La Vanguardia

Cómo irritar a escritores

- Quim Monzó

Hoy es Sábado Santo, pero el martes será Sant Jordi, día que muchas personas dedicarán a hacer colas ante los puestos de libros que habrá a lo largo y ancho del país. Comprensib­lemente, hartos de tanto esperar ante sus ídolos literarios, al llegar el momento de encontrárs­elos cara a cara, una de las actividade­s preferidas de los cazadores de firmas es irritarlos. La mayoría lo hacen bastante bien, pero algunos todavía no dominan del todo la técnica. Por eso hoy reunimos algunas sugerencia­s para mejorar.

Una vez llegado ante el escritor, díganle:

–Es para mí. Póngame algo personal. El escritor pensará: ¿qué “algo personal” quiere que le ponga si no lo conozco de nada? Si eso no lo ha descolocad­o bastante, voluntaria o involuntar­iamente confúndalo con otro escritor. Un Sant Jordi de hace lustros, un señor cogió del mostrador tras el que un servidor firmaba el libro que había presentado hacía poco, me lo acercó y me dijo:

–Espero que me guste tanto como aquel otro suyo de hace unos años: Sin noticias de Gurb. Me encantó.

También puede coger uno de los títulos

Hoy reunimos algunas sugerencia­s para, el próximo martes, sacar de quicio a su literato preferido

al azar, observar la cubierta con ligera displicenc­ia y decirle:

–Este libro, ¿qué tal?

El escritor pensará: ¿qué quiere que le diga? ¿Que es muy bueno? ¿Que no vale la pena? ¿Que es una chapuza que no debería haber publicado? Hay una variante que también funciona. Consiste en mirar uno por uno todos los libros que hay en el puesto y, con cara de duda, preguntarl­e: –¿Usted cuál me recomienda? El escritor no lo conoce de nada, no sabe nada de sus gustos literarios y, por tanto, como no es Aramís Fuster u Octavio Aceves, ni tiene un tarot a mano, no puede deducir cuál le puede interesar. La solicitud adivinator­ia para otra persona también mola. Con una sonrisa de oreja a oreja y el brazo por encima de la muchacha que lo acompaña, dígale: –Es para la niña. Usted mismo.

Y sobre todo, nunca lleve escrito en un papel el nombre de la persona a la cual quiere que le dedique el libro. En épocas pretéritas el abanico de nombres habituales era conocido (Daniel, Cristina, Maria, Carmen, Ramon...), pero hoy día la gente luce nombres tan variados y multicultu­rales que, cuando le dicen “es para Jèssica”, no sabe si tiene que escribirlo así o bien poner Jésica, Yésica, Yessica o incluso Yésika, que una vez me encontré con una. En países como Estados Unidos o Francia es la norma habitual: siempre llevar escrito el nombre de la persona a quien tiene que dedicarse el volumen. Ya pasaba décadas atrás con las Judit y las Judith, y las Ester y las Esther. Siempre tenías que preguntar: –¿Con hache o sin?

Las respuestas son dos:

–¡Con hache, evidenteme­nte!

O bien:

–Sin hache. ¡Judit no se escribe con hache, hombre! Parece mentira que no lo sepa.

El próximo martes no se olviden de practicar el fascinante deporte de sacar de quicio a su escritor preferido.

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