La Vanguardia

Las cosas

- Remei Margarit

Tal vez esta afición que los humanos tenemos por las cosas tiene que ver con un sentido de acompañami­ento, quizás las cosas abrigan y son una barrera para la intemperie. El miedo a los espacios amplios se enraíza en un sentimient­o de desamparo o de vulnerabil­idad. Somos más poca cosa de lo que nos pensamos, y así y todo, vamos haciendo poco a poco cosas útiles y extraordin­arias e incluso geniales, que nos mejoran la vida.

Una vez más he cambiado de domicilio, y antes del cambio he tirado muchos papeles y cosas que ahora mismo no sé por qué guardaba. También libros que ya no leía han ido a parar a un punto verde y tal vez

alguien los lea. Y en la nueva casa y al desembalar las cajas, he vuelto a desprender­me de más libros y de más cosas. Quizás ahora prefiero el espacio a los objetos.

De la misma manera que cada pájaro construye su nido con las ramas adecuadas en la medida y la forma, cada persona construimo­s nuestro refugio protector con lo más adecuado en cada etapa de la vida. Porque las etapas modifican la forma del refugio, siempre que sea un refugio protector, porque a veces las cosas se utilizan para presumir de estatus y no para abrigar; y en estos casos la intemperie sigue rodeando a la persona y ello se traduce en la compra de más y más cosas. Gaston Bachelard, en su libro La poética del espacio, expone que la casa es también la casa del alma y es necesario tratarla con calidez y mesura para que llegue a ser un buen refugio. Los hombres primitivos, en sus cuevas, ya se rodearon de pinturas que los acompañaba­n. Lo que ocurre es que no todo hace compañía y tampoco siempre, de manera que en cada etapa de la vida quizás sea necesario ir desprendié­ndose de lo que ya no aporta sentido, porque, de una manera u otra, irán acercándos­e pequeñas cosas que nos ayudarán a vivir a cambio de las que ya han hecho su trabajo. Aunque hay cosas, pocas, que viajan con nosotros a través del tiempo y que tal vez formen parte de los sentimient­os que nos han aportado y que duran de una manera inexplicab­le. ¡Hay tantas cosas que no sabemos!

Pensamos que dirigimos nuestras vidas, aunque parece que es la misma vida la que nos dirige a nosotros.

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