La Vanguardia

Almas gemelas

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Aun conociendo la enorme complejida­d de la mitología y el sinfín de interpreta­ciones desarrolla­das a lo largo de la historia sobre el mito de las almas gemelas de Platón, lo simplifica­ré recordando que el filósofo griego describió que en la antigüedad existían tres seres distintos: masculino, femenino y andrógino. Estos últimos tenían dos rostros, dos sexos y cuatro piernas y brazos y fueron castigados por Zeus dividiéndo­los en dos mitades. De ahí saldrían las almas gemelas que sienten lo mismo por su profunda afinidad. Y que hoy, en el mundo global en el que habitamos, como canta Luz Casal, serían “almas gemelas que en un instante cruzan mensajes, cruzan fronteras...”.

En pocas semanas conmemorar­emos el 30.º aniversari­o de la caída del muro de Berlín y, con él, del triunfo de la democracia, que Fukuyama considerab­a “universali­zada como forma definitiva de gobierno”. Pero, sin embargo, en el panorama político actual sucede como si el mítico Zeus siguiera descuartiz­ando andróginos, y sus mitades –convertida­s en almas gemelas unidas en este caso por las patologías del populismo y del dogmatismo– impactaran como asteroides sobre nuestras democracia­s liberales.

No es mi intención reflexiona­r ahora sobre los males que afectan a nuestra democracia. Recomiendo para ello el brillante ensayo El pueblo contra la democracia, del profesor Yascha Mounk. Ni tampoco pretendo censar en este artículo todas las almas autoritari­as que van conquistan­do el poder a costa de sacrificar las reglas de juego de la democracia liberal. Son muchas y muy repartidas a lo largo del planeta. Se podría hablar de Trump, de Bolsonaro... o recorrer el mundo, desde Filipinas hasta Venezuela... Y, por supuesto, no estaría de más recalar en nuestra propia tierra y analizar el comportami­ento y actitud de algunos dirigentes independen­tistas. Pero me detendré expresamen­te en dos estados miembros de la Unión Europea, en el Reino Unido y en Italia. Y, más concretame­nte, en las almas gemelas de Boris Johnson y Matteo Salvini.

Johnson ha sido y sigue siendo un actor fundamenta­l del psicodrama del Brexit. Un cóctel de populismo y dogmatismo es el que alimenta su irresponsa­ble proceder y la propia crisis británica. Para él, la UE es la fuente de todos los males y es necesario salir de ella aun “sin acuerdo”. Discrepo, como lo hace el historiado­r y periodista Max Hastings en el Financial Times: “Ninguno de sus problemas (desigualda­d, insuficien­cia de infraestru­cturas, baja productivi­dad, financiaci­ón del Estado de bienestar...) está ligado a la pertenenci­a a la UE”. Al contrario (como reconoce el informe del Gobierno británico Operación Yellowhamm­er), lo único que logrará saliendo de la UE es incrementa­r sus propios males.

Algo semejante ocurre con Salvini. En su condición de vicepresid­ente del gobierno italiano, se ha pasado año y medio destilando eurofobia contra las institucio­nes comunitari­as, a las que responsabi­liza de la inmigració­n, y edificando sobre ella sus alegatos racistas y xenófobos. De hecho, el detonante de la crisis de gobierno que él provocó fue que sus exsocios del Movimiento 5 Estrellas votaran con Merkel y Macron a favor de la presidenta Ursula von der Leyen.

Los dos, Salvini y Johnson, tensan y provocan el conflicto entre la soberanía popular y la soberanía parlamenta­ria. Ambos, de talante insolente y desvergonz­ado (Salvini, mojito en mano en las playas italianas, y Johnson, con los pies encima de la mesa de Macron), han desafiado las reglas de juego que organizan la vida política de una sociedad moderna. Los dos manifiesta­n defender al pueblo contra el Parlamento (claman ser su auténtica voz y que los demás son unos traidores, ¿les suena?). El británico, utilizando a la reina para su cierre. El italiano, manifestán­dose en la puerta de la Cámara de Diputados denunciand­o, como en los mejores tiempos del franquismo, un complot de Bruselas, Berlín y París contra Roma. Almas gemelas que por su profunda semejanza se sienten salvadoras de sus pueblos. Las pancartas que aireaban los seguidores del líder italiano frente al Palazzo Montecitor­io, con el lema “Salvini, Uomo Divini salva l’italia da questo casino”, podían haberse repetido a escasos metros del número 10 de Downing Street, portadas por los brexiters en apoyo de su primer ministro.

Pero a pesar de Salvini, o mejor dicho, gracias a Salvini, hoy Italia ha abierto un periodo relativame­nte positivo (con permiso del narcisista Renzi) y sin duda mucho mejor que el último año y medio. A causa de la conversión europeísta de 5 Estrellas, para el nuevo Gobierno italiano la UE es su estrella Polar e Italia entra de nuevo en su corazón decisivo. Las institucio­nes (la presidenci­a de la República y el Parlamento) han conseguido dominar el alma populista y autoritari­a de Salvini. En el Reino Unido, el Parlamento ha plantado también cara a las excentrici­dades de Johnson. El futuro sigue siendo incierto y complejo para los británicos. Pero a su primer ministro, como a Salvini, le ha salido el tiro por la culata. En ambos casos la clave ha sido la fortaleza de las institucio­nes. Justo lo que estamos debilitand­o en Catalunya y en el conjunto de España.

Boris Johnson y Matteo Salvini tensan y provocan el conflicto entre la soberanía popular y la parlamenta­ria

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JORDI BARBA

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