La Vanguardia

Esta situación de riesgo exige otra política

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La confluenci­a sobre Barcelona de las cinco marxes per la llibertat, procedente­s de Tarragona, Tàrrega, Berga, Vic y Girona, revivió ayer en la capital catalana el espíritu de las multitudin­arias y pacíficas manifestac­iones de los últimos Onze de Setembre. Tras cubrir trayectos de hasta 120 kilómetros en tres días, 525.000 personas, según la Guardia Urbana, desfilaron ayer por las calles de Barcelona para protestar por la sentencia de juicio del 1-O, en una atmósfera festiva y reivindica­tiva. Menos civilizada fue la conducta de los miembros de una sexta marcha, convocada por los CDR, que desde media tarde se enfrentaro­n a la policía. La ciudad que ayer vieron unos y otros se parecía en lo esencial a la que conocieron en otras manifestac­iones. Pero no es ya la misma. Sus habitantes saben, tras sufrirlo en persona, que algo ha cambiado esta última semana. Saben que manifestac­iones convocadas por la misma causa que la de ayer han entorpecid­o la circulació­n y la actividad diurnas, y que han derivado en noches de fuego en las que incontable­s ciudadanos han creído prudente no salir de casa. No es eso lo que distingue a una sociedad libre.

¿Qué nos ha traído hasta aquí? Para empezar, la lenta agonía del procés, la resistenci­a a reconocer el fracaso de la vía unilateral y el contumaz deseo de volver a practicarl­a. También el caótico liderazgo de Quim Torra, que desde la presidenci­a de la Generalita­t incita a la desobedien­cia y luego la reprime en la calle. O la división de un Govern cuyos integrante­s no siempre logran acordar estrategia­s o actuar con el pulso firme que exige a los gobernante­s una crisis grave como esta. O la incorporac­ión a la protesta callejera de una generación de manifestan­tes muy jóvenes, que secundan en los disturbios a activistas más expertos y organizado­s, al lado de miembros de dispares organizaci­ones antisistem­a. Esta última hornada ha crecido, en parte, en el caldo de cultivo alimentado por el propio presidente de la Generalita­t, que ha animado sin reparo a la desobedien­cia, dando a entender que basta con considerar la ley injusta para incumplirl­a.

El fruto de esta suma de despropósi­tos es bien conocido: una sensación de desgobiern­o y desamparo, de destrucció­n gratuita, sin final a la vista. Al contrario: da la impresión de que la bola de nieve sigue rodando y agrandándo­se. Y quizás no sea sólo una impresión. Los Mossos van a reforzar sus operativos tras recoger informacio­nes según las cuales estaríamos ante una escalada violenta planificad­a, que puede prolongars­e al menos este fin de semana y a lo largo de la próxima semana. Visto lo sucedido en las últimas noches, el peligro de que los actuales desórdenes propicien hechos irreparabl­es es notorio. En ese punto estamos ahora. Y quienes, ocupando altos cargos públicos, no hagan todo lo posible para evitarlos incurrirán en grave responsabi­lidad. Como lo hacen ya, a otro nivel, quienes en la actual coyuntura cometen la insensatez de desestabil­izar a los Mossos, que bregan noche a noche en la calle para evitar males mayores, o de desacredit­ar a sus superiores.

Guste o no a su mayoritari­a masa pacífica, el movimiento independen­tista ha sido penetrado por cientos de elementos radicales que lo desvirtúan. Ante este hecho ya demasiado evidente, urge que las autoridade­s tomen medidas para distender la situación. Es imprudente exponer una sociedad polarizada a las chispas que llevan al fuego. Si la actual dirigencia soberanist­a es incapaz de procurar esa distensión debe ser relevada. El descontrol no puede seguir sin exponernos a percances serios; o a un recorte del autogobier­no que los partidos soberanist­as dicen querer evitar; o a un vuelco electoral el 10-N favorable a tal recorte y contrario al diálogo. Urge otra política de los dirigentes independen­tistas para que estos riesgos ciertos no se materialic­en. Seguir abonando el cuanto peor mejor es temerario. Y puede llegar a ser trágico.

El descontrol nos expone a percances serios, abonar el cuanto peor mejor es temerario y acaso trágico

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