La Vanguardia

Una mascota audiovisua­l

- FÓRMULA EXPLOSIVA. Sergi Pàmies

Sálvame (Telecinco) se estrenó hace diez años pero parece que hayan pasado veinte. La onda expansiva del programa ha tenido una influencia relevante en la evolución del entretenim­iento televisivo y no sólo en el ámbito de las cadenas de Mediaset. El primer motor del éxito fue la capacidad de adaptarse a los resultados de audiencia sin demasiados prejuicios a la hora de modificar conductas de plató y experiment­ar con un género que, al no existir como tal, había que descubrir mientras se practicaba. Para que eso fuera posible fue decisivo el talento versátil de Jorge Javier Vázquez, la irreverenc­ia nada intelectua­loide de sus directores y una generación de colaborado­res con un hambre desesperad­a de pantalla.

La fusión de contenidos de alta frivolidad relacionad­os con la llamada prensa rosa y la apuesta por convertir a los tertuliano­s en material de autoficció­n caníbal funcionó. Heredando la efervescen­te crueldad del Aquí hay tomate, Sálvame supo reciclar la trascenden­cia carroñera de programas como Salsa rosa o Atu lado y escogió un camino más imprevisib­le en el que durante casi cuatro horas asistías a una especie de vodevil trash con delirios castizos que a menudo derivaban en terapias postmatrim­oniales, rehabilita­ciones o lapidacion­es en directo. El contexto idóneo para que el éxito fuera posible fue la crisis, con secuelas que Sálvame compensó con un entretenim­iento escapista y activador de pulsiones primarias. Cuando el acceso a contenidos externos empezó a fallar, transformó a sus colaborado­res en proveedore­s de historias, con montajes descarados o una involuntar­ia franqueza biográfica que hacía emerger la debilidad de egos inestables y el reciclaje de todas las miserias low cost de subprogram­as del grupo, que encontraba­n en Sálvame la culminació­n de un circuito de consagraci­ón con pocos escrúpulos. Sálvame es un clásico de la tele popular e, igual que ha pasado con Crónicas marcianas, quedarán los hallazgos escenográf­icos o un nivel visionario de coloquiali­dad. La prueba: los ataques de ira de Belén Esteban o Maria Patiño, los circunloqu­ios pedantes de Kiko Matamaros o la adictiva maldad de Kiko Hernández han sido pioneros de una desvergüen­za declarativ­a que hoy practican muchos políticos y tertuliano­s teóricamen­te más respetable­s. El mantenimie­nto de la fórmula con una misma denominaci­ón es engañoso. No tienen nada que ver el Sálvame fundaciona­l de Jorge Javier Vázquez con las autopsias viscerales de Maria Patiño o Carlota Corredera o las jam-séssions de mal rollo orquestada­s por Paz Padilla. Para entender la influencia del programa conviene pensar en lo que contó Pablo Iglesias después de cenar con Paolo Vasile. Iglesias le soltó el rollo progre, tristement­e extendido, según el cual el consumo de televisión se ha fragmentad­o con las plataforma­s, la exigencia de contenidos de pago y blablablá. Vasile le respondió que vale, muy bien, pero que siempre existirá una televisión popular con una audiencia notable y rentable. Una audiencia que sólo buscará compañía y un vínculo emocional con lo que sale en pantalla. Y en eso Sálvame es imbatible.

El talento versátil de Jorge Javier Vázquez resultó decisivo para que ‘Sálvame’ fuera un éxito

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