David Cameron
La revelación del ex primer ministro ha enfurecido al palacio de Buckingham
EX PRIMER MINISTRO BRITÁNICO
En el palacio de Buckingham no ha sentado bien que Cameron haya divulgado que, en el 2014, ante el referéndum escocés, pidiera a la reina Isabel que rompiera su neutralidad e hiciera un gesto a favor de la unidad de su reino.
La reina Isabel raramente interviene en política, pero ha hecho saber que está muy disgustada con David Cameron y con Boris Johnson. Con Cameron, por haber tenido la indiscreción de contar que le pidió que interviniera a favor del unionismo en el referéndum escocés. Y con Johnson, por haberla metido en el berenjenal del Brexit y solicitado su firma para una suspensión del Parlamento cuya legalidad cuestionan ahora los tribunales.
En teoría, ya sea sobre la independencia de Escocia, el Brexit o cualquier otra cuestión política, la reina ha de ser estrictamente neutral. Por ello ha causado gran controversia que Cameron, en un documental televisivo, cuente que con ocasión del referéndum soberanista del 2014, cuando el sí y el no estaban empatados en los sondeos, pidió a la monarca que “hiciera un guiño”, aunque fuera sin pronunciarse explícitamente, para intentar salvar la Unión. Isabel, en su castillo de Balmoral, comentó que “los escoceses deberían pensar cuidadosamente sobre su futuro”, lo cual se interpretó como una advertencia de las repercusiones económicas de la separación. Al final, la permanencia ganó por 55% a 45%, y los analistas coincidieron en que la intervención monárquica había hecho cambiar bastantes opiniones.
Alex Salmond, que dimitió como primer ministro escocés tras perder el referéndum, ha calificado de inapropiado el comportamiento de Cameron y sugerido, sin afirmarlo directamente, que también el de la reina. Y al palacio de Buckingham no le ha gustado lo más mínimo que se haya puesto en duda la neutralidad de la casa real en un asunto tan importante, justo cuando algunos cuestionan si la monarca debería haber dado con tanta facilidad su bendición a la suspensión del Parlamento, aunque sobre el papel se limite a bendecir las decisiones del Ejecutivo y a hacer caso a lo que le diga Downing Street.
Cuentan que lo primero que hace por las mañanas la reina Isabel, gran aficionada a la equitación y propietaria de un puñado de corceles, es leer mientras se toma el café el Racing Post, un periódico dedicado a las carreras de caballos. Sería interesante saber hasta qué punto lee las noticias sobre el Brexit o si ha pedido a sus asesores, por ejemplo, que le expliquen lo que es la salvaguarda irlandesa (las medidas para impedir una frontera dura entre el Ulster y la República y garantizar la integridad del mercado único). Y uno de los secretos mejor guardados del reino es si, en el fondo de su
Isabel II tampoco está contenta por haber tenido que bendecir a Johnson la suspensión del Parlamento
corazón, es partidaria de la permanencia o salida de Europa.
Lo que desde luego le importa a la reina, y mucho, es no verse enfangada ni en la independencia de Escocia (la primera ministra Nicola Sturgeon está presionando muy fuerte para una nueva consulta) ni en la crisis del Brexit, ni en el dilema constitucional que atraviesa el país por el empeño de los sucesivos gobiernos de Theresa May y de Boris Johnson en actuar como regímenes autoritarios, imponiendo sus decisiones si es posible sin consultar tan siquiera con un Parlamento donde una clara mayoría de diputados son contrarios a la salida de Europa. Downing Street sostiene que el resultado del referéndum del 2016 tiene prioridad sobre cualquier otra consideración, pero los Comunes estiman que ellos son los legítimos representantes del pueblo, y su misión es controlar al Ejecutivo e impedir sus excesos.
“No le pedí a la reina que hiciera nada impropio, sólo que arqueara la ceja medio centímetro”, ha contado Cameron en un documental vinculado a la publicación de sus memorias. El palacio de Buckingham no ha emitido ningún comunicado, pero fuentes próximas han comentado que “hacer públicas las conversaciones confidenciales no facilita para nada las relaciones entre la reina y sus primeros ministros”. Los caballos, debe pensar Isabel II, son más nobles que los políticos.