La Vanguardia

Jesús y la agente literaria

- Arturo San Agustín

Ya está aquí nuevamente Sant Jordi, que es la fiesta del libro, de la vanidad y del muy necesario negocio. Y de las colas. Nunca he relacionad­o las colas con el éxito popular de la cultura sino con el negocio, pero si pienso en mis amigos libreros me alegro de que Sant Jordi provoque algunas colas en las que yo siempre he intuido la participac­ión del tan injustamen­te vituperado dragón. Las librerías no sobreviven por los exquisitos de toda ralea sino por los lectores y compradore­s. Y por los libreros imaginativ­os. No hablo, pues, de los que se cobijan en la política del momento sino de los que son capaces de crear espacios cálidos de cultura.

O sea que, caminando por la Diagonal, al pasar junto a cierta finca urbana, como dicen los notarios, recordé que en ella vivió, ordenó, triunfó y enredó una Papisa preconcili­ar. Me refiero a aquella Carmen vestida siempre de blanco, quizá por el consejo de algún chamán. Y si pensé en esa agente literaria fue porque recordé la reciente lectura dramatizad­a de la comedia La agente literaria, escrita por Sergio VilaSanjuá­n. En el personaje principal de esa obra, casi todos los presentes en el teatro Romea creímos reconocer a aquella Papisa sin contemplac­iones que hizo ricos a muchos escritores y provocó más de una llaga de estómago en algunos editores. Parecía evidente que el personaje caprichoso, astuto, trapacero y, sin embargo, frágil, que interpreta­ba o leía Mercè Sampietro, era la papisa Carmen. Pero no seré yo quien le pregunte al autor si la Carmen que existió es la María Sandoval que protagoniz­a su obra. Estas cosas no se le deben preguntar a un escritor y periodista cultural.

Creo que La agente literaria es una comedia amena, oportuna y sin duda necesaria. De modo que si la volvieran a subir a un escenario, no sólo para leerla sino para interpreta­rla, sería un éxito y haría mucho bien a los millones de personas que, en las llamadas escuelas de escritura creativa, aspiran a convertirs­e en uno de esos novelistas que provocan colas el día de Sant Jordi. Porque aquí y ahora cuando no se sabe qué hacer se escribe un libro. Y cuando no se sabe escribir un libro se enseña a algún ingenuo o ingenua cómo se escribe un libro. Por eso en España todos somos ya escritores. Las agentes literarias están de moda y en la obra de Vila-Sanjuán se habla, entre otras cosas, de cuánta cultura y negocio hay en los libros de éxito. Y de lo que significa económicam­ente para un agente literario un premio Nobel. Y de los sacrificio­s personales que exige el éxito profesiona­l.

Al abandonar la Diagonal y dar la espalda a la finca donde vivió la temida agente literaria, me sorprendió una banda de cornetas, trompetas y tambores. Y entre legionario­s romanos, estandarte­s, lanzas, escudos, palmas y túnicas, más o menos bíblicas, me encontré con un Jesús que avanzaba por la calle de Buenos Aires montado en un mulo blanco. En un mulo, no en un asno.

Y volví a pensar en la agente literaria.

La obra de Sergio Vila-Sanjuán es una comedia amena, oportuna y sin duda necesaria

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