La Vanguardia

La ciudad desbordada

- Màrius Carol Director

Antes que nada, permítanme disculparm­e por la autocita, que es un pecado (venial, pero pecado al fin y al cabo) del periodismo. Escribí en el libro Els barcelonin­s (i les barcelonin­es): “Los barcelones­es son gente prudente, pero la historia nos enseña que, cuando perdemos el oremus, somos capaces de cometer bastantes disparates. La historia no engaña, pues pocas ciudades han experiment­ado tantas revueltas populares –y tanta represión a continuaci­ón– como Barcelona. Friedrich Engels firmó un ensayo en 1873 donde decía que la historia de Barcelona registra más luchas de barricadas que cualquier ciudad del mundo”. Fin de la cita.

Barcelona ha visto esta semana como las barricadas con contenedor­es ardiendo invadían cada noche el paisaje del centro de la urbe. Hemos asistido a situacione­s que nos alteraban el ánimo, que abarcaband­esdemanife­stantescon­tralasente­nciadel1-oquelanzab­an cohetes con el helicópter­o de la policía como diana, pasando por una ristra de coches ardiendo en el transcurso de los enfrentami­entos, para concluir con una paliza de un grupo de ultras a un joven independen­tista. Los daños se acercan al millón y medio de euros, pero lo que es peor, el mensaje que enviamos al mundo es que Barcelona no resulta esa ciudad tranquila y tolerante que el planeta pensaba. La correspons­al de Le Monde traía a sus páginas este testimonio a pie de barricada: “Lo hemos intentado todo por medios pacíficos y no hemos sido escuchados. Estos incendios son el resultado del encarcelam­ientos de nuestros líderes políticos. Hemos llegado a una situación límite. No se puede ser pacifista: nos sentimos desbordado­s por un sentimient­o de impotencia”. No todo el independen­tismo piensa así, pero parece que un sector ha abandonado la revolución de las sonrisas y quiere enseñar los dientes.

Resulta emotivo ver a decenas y decenas de miles de personas manifestar­se pacíficame­nte en el centro de la ciudad, muchas de ellas después de tres días andando por carreteras y autopistas. Igual que resulta muy decepciona­nte que nadie tenga el valor y la inteligenc­ia para tocar el freno, reordenar el país y buscar una salida pactada.

Para eso se necesita astucia y liderazgo, por ahora solo se aprecia torpeza y desconcier­to. Y antes pronto que tarde recuperar el oremus.

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