Reflexión sobre la Costa Brava
LA moratoria dictada a principios de año por el Govern de la Generalitat sobre la Costa Brava por la que suspendió temporalmente edificar en los primeros 500 metros de la costa y en segunda línea de mar ha significado la paralización de 15.000 viviendas en suelo urbanizable, así como de diversas urbanizaciones en la costa, de Portbou a Blanes. La suspensión deberá ser resuelta con la aprobación del Plan Director Urbanístico de la Costa Brava, previsto para la primera mitad del 2020.
Mientras diversas organizaciones ecologistas presionan al Govern para que el citado plan apruebe “desclasificaciones masivas” e impulse políticas de rehabilitación de inmuebles, los constructores y promotores defienden lógicamente sus intereses y denuncian que la moratoria ha reducido la actividad, ha creado intranquilidad y confusión, especialmente entre compradores procedentes del turismo internacional altamente interesados en esta zona, y está actuando en perjuicio de pequeños industriales del sector local de la construcción.
Es sabido que la Costa Brava, uno de los parajes más exquisitos de la geografía catalana, precisa de una reflexión a fondo. La fiebre constructora del pasado ha perjudicado algunas áreas litorales, convirtiéndolas en
zonas de segunda residencia con un nivel de ocupación anual que apenas llega al mes por año, con todo lo que ello comporta de desequilibrio funcional. Según algunos cómputos, de las 220.000 viviendas existentes en el litoral, el 57% son segundas residencias y 35.000 están vacías. En la actualidad, el potencial residencial de la demarcación de Girona se evalúa en unas 71.500 viviendas, la mitad en el litoral. Otro factor de presión es que el 82% de las plazas hoteleras y el 89% de las de camping y el 90% de los pisos turísticos de la provincia están ubicados en este litoral. Es evidente, por tanto, que es preciso actuar.
Por supuesto que no se trata de construir un muro de viviendas de segunda residencia en primera línea de mar; tampoco de promover una desafectación radical –como pretenden algunos–, porque ambas irían en contra de los intereses del área que se quiere preservar. Serían un desatino. Lo sensato es que el plan promueva una política de construcción de vivienda que se compagine con una de rehabilitación de inmuebles obsoletos, con el fin de lograr el equilibrio entre el necesario crecimiento y la puesta al día de un parque de viviendas cuya decadencia y fealdad saltan a la vista y desdicen de una zona que es y pretende seguir siendo un polo de atracción mundial.