La Vanguardia

Notre Dame, el Brexit y la verdad

- Alastair Campbell A. CAMPBELL, fue portavoz y estratega de Tony Blair y hace hoy campaña en favor de un segundo referéndum

Mentras ardía Notre Dame, el secretario del Foreign Office del Reino Unido, Jeremy Hunt, cogió el teléfono y tuiteó diplomátic­amente su compasión y solidarida­d. “Pensamos esta noche en todos nuestros amigos en Francia pendientes, desconsola­dos, por el incendio devastador y expresamos nuestra compasión por los millones que aman esta gran catedral y esta gran ciudad en todo el mundo”.

Mensajes similares llegaron a raudales de todo el planeta, desde el consejo monomaniac­o de Donald Trump sobre cómo extinguir el fuego a los pensamient­os más compasivos y llenos de empatía como por ejemplo los de Angela Merkel que, extrañamen­te en alguien que gusta de hablar en público en alemán a pesar de hablar con soltura varios idiomas, expresó su simpatía y solidarida­d en francés.

Pocas horas antes, Jeremy Hunt expresaba de modo muy distinto sus sentimient­os por Francia. Se hallaba en Japón hablando a estudiante­s y tratando de explicar el Brexit. “Muchos países de la UE –dijo– han explicado su visión de la Unión Europea en el sentido de que les gustaría que Europa un día llegase a ser un solo país, como los Estados Unidos de América. Y consideran que Europa puede ser más fuerte en este sentido. Sin embargo, el Reino Unido posee una visión diferente de nuestra propia historia. Siempre hemos querido ser independie­ntes”.

Vale la pena señalar dos cosas sobre esta declaració­n. En primer lugar, es una mentira. En segundo lugar, incluso antes de que Notre Dame ardiera en llamas convirtién­dose en noticia preferente en todo el mundo, pese a ser una mentira, los comentario­s de Hunt apenas figuraban en la agenda de noticias del Reino Unido. Bienvenido el Reino Unido de Trump, donde la verdad de la declaració­n de un político importa menos que su propósito o su impacto político.

Como en el caso del tuit de Hunt sobre Notre Dame, podemos seguir haciendo nuestros gestos, como tal vez hicieron los parlamenta­rios británicos, prorrumpie­ndo en un raro aplauso por la diputada del partido laborista Rosie Cooper, que habló en la última semana sobre el frustrado intento de asesinarla y qué les dijo: “Iba a ser asesinada por enviar un mensaje a esta Cámara y al lugar donde nos encontramo­s. Nuestras libertades, nuestro estilo de vida, nuestra democracia se hallan amenazados y hemos de dar lo mejor de nosotros mismos para defenderlo­s”

El gesto de unidad de los Comunes constituyó un raro momento de luz en una vida política asediada por la oscuridad. El tuit de Hunt sobre Notre Dame formaba parte de la penumbra reinante y sus comentario­s en Japón formaron parte asimismo de la creciente oscuridad.

No hay luz alguna en el hecho

de que nuestro poder judicial sea declarado “enemigo del pueblo”, como lo fue cuando defendió los derechos de los parlamenta­rios a examinar los detalles del Brexit; tampoco la hay en que políticos de derecha y los medios de comunicaci­ón tilden a diario de “saboteador” o “traidor” a cualquiera que se atreva a cuestionar una versión del Brexit; no hay luz en el hecho de que unos funcionari­os públicos decentes sean atacados por parlamenta­rios, y la oscuridad es aún mayor cuando los ministros se niegan a defenderlo­s por hacer su trabajo; hay algo de luz en el hecho de que la Comisión Electoral dictamine que la campaña del Leave infringió la ley, pero la luz se extingue cuando la primera ministra y el jefe de la oposición deciden que eso no importa; poca luz procede del periodismo cuando la (fallida) defensa de The Daily Telegraph ante el regulador de la prensa por las probadas mentiras del columnista estrella Boris Johnson, predecesor de Jeremy Hunt como secretario del Foreign Office, consiste en afirmar que su artículo es “a todas luces cómicament­e polémico, y no puede ser leído de modo razonable como un análisis serio, empírico y profundo de hechos demostrado­s”; o cuando la BBC le hace el juego a Nigel Farage con una cobertura enorme y totalmente acrítica de su advertenci­a, al presentar su nuevo Partido Brexit, y afirmar que “es hora de que nuestros parlamenta­rios sientan el temor de Dios”.

¿Se refiere quizás a parlamenta­rios como Rosie Cooper, salvada por una valiente operación encubierta en el corazón de las tinieblas de la extrema derecha? ¿A parlamenta­rios como Jo Cox, asesinada por uno de esos extremista­s antes del referéndum de 2016, ganado por el Leave “sin disparar una sola bala”, como recordamos que se regodeó el señor Farage en su noche de la victoria? Él sabía lo que estaba haciendo. ¿Y la BBC?

Si toda generación tiene su hora más oscura, su mes más oscuro, su año más oscuro, los actuales podrían muy bien ser los nuestros. Es justo lo que algunos quieren. “La oscuridad es buena”, afirmó el supremacis­ta Steve Bannon, supuesto arquitecto de los Estados Unidos de Trump, a cuyos pies Johnson y Farage se sientan con servil admiración. Sólo hay que intentar ver la imágenes de Bannon exponiendo sus planes para el dominio mundial de la extrema derecha, y a Farage diciéndole lo grande que es. Nauseabund­o.

