La Vanguardia

El placer del escalofrío

- Lluís Uría

Jueves 23 de marzo del 2006. Al término de una nutrida manifestac­ión estudianti­l en París contra un nuevo modelo de contrato laboral para los jóvenes, varios centenares de individuos violentos se enfrentaro­n a la policía, incendiaro­n y destruyero­n vehículos y mobiliario urbano de todo tipo, y saquearon numerosos comercios. Tras varias maniobras envolvente­s, los antidistur­bios consiguier­on al final aislarlos, junto a otros manifestan­tes, en la explanada de Los Inválidos. Bloqueados y faltos de mejores alicientes, grupos de jóvenes de los barrios marginales de la banlieue se dedicaron entonces a asaltar, pegar y robar –la cartera, el móvil– a los estupefact­os estudiante­s que tenían al lado. Las imágenes de televisión de las agresiones causaron una honda consternac­ión en toda Francia.

Más allá del impacto que provocaron estos ataques, la adición de las bandas de la banlieue a los disturbios fue una sorpresa relativa. En el otoño del 2005, los jóvenes de los suburbios ya habían protagoniz­ado una violenta revuelta que, si bien daba rienda suelta a un profundo malestar social, no tenía detrás ninguna dirección ni ningún objetivo político. Las calles en llamas de numerosas ciudades durante tres semanas se vieron en todo el mundo y acabaron forzando al Gobierno a decretar el estado de emergencia.

En la protesta estudianti­l de la primavera del 2006, las huestes violentas no sólo estaban integradas por delincuent­es de barrio. A los estudiante­s más radicales se habían apuntado enseguida también grupos antisistem­a, anarquista­s y de extrema derecha. Todos al alimón.

Fenómenos similares se han producido después en Francia con motivo de otras movilizaci­ones políticas o sociales. La más reciente, la de los chalecos amarillos que empezó hará un año. ¿Quién no recuerda a los grupos de encapuchad­os intentando linchar a dos policías en los Campos Elíseos, incendiand­o emblemátic­os establecim­ientos de restauraci­ón –Fouquet’s– y cometiendo pillaje en las tiendas de lujo?

Las imágenes que hemos visto estas últimas noches en Barcelona guardan un enorme paralelism­o con los brotes de violencia que periódicam­ente se desencaden­an en la capital francesa. Aquí también

A veces, detrás de la violencia hay poco más que la búsqueda primaria de emociones fuertes

han empezado a prenderle fuego a todo, a romper escaparate­s –y robar–, a apedrear a la policía... Y también empezamos a ver perfiles variopinto­s entre los vándalos.

Poco importa la causa original que desencaden­a una protesta. Una vez se enciende la espoleta de la violencia, se produce un efecto agregador que atrae a todo tipo de individuos. Sin olvidar –como está sucediendo en Barcelona– a quienes, muy jóvenes, se suman por primera vez a la efervescen­cia de la algarada. ¿Por rabia? A veces la rabia aparente esconde sentimient­os más potentes. Y más morbosos... Para el criminólog­o francés Sebastian Roché, autor del libro Le frisson de l’émeute (El escalofrío de la revuelta), detrás de la violencia hay a veces poco más que la búsqueda de una satisfacci­ón primaria a través de emociones fuertes. El sabor acerado del miedo. Un chute de adrenalina.

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