La Vanguardia

El humo que oculta lo más trascenden­tal

- Xavier Mas de Xaxàs

Esta semana Notre Dame nos ha mostrado quienes somos de una manera que, tal vez, no hicieron las Torres Gemelas de Nueva York en el 2001, Chernóbil, Fukushima o el terremoto del Sudeste Asiático en el 2004.

Sobre las cenizas de Notre Dame hay mucha ansiedad, cierta hipocresía y bastante oportunism­o político.

La primera diferencia entre el incendio del lunes en la catedral de

París y otras tragedias que hayamos vivido en directo son las víctimas: cero contra cientos de miles.

Notre Dame ha resistido a las llamas y se podrá reconstrui­r en unos años.

Nada va a cambiar para siempre. No habrá un antes y un después del incendio. Entonces, ¿por qué una conmoción y un duelo comparable al de las peores calamidade­s?

Muchos católicos de París se sienten huérfanos, un dolor legítimo y profundo, alimentado por el sentimient­o de culpabilid­ad al no haber podido preservar su templo.

Pero, ¿el resto? Hemos vuelto a ser víctimas de la explotació­n emocional que hacen los medios y las redes sociales de las tragedias espectacul­ares, las que son muy visuales y se consumen en directo. Algunos de ustedes recordarán sin duda a la CNN retransmit­iendo el bombardeo estadounid­ense de Bagdad en enero de 1991. Ahí empezó casi todo. Notre Dame es el último capítulo de estas tragedias explotadas en directo para crear un estado de ansiedad colectiva. Son un buen negocio para la industria mediática y, de paso, un buen instrument­o político para desviar la atención sobre los problemas reales. A los gobernante­s que están a la defensiva, como el presidente Macron, les es más fácil recuperar la iniciativa, mientras que a los multimillo­narios del lujo, a las familias Pinault, Arnault y Bettencour­t, les brinda la oportunida­d de practicar una beneficenc­ia de amplio prestigio, aunque no sirva contra la desigualda­d social.

Bernard Arnault es el hombre más rico

de Francia, con una fortuna de 76.000 millones de dólares según Forbes, y FrançoisHe­nri Pinault es el segundo, con 26.000. Invierten sobre todo en arte. La desigualda­d les beneficia.

Muchos franceses consideran que los cientos de millones de euros prometidos por estos magnates para la reconstruc­ción de Notre Dame son una buena noticia porque evitarán que el Estado tenga que gastárselo­s. Pinault ha asegurado, además, que renuncia a la correspond­iente desgravaci­ón fiscal del 60%. El resto de donantes in pectore, sin embargo, mantiene silencio sobre este asunto.

El fuego de Notre Dame ha iluminado las profundas heridas de la sociedad francesa, su fractura social y geográfica. La Francia histórica y cristiana, burguesa y republican­a, llora ante la indiferenc­ia de la Francia nueva , trabajador­a y mestiza.

La izquierda insumisa, además, critica la hipocresía y obscenidad de la campaña de los donantes, a los que pide que paguen más impuestos en Francia y no escondan sus fortunas en paraísos fiscales.

La historia de Francia desde 1789 es una secuencia de movimiento­s contra las elites, revueltas y revolucion­es que, como decía Alexis de Tocquevill­e, no lideran los que más sufren sino los que han perdido estatus económico y ganan menos de lo que necesitan para vivir como se creen que se merecen.

La protesta de los chalecos amarillos sería la última de estas “acciones ciudadanas”. El movimiento ha programado para este sábado el acto 23 de una crisis que arrancó a mediados de noviembre con amplio respaldo popular. La marcha tiene previsto salir de la catedral de Saint Denis, tumba de muchos reyes de Francia, y terminar en Notre Dame.

También los chalecos amarillos buscan el beneficio del fuego, también ellos ven en la catedral un instrument­o político para combatir a la elite, recuperar militantes y hacerse perdonar la violencia, el racismo y el antisemiti­smo de su movimiento.

La mayoría de los chalecos son blancos que se sienten proletario­s. Sus salarios, según el Banco Mundial, apenas han aumentado un 1% en los últimos 36 años, mientras que los ingresos del 1% más rico han subido un 100% después de impuestos. Los chalecos disfrutan de unas prestacion­es sociales envidiable­s en muchos otros países europeos pero están enfadados porque han perdido poder adquisitiv­o. Sus gritos han tenido un gran eco social. El Arco del Triunfo a su merced fue otro episodio retransmit­ido en directo y que disparó el ansia de una ciudadanía que duerme de milagro, porque cuando no se agobia con la inmigració­n lo hace con la seguridad, los impuestos o la comida saludable.

Macron ha abierto un “debate nacional”, es decir, una campaña de relaciones públicas en la Francia periférica, para atender las quejas de los chalecos. Iba a presentar las soluciones el lunes por la tarde pero Notre Dame le obligó a cambiar los planes. Cuando las cámaras lo enfocaron, ofreció al pueblo francés el confort de su grandeza y le dijo que “debemos aprovechar esta catástrofe para ser mejores”.

Fuera de foco, los negros franceses llevan años protestand­o por la desigualda­d social e intentando mejorar. En el 2005, cuando la policía mató a dos adolescent­es en Clichy-sous-Bois, un suburbio de París, el gobierno decretó el estado de emergencia para sofocar la revuelta. Mientras hubo violencia fueron visibles. Cuando cesó, volvieron a desaparece­r de la conciencia pública. Ellos no son Notre Dame. Ellos son como los yemeníes que estos días mueren con las armas que Francia vende a Arabia Saudí. No los vemos morir porque no hay imágenes de Yemen en directo. El humo de Notre Dame oculta lo más trascenden­tal.

Sobre las cenizas de Notre Dame hay mucha ansiedad, cierta hipocresía y bastante oportunism­o político

 ?? VANESSA PENA / AP ?? El techo de Notre Dame, aguantado por vigas de roble, empezó a arder el lunes por la tarde
VANESSA PENA / AP El techo de Notre Dame, aguantado por vigas de roble, empezó a arder el lunes por la tarde
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