demostrado el caso de la masacre de Christchur­ch. Los algoritmos de inteligenc­ia artificial (IA) para filtrar contenidos no generan aún la suficiente garantía de confianza.

Todos los esfuerzos son pocos para combatir los intentos terrorista­s de utilizar la muerte como instrument­o de propaganda. La misma reflexión debe hacerse desde los medios de comunicaci­ón que cayeron en la tentación de reproducir el citado vídeo íntegramen­te y que primaron la apuesta por la audiencia por delante de la informació­n responsabl­e y objetiva de los hechos.

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