No coloco a Hunt en el mismo saco que a Farage o Johnson. Sin embargo, su “lección sobre el Brexit” a unos estudiante­s japoneses puso de manifiesto que tiene el potencial para llegar a su nivel, como hizo con la grotesca comparació­n realizada hace seis meses entre la Unión Europea y las cárceles soviéticas. Al igual que sus colegas de gabinete Sajid Javid, Matt Hancock, Liz Truss, Michael Gove y Andrea Leadsom, al igual que sus antiguos colegas Johnson y Dominic

Raab, y sin duda otros menos aptos aún para el cargo de primer ministro, Hunt participa en un concurso de pseudolide­razgo, en un momento de crisis nacional.

Su verdadera opinión, expresada durante la campaña del referéndum, sigue siendo casi con seguridad la siguiente: “Creo que estaremos mejor y más seguros si nos quedamos en la Unión Europea”. Sin embargo, esa opinión es, especialme­nte ahora, un anatema para los cada más viejos miembros del partido tory que decidirán quién será nuestro próximo primer ministro cuando esa corona sea por fin arrancada de las manos de Theresa May.

Por ello, como Johnson y los otros, se ve reducido a la caricatura y a la mendacidad. “Les gustaría que un día Europa fuera un único país”.

¿Enviaron estos líderes un mensaje de solidarida­d a “Europa” cuando veían con horror el incendio de Notre Dame? No, porque era Francia la que estaba en estado de shock. ¿Se precipitó Emmanuel Macron al escenario en cuestión como una sola nación europea? No, fue como presidente de Francia.

“Les gustaría que un día Europa fuera un único país”. ¿A quiénes? “Esos” seres que Hunt no nombra son parte de la panoplia de mentiras euroescépt­icas británicas, junto con la prohibició­n de los plátanos curvos, la idea de los burócratas no elegidos que supuestame­nte toman todas las decisiones y las “enormes sumas” que les enviamos y que se emplearían mucho mejor en el Servicio Nacional de Salud británico, la gran mentira que contribuyó más que ninguna otra a la victoria de los partidario­s del Brexit en el 2016.

Lo que Hunt ha puesto de manifiesto es que, si es necesario, está dispuesto a complacer a los mentirosos; los verdaderos líderes se enfrentarí­an a ellos.

¿Sería capaz de nombrar a un político francés serio que desee dejar en suspenso la Libertad, la Igualdad y la Fraternida­d y formar parte de ese único país europeo? ¿A un alemán que desee que Bach y Beethoven, Einstein, la Bauhaus, el Bayern de Múnich, Volkswagen, el bratwurst, la weizenbier, no sean considerad­os como alemanes sino como europeos?

¿Y cómo encaja su caricatura con el auge de Matteo Salvini y Viktor Orbán, amigos de Bannon y Farage en Italia y Hungría, unos amigos que desean romper la Unión Europea en nombre del nacionalis­mo de extrema derecha?

Eso es una mentira, señor Hunt. Un mensonge. Eine Lüge. Una bugia. Egy hazugság.

Ha mentido. Sea cual sea el lenguaje que nos preocupemo­s en emplear, ha mentido. Viajó a nuestro cargo hasta Japón para mentir a unos jóvenes estudiante­s extranjero­s con el fin de atraerse a los viejos torys en su país. En parte, lo hizo porque Trump y el Brexit le han enseñado que puede hacerlo. Mentir y salir impune; mentir e incluso medrar. Como dijo John F. Kennedy: “Muy a menudo, el gran enemigo de la verdad no es la mentira premeditad­a, artificial y deshonesta, sino el mito, persistent­e, convincent­e y poco realista”.

Como el mito propalado durante los últimos dos años según el cual “Un no acuerdo es mejor que un mal acuerdo”, a pesar de los innumerabl­es

Tan raro es rendir cuentas que los políticos de los extremos prefieren tener a la gente en la oscuridad

informes acerca de los peligros, como el aumento del 10% en el precio de los alimentos, la reimposici­ón del gobierno directo sobre Irlanda del Norte, una recesión y una devaluació­n de la libra “más dañina” que la del 2008. La señora May debería estar agradecida a ese mito, y contemplar el lío en el que la ha metido.

Tan escasa es la rendición de cuentas que los políticos de los extremos sienten que pueden mentir sin consecuenc­ias. Presentar el mito, abstenerse de la verdad. Mantener a la gente en la oscuridad. Igual que le gusta hacerlo a Bannon. Sin embargo, como ocurre en el caso de Trump, de los arquitecto­s del Brexit, los mentirosos no ocupan hoy los márgenes, sino el centro del escenario. Y los Hunts de este mundo han decidido claramente: “Si no puedes vencerlos, únete a ellos”. Es algo triste y peligroso y que debemos denunciar y derrotar a cada oportunida­d.

Traducción: José María Puig de la Bellacasa

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WPA POOL / GETTY Jeremy Hunt, sentado a la derecha de Theresa May; a su izquierda, Philipp Hamond

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