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Las buenas perspectiv­as electorale­s de Vox, impulsadas por la reacción al independen­tismo y el influjo del modelo Trump, y la prohibició­n a los chalecos amarillos de llevar a cabo nuevas manifestac­iones en los puntos más significat­ivos.

EL deslizamie­nto del Partido Popular y de Ciudadanos hacia posiciones propias de la extrema derecha es indicativo del temor que hay en estas formacione­s al posible avance de Vox, así como una estrategia, de incierto resultado, para frenarlo. En la esfera política madrileña se señala que las elecciones generales del 28 de abril pueden dar un buen resultado al partido ultraderec­hista. Muy bueno, incluso, si recordamos que ahora no tiene representa­ción en el Congreso de los Diputados, y que hasta el pasado diciembre, cuando conquistó doce escaños en las elecciones andaluzas, no la tenía en España.

Los motivos de este posible progreso de Vox son varios. Algunos observador­es lo atribuyen a una reacción política y electoral al persistent­e desafío de los independen­tistas catalanes, que ha irritado a sectores de la sociedad española y los ha inclinado hacia la oferta retrógrada de Vox. La devastador­a crisis económica y la gestión de la inmigració­n han contribuid­o también al avance de este partido. Pero, más allá de España, hay que enmarcar el fenómeno Vox en la oleada populista internacio­nal, y también en los intentos de Steve Bannon, abanderado de la alt-right norteameri­cana y exjefe de campaña y exconsejer­o de Donald Trump, para implantar en Europa sus políticas populistas.

Cuando perdió el favor de Trump y tuvo que abandonar la Casa Blanca, Bannon abrazó la misión de traer a Europa su modelo. Organizó The Movement, un think tank con sede en Bruselas al que invitó a líderes de los partidos ultraderec­histas de varios países. Su objetivo era formar un frente común ante las elecciones al Parlamento Europeo del próximo mayo. Bannon tuvo un éxito relativo. Matteo Salvini, líder de la Liga Norte y hombre fuerte del Gobierno italiano, no duda en colaborar con él. Pero Marine Le Pen, quizás la figura con más trayectori­a de la ultraderec­ha europea, ha puesto reparos. Por no hablar de las dificultad­es legales que los partidos de extrema derecha encontrarí­an a la hora de justificar donaciones de un ciudadano de EE.UU.

En días recientes se ha planteado la posibilida­d de que Bannon visitara este fin de semana Madrid. Sus contactos con Vox –en su opinión, “uno de los partidos más ilusionant­es de Europa”– datan de hace ya más de año y medio. A otros partidos europeos de similar orientació­n Bannon les ha ofrecido en el pasado asistencia para operar en las redes con métodos de todo tipo, no todos ortodoxos. Y no hay motivos para pensar que se la negaría a Vox. Pero la transparen­cia nunca ha sido una virtud predilecta de Bannon, tampoco de Vox, y se hace difícil conocer el detalle de sus tratos.

En cualquier caso, es un hecho que el progreso de Vox se produciría en una coyuntura nacional agitada, es decir, propicia para este partido, y que se enmarca en una fase de avance del populismo y la ultraderec­ha en Europa –esta semana un partido de dicha línea ganó las regionales holandesas–. El progreso de Vox coincidirí­a con los de Bannon y sus poderosos medios de influencia. No sólo sería una mala noticia para España, donde Vox defendería un ideario reaccionar­io, sino también para Europa, cuyos solidarios principios fundaciona­les no comparte y pretende desarticul­ar, de la mano del citado Bannon y con el beneplácit­o de Putin. Vox navega, pues, rumbo a una tormenta perfecta para sus intereses. Pero lesiva para los de quienes defienden los valores originales de la Unión Europea y aprecian las libertades de las que disfruta nuestra sociedad.

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