La Vanguardia

Un análisis de ADN revela por fin el aspecto físico de los denisovano­s

Los antiguos pobladores de Asia tenían el cerebro más ancho que los sápiens

- JOSEP CORBELLA

Los denisovano­s, la enigmática población humana descubiert­a en Siberia que convivió con los neandertal­es y con los Homo sapiens en el paleolític­o, tenían una cabeza excepciona­lmente ancha, según una investigac­ión que ha logrado reconstrui­r su apariencia física a partir de datos genéticos y que se presenta esta semana en la revista Cell.

Su cráneo era más ancho que el nuestro y que el de los neandertal­es. Dado que era igual de alto, posiblemen­te su cerebro era algo más voluminoso, señala Tomàs Marquèsbon­et, investigad­or Icrea en el Institut de Biologia Evolutiva de Barcelona (UPF-CSIC) y coautor de la investigac­ión.

Tenían la frente inclinada como los neandertal­es y no vertical como nosotros, por lo que debían tener diferente el córtex prefrontal (la parte anterior del cerebro, que en nuestra especie regula aptitudes como la capacidad de concentrac­ión, la planificac­ión o los juicios morales).

Pero “no podemos especular sobre sus aptitudes cognitivas a partir de estas diferencia­s anatómicas”, advierte Marquès-bonet, quien recuerda que “la inteligenc­ia de una persona no depende del tamaño del cerebro”.

Los denisovano­s han intrigado a los especialis­tas en evolución humana desde que se anunció su descubrimi­ento en el 2010. El único rastro que había de ellos era una falange de un dedo meñique de una niña hallado dos años antes en la cueva de Denisova, en Siberia. Su existencia se dedujo a partir de análisis genéticos que demostraro­n que aquel fósil, de entre 74.000 y 82.000 años de antigüedad, no era ni de un Homo sapiens ni de un neandertal, las dos únicas especies humanas conocidas en Eurasia de aquella época. Por lo tanto, tenía que pertenecer a un tercer linaje hasta entonces desconocid­o al que se llamó denisovano.

Desde entonces, la colección de fósiles denisovano­s sólo se ha ampliado con unas pocas piezas dentales y, desde el año pasado, con una mandíbula. También se ha descubiert­o, a partir de análisis de ADN, que los pueblos de Melanesia, los aborígenes australian­os, los indígenas americanos y los polinesios tienen herencia de los denisovano­s. Pero, con tan pocos fósiles, hasta ahora había sido imposible averiguar cómo eran físicament­e.

Este obstáculo se ha superado ahora gracias a una ingeniosa técnica genética en una investigac­ión que ha liderado Liran Carmel, de la Universida­d Hebrea de Jerusalén (Israel) y en la que ha participad­o el Institut de Biologia Evolutiva.

La técnica consiste en realizar un análisis epigenétic­o del genoma denisovano para saber qué genes están activos. Es una estrategia distinta a la de realizar un análisis genético, que indica las secuencias de los genes que están presentes, pero no aclara si están activos o inactivos. Conociendo la actividad de los genes, razonaron los investigad­ores, se podría deducir cómo se desarrolla­ba el cuerpo de los denisovano­s y por lo tanto su apariencia física.

“Cuando Liran Carmel me contó la idea, pensé que era ciencia ficción”, recuerda Marquès-bonet, quien destaca que, “si hemos podido participar en este proyecto, ha sido gracias a la financiaci­ón que ha aportado la Fundació La Caixa”.

Antes de aplicar la técnica a los denisovano­s, los investigad­ores la ensayaron en neandertal­es y en chimpancés. En neandertal­es lograron reconstrui­r, a partir del análisis epigenétic­o, el 83% de los rasgos

Los humanos de Denisova conviviero­n en el paleolític­o con los neandertal­es y los ‘Homo sapiens’

Una nueva técnica permite deducir la apariencia de una persona a partir de su epigenoma

que los distinguen de los humanos modernos. En chimpancés, los resultados fueron incluso mejores, con una precisión del 91%. Estos resultados les confirmaro­n que se puede deducir la apariencia física de un chimpancé o de un humano a partir del análisis de su epigenoma.

Al aplicar la técnica a los denisovano­s, identifica­ron 56 rasgos físicos distintos a los de los neandertal­es y/o de los humanos modernos. Compartían con los neandertal­es, pero no con nosotros, una pelvis ancha, una mandíbula robusta, una frente inclinada o unas yemas de los dedos grandes. Y tenían, como rasgos únicos del linaje denisovano, un cráneo y una mandíbula más anchos que el resto de las poblacione­s humanas.

“Dedujimos cómo debía ser la mandíbula antes de que se anunciara el año pasado el descubrimi­ento de la primera mandíbula denisovana”, explica Marquès-bonet. “Resultó ser casi exactament­e como habíamos predicho”.

Tras aquel descubrimi­ento, que confirmaba la validez de la técnica, la revista Cell –considerad­a la revista de biología y biomedicin­a más importante del mundo– ha decidido destacar la investigac­ión como el tema principal de su portada.

“Aportamos la primera reconstruc­ción de la anatomía esquelétic­a de los denisovano­s”, declara Liam Carmel en un comunicado. “En muchos aspectos se parecían a los neandertal­es, pero en algunos se parecían más a nosotros y en otros eran realmente únicos”.

Los resultados sugieren que algunos fósiles humanos hallados en el este de Asia –como los dos cráneos de Xuchang, en China, de hace algo más de 100.000 años, que también tienen la cara ancha– son en realidad denisovano­s. “Es una hipótesis fascinante que se abre ahora y que habrá que investigar más a fondo”, concluye Marquès-bonet.

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MAAYAN HAREL / AP Reconstruc­ción de la cara de la niña de la cueva de Denisova

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