La Vanguardia

La meritocrac­ia de Macron

- Josep Oliver Alonso

Al presidente francés no se le puede acusar de tibio. Ha pedido perdón en Argelia por la guerra de independen­cia; plantea devolver tesoros culturales africanos expoliados por Francia; y, tras el estallido de los chalecos amarillos, ha encabezado una amplia discusión sobre todo tipo de cambios en la que él mismo ha participad­o. El pasado lunes debía dirigirse a la nación para explicar las políticas a seguir derivadas de ese gran debate.

No pudo ser por la tragedia de Notre Dame. Pero su propuesta se ha filtrado y, de la misma, ha sorprendid­o la de suprimir la Ecole Nationale d’Administra­tion (ENA), la institució­n dónde se han forjado las élites del Estado francés, y de la que él, su primer ministro y el presidente Hollande fueron miembros. ¿Razones? Textualmen­te, en ese non nato discurso, afirma que ‘(…) Tenemos necesidad de una elite. Simplement­e, esta elite tiene que estar hecha a imagen de la sociedad y ser selecciona­da sobre bases exclusivam­ente meritocrát­icas’. ¡No deja de ser paradójico que la ENA se creara, tras la II Guerra Mundial, con el objetivo de permitir que los menos favorecido­s pudieran llegar a puestos de gobierno!

Este planteamie­nto a favor de una dirigencia basada en el esfuerzo individual da en el clavo: es la otra cara de la moneda de un ascensor social gripado en las últimas décadas, que ha perdido su papel estabiliza­dor y, por ende, ha deteriorad­o el del mérito individual. Y es, justamente, la incapacida­d de las elites para ofrecer respuestas a ese frenazo social y la creciente desigualda­d la que explica, en una parte no menor, el auge populista.

Los ejemplos de este deterioro del mérito en Occidente emergen por doquier. Hace poco, escándalo en los EE.UU. por los fraudes en la admisión de ciertas universida­des para hijos de familias pudientes. O, sin llegar al puro engaño, en Norteaméri­ca ya no nos sorprende que la proporción de estudiante­s que pertenecen al 1% de las familias más ricas supere el 90% en las universida­des privadas más prestigios­as, y que su peso caiga en picado en institucio­nes públicas menos conocidas. ¿Dónde queda el mérito individual? En Europa también cuecen habas. Theresa May pareció entender que, tras el votante pro Brexit, latía un profundo descontent­o social: su discurso, en octubre del 2016 en la conferenci­a anual de los Tories, anunciaba un giro copernican­o por su tono antithatch­erista y la defensa de una sociedad con mayor igualdad de oportunida­des. Pero de lo dicho, nada. Ahora es en Francia dónde se plantea la cuestión.

¿Podrá Macron romper una inercia que nos conduce a un futuro de desigualda­d rampante que una gran mayoría no desea? Tengo mis dudas porque, como decía Karl Marx, en El 18 Brumario de Napoleón Bonaparte, la tradición de las generacion­es muertas pesa como una losa sobre los vivos. Y en lo tocante a las elites, francesas o no, su tradición es la exclusión. Ojalá Macron tenga suerte, porque ese no es un problema francés: es el de todos. ¡Allez la France!

La supresión de la ENA pretende que las élites se formen a base de esfuerzo individual

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