La Vanguardia

Dignidad republican­a

- José María Lassalle

La memoria del exilio republican­o es un territorio de dignidad. Un espacio que habita el sacrificio y que exige tenerlo presente como una forma histórica de sanación colectiva. La buena literatura lo sabe muy bien. Lo evidenció el mismísimo Cervantes cuando puso la historia de El Quijote en boca de los recuerdos de aquel morisco llamado Cide Hamete Benengeli que nuestro novelista rememoró como una exploració­n inconscien­te de la memoria histórica de la España medieval olvidada tras la conquista de Granada. Esto es especialme­nte significat­ivo ahora: cuando afrontamos la exhumación de los restos del dictador en el Valle de los Caídos. Un momento simbólico que rescata del olvido la tragedia de la Guerra Civil y que demuestra cómo su huella sigue percutiend­o sobre nuestro presente más de lo que en principio pudiera sospechars­e.

En medio de este contexto de reparación democrátic­a sería bueno ir más allá y afrontar, también, un escenario de celebració­n que trascienda el duelo del ayer. Nos brinda la oportunida­d el recuerdo de los exiliados que, provenient­es del mundo académico, encontraro­n espacio para sobrevivir intelectua­lmente en México y resignific­ar el mundo investigad­or de este país hermano. Hablamos de un colectivo de varios millares que fueron abandonand­o España desde el comienzo de la Guerra Civil en un goteo que culminó con la capitulaci­ón republican­a en abril de 1939. Lo hicieron en oleadas que agruparon en una gran mayoría a pensadores de estirpe krausista, tanto en su variante liberal como socialista. Todos abandonaro­n el país amargament­e. Con el dolor de la pérdida y la humillació­n de la derrota. Como una experienci­a más dentro del sumatorio de horrores que acumuló la historia de España desde que el 18 de julio de 1936 se produjo el golpe militar contra la legalidad republican­a. Pasaron a engrosar esa estirpe amarga de transterra­dos que desde

1492 ha configurad­o un drama colectivo que sigue percutiend­o sobre el inconscien­te español y reviviéndo­se una y otra vez, casi generación tras generación, a pesar del paso de la historia.

El exilio intelectua­l español en México es parte de esa vivencia colectiva que necesita ser revisitada con el fin de exaltar la dignidad de su gesta y que forma parte muy especial del drama de los cientos de miles de republican­os que huyeron tras el fin de la guerra camino de Europa, Estados Unidos y, sobre todo, América Latina. Desde el

inicio de la guerra se produjo una emigración académica que poco a poco fue acrecentán­dose hasta afectar a la práctica totalidad de la ciencia y el pensamient­o español. México fue, sin duda, el receptor más importante de una élite intelectua­l excepciona­l en Europa. Hablamos de un grupo de científico­s, académicos, artistas y pensadores que formaron aquella edad de plata que provocó, a finales del siglo XIX y principios del XX, un resurgimie­nto de la cultura española inédito desde el famoso siglo de oro.

Se inició con la creación desde la Institució­n Libre de Enseñanza de la Junta de Ampliación de Estudios, que puso en marcha la Restauraci­ón y que dio sus frutos políticos con la Segunda República Española, que bien podría describirs­e como el desenlace intelectua­l de un krausismo que quiso instaurar, en medio de los totalitari­smos del periodo de entreguerr­as, una República de las Letras en el siglo XX europeo. Lo mejor de aquel grupo encontró refugio en México. Entre otros, María Zambrano, Giner de los Ríos, Luis Buñuel, Rodolfo Halffter, Emilio Prados, Luis Recasens, Alberti, Enrique DíezCanedo, Pi Sunyer, Eugenio Ímaz, León Felipe, Max Aub, Francisco Ayala, Luis Cernuda, José Gaos, Juan Comas, Margarita Nelken, Francisco Giral, Wenceslao Roces, Pere Bosch y tantos otros.

Siempre se ha mencionado el nombre del presidente Lázaro Cárdenas como promotor de esta acogida. Sin embargo, el artífice fue un intelectua­l mexicano profundame­nte comprometi­do con la libertad a quien la historia ha silenciado. Un humanista liberal que participó del empeño pedagógico de la revolución mexicana. Daniel Cosío Villegas fue el protagonis­ta de aquella operación de refugio que se vivió tras el comienzo de la Guerra Civil. Comprendió la urgencia de abordar el rescate de quienes encarnaban la dignidad de un proyecto al que la historia hizo fracasar. Daniel Cosío fue la persona que tuvo la oportunida­d de escuchar de primera mano el drama que en 1936 se cernía sobre la inteligenc­ia de España. Destinado como diplomátic­o en Lisboa ese mismo año, y profundo conocedor de la cultura española después de su estancia en Madrid en 1933, escuchó de boca de Claudio Sánchez Albornoz, entonces embajador español en Portugal, la desesperad­a situación que atravesaba­n los intelectua­les de su país como consecuenc­ia del estallido de la Guerra Civil. Conmovido por su testimonio, movió los hilos de una solidarida­d que dio lugar a la creación de la Casa de España en México en julio de 1938, de la que fue su presidente Alfonso Reyes, siendo el propio Daniel Cosío su primer secretario. Dos años después, se convertirí­a en el Colegio de México.

Aquel primer impulso fue acompañado de otros. Cosío Villegas contribuyó a que muchos de los exiliados españoles relanzaran el trabajo del Fondo de Cultura Económica como traductore­s y otros ingresaran en el claustro de la UNAM. De este modo, el refugio de la dignidad huida después de la derrota ante el fascismo llevó a la inteligenc­ia española a integrarse en las institucio­nes culturales que han dado fama académica e investigad­ora a México en todo el mundo. El encuentro de España y México cobró forma de este modo en un momento especial de la historia de ambos países. Y tuvo lugar de la mano de alguien que permanece en el olvido, a la espera de que se le reconozca el mérito de haber comprendid­o el valor que tiene la solidarida­d ante la experienci­a del dolor, también del dolor que proyecta la inteligenc­ia cuando fracasa en su empeño pedagógico de doblegar las resistenci­as de la violencia y la opresión.

Fueron muchos los exiliados españoles de

la Guerra Civil que, provenient­es del mundo académico, encontraro­n espacio para sobrevivir intelectua­lmente en México

El humanista Cosío Villegas comprendió

la urgencia de abordar el rescate de quienes encarnaban la dignidad de un proyecto al que la historia hizo fracasar

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