La Vanguardia

‘Paquito el Chocolater­o’

- Glòria Serra

Me lo dice un vecino: “De todas las que he vivido, esta es la campaña electoral más vacía de propuestas y mensajes atractivos para los votantes y más llena de mentiras, exageracio­nes y descalific­aciones interesada­s”. Tengo en cuenta su juventud para no desmentirl­o. Las campañas electorale­s no sirven para conocer los programas de los partidos, que, encima, acostumbra­n a no cumplir después. Hay formacione­s que, bien entrada la campaña, ni siquiera han presentado el programa. “Ya hemos presentado las cien medidas más urgentes que resumen el programa”, respondió la candidata del PSOE, Meritxell Batet, preguntada en casa Basté.

Pero mi vecino, en parte, tiene razón. El nivel de mentiras por minuto y de calificati­vos insultante­s al adversario es bastante más acusado en estas elecciones generales. Es por la incertidum­bre sobre el reparto del poder y no porque el momento sea especialme­nte grave. Si consideram­os la campaña del 2011 que ganó Mariano Rajoy por mayoría aplastante, en medio de una crisis galopante y con la mayor parte de los electores

¿Se imaginan una campaña en Alemania llena de generales retirados admiradore­s de Hitler en las listas?

absolutame­nte aterroriza­dos, fue una balsa de aceite comparada con esta. Pero tampoco las mentiras ni las descalific­aciones son novedad. Para comprobarl­o, les remito a la campaña de 1996, la de la amarga victoria de José María Aznar por mayoría simple y de la dulce derrota de Felipe González, noqueado por la corrupción y los GAL.

Si las no propuestas, las mentiras y los insultos no son novedad, ¿en qué se diferencia esta campaña de las otras? Algún tratamient­o de temas clásicos, como la violencia contra las mujeres, que se resumía en una condena genérica, ahora ha degenerado en batalla entre negacionis­tas y combativos. Los clásicos arietes de ETA, la inmigració­n o el más reciente independen­tismo se resisten a desaparece­r. Y han entrado temas nuevos que han teñido de sepia la campaña. La caza y las corridas con candidatos toreros han sido de los más pintoresco­s, como si ambas aficiones estuvieran amenazadas por algo más que la creciente falta de interés por parte de las nuevas generacion­es. Pero sin duda la estrella ha sido Francisco Franco.

¿Se imaginan una campaña en Alemania llena de generales retirados admiradore­s de Hitler en las listas? Pues en España es plenamente posible. Como también que una de las vírgenes que se sacan en procesión en la Semana Santa lleve el fajín de general de Franco. ¿Y quién se miraba esta semana la procesión desde un balcón, repentinam­ente atacado por la devoción a la Virgen de la Caridad Sevillana? José María Aznar. Como el expresiden­te no da nunca puntada sin hilo rojigualdo, la intenciona­lidad de la visita es clara. Dado que Aznar es además el Pigmalión tras las estrellas crecientes de Albert Rivera, Santiago Abascal y Pablo Casado, hay que quitarse el sombrero: sea quien sea el vencedor final de la lucha fratricida entre las tres derechas, el ganador absoluto será el mismo Aznar.

Esto de las campañas electorale­s se parece mucho a las fiestas de pueblo. A pesar de los meritorios intentos de La Trinca por renovar el repertorio, siempre acaba sonando el inevitable Paquito el Chocolater­o. Y, con infinita paciencia, todos nos sumamos a la verbena, en fila ante la urna.

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