La Vanguardia

Ruido, mucho ruido

- Fernando Ónega

Ánimo, amigos, sólo queda una semana. El próximo sábado, jornada de reflexión y a votar. ¿A votar a quién?, nos pregunta la familia, y el cronista, mal consejero electoral, no sabe qué responder. Nunca había visto tanta desorienta­ción. “Se va a votar con el hígado”, dice una profecía publicada. “No, se votará con el corazón porque se apela mucho a los sentimient­os”, replica alguien en la consulta del cardiólogo. Y así fueron pasando los días, mientras el ciudadano trata de distinguir el ruido de los mensajes, y no puede: el ruido pesa más que las palabras, mucho más que los programas, mucho más que el tirón de los candidatos.

Es que está siendo una campaña muy rara. “Rara, rara, rara”, que diría el doctor Iglesias. Los periodista­s preguntan más a los líderes por los pactos de después que por las soluciones que ofrecen. El futuro del país sólo en parte se decide en las urnas. Dependerá de las alianzas y nada tranquiliz­a a la buena gente. Si el pacto es con Vox, España sufrirá una sacudida. Si es de Sánchez con Pablo Iglesias, alguien se encargará de propagar el miedo de los mercados. Y si es con los independen­tistas, tendremos juerga en la derecha.

Con la excepción de Pedro Sánchez, que se ha propuesto ser el bueno de la película, nadie juega a ser “vendedor de ilusiones” que decía Suárez. Todos se han empeñado en que votemos contra alguien

porque, sea quien sea, es sinónimo de retroceso en los derechos, riesgo para la economía o desastre para la unidad. El récord de los improperio­s lo batió Juan José Cortés, al acusar a Sánchez de “sentarse con pederastas y violadores”.

Acusacione­s como esta han dado pie a la campaña de más falsedades y manipulaci­ones. Se falsean las palabras del adversario. Se le atribuyen intencione­s que nunca confesó. Es pronto para decir si es la campaña de las fake news. Y sus creadores, los comités electorale­s, que oyen a los demás para surtir de munición al candidato. Así, hemos asistido a un debate deslavazad­o y en campos distintos, para jolgorio de la prensa, cómplice y altavoz del ruido, que tampoco se fija en las ofertas programáti­cas, sino que publica el vocerío escandalos­o.

Naturalmen­te, el ascenso de Vox lo ha complicado todo. Ha sido el terremoto de la campaña, hizo escorarse a la derecha a PP y Ciudadanos, facilitó el ataque de la izquierda y promete una conmoción nacional si toca poder. Su lenguaje básico conectó con la sociedad más conservado­ra. Cada uno de sus discursos parece una selección de desahogos de charla de café, pero, por lo visto, es lo que desea escuchar una parte de la sociedad. Refleja, como Podemos en su día, el estado de cabreo del país, ahora el más jacobino y quejoso de algunas libertades.

Sí, una sorprenden­te campaña. Para redondearl­a sólo faltaba el espectácul­o de los debates televisado­s, esa batalla que empezó siendo una muestra de la maldad estratégic­a de Sánchez y terminó siendo su equivocaci­ón, también estratégic­a. Él creó el problema y no lo supo resolver. Quizá lo pague en las urnas. Se había propuesto no cometer ningún error y fue a cometer el más visible y de más impacto popular.

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RICARDO RUBIO / EP Albert Rivera, líder de Ciudadanos
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