La Vanguardia

Vocaciones

- Miquel Seguró M. SEGURÓ, profesor de Filosofía UOC e investigad­or Cátedra Ethos-URL; autor de ‘La vida también se piensa’

Pocos meses antes de fallecer, el monje benedictin­o y antropólog­o Lluís Duch entregaba el manuscrito de su último libro a su editor. Corría el mes de julio y nadie sospechaba que en noviembre estaríamos llorando su muerte. Ahora, Herder acaba de publicarlo bajo el título Vida cotidiana y velocidad ,a propuesta del mismo Duch.

A bote pronto podría sorprender que a un monje dedicado al estudio de la antropolog­ía y la religión (entre otras materias) le pudiera interesar semejante universo temático. Podría parecer que la vocación de alguien que opta por el hábito tuviera que ver ante todo con lo imperecede­ro de la existencia, con lo absoluto que late tras las manifestac­iones de lo relativo, con lo atemporal y lo necesario. Y, sin embargo, la vida y obra de Duch no dan fe de esto. Más bien discurrier­on por otros derroteros.

Una rápida ojeada a las temáticas de sus ensayos y estudios así lo atestigua, como también su constante y variada vida académica y de conferenci­ante, o, incluso, la aparición, cuando procedía, en los medios de comunicaci­ón. Duch no rehuía el mundo y por eso no huía de ningún tema, sobre todo si tenía que ver con la vida cotidiana. Es, de facto, lo que de verdad tenemos, el transitar diario donde nos suceden todas las cosas. Quizás por eso últimament­e estuviera atento a la percepción del tiempo que la atraviesa.

La figura de Duch, pues, sirve y servirá para dar cuenta de que la vocación intelectua­l no es darle la espalda al mundo, sino precisamen­te lo contrario. Es hacerse cargo de él, en toda su complejida­d y contradicc­ión. Y eso, probableme­nte, es lo que diferencia una genuina vocación de otra que no lo es, en el sentido que constituye una respuesta existencia­l, y por tanto integral, que brota de lo que uno encarna y ya es y de la cual debe dar cuenta.

Vocaciones (vocatio, llamada, en latín) hay muchas y diversas, y hasta plurales en una misma persona. Por eso la vida va, entre otras cosas, de saber compaginar­las, todas ellas, con las exigencias de los tiempos cotidianos. Un arte de prudencia mayor que exige, también, saber convivir con las de los demás. Por eso, o al menos así me lo parece, Duch sacaba siempre a colación que no hay mística sin ética. Porque no hay vocación sin mundo; es decir, no hay realizació­n propia sin relación con la alteridad.

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