Defensores de Barcelona
No todo han sido noticias preocupantes a lo largo de una semana marcada en Barcelona por los cortes de tráfico y las noches de fuego. En términos generales, el recuerdo que guardaremos de estos días estará en efecto asociado a las barricadas ardiendo y a los enfrentamientos entre manifestantes violentos y policía; también –esto es más inquietante– a la radicalización de jóvenes que han contribuido con entusiasmo digno de mejor causa a los altercados. Pero sería erróneo, e injusto, no mencionar ni agradecer explícitamente la reacción de los funcionarios y de los ciudadanos que se han erigido en defensores de Barcelona. Que han reparado, en la medida de lo posible y con diligencia, los desperfectos causados en la vía pública y en el mobiliario urbano de tantos rincones de la ciudad que han sufrido altercados en carne propia.
Quien durante los últimos días haya paseado por Barcelona después de medianoche, inmediatamente después de los destrozos, retendrá en su memoria imágenes entristecedoras y una sensación de rechazo e impotencia. Contenedores en llamas o ya semifundidos sobre el asfalto y humeantes, barricadas encendidas, coches calcinados, lanzamientos cruzados de adoquines y de balas de goma o de foam, árboles chamuscados, semáforos vandalizados... Este paisaje de destrucción ha sido al poco y en parte reparado por los servicios de limpieza municipales, que han trabajado a destajo de madrugada para que, al amanecer, Barcelona despertara de la pesadilla con un aspecto en el que se reconociera; para que la vida siguiera en la ciudad. El esfuerzo extraordinario llevado a cabo por estos trabajadores merece el agradecimiento colectivo. Como también lo merece, y desde luego no menos, el de los policías que muy pocas horas antes arriesgaron su integridad para aplacar la ira de los manifestantes y limitar el alcance de los destrozos. O los bomberos que protegieron los edificios a los que más se acercaron las llamas. Ninguno de estos cuerpos puede ni debe bajar la guardia.
Es también de justicia agradecer la actuación de tantos ciudadanos que, sobreponiendose al sentimiento de extrañeza y desolación que produce la viciosa destrucción de la propia ciudad, han tomado parte en estas tareas de recuperación. Que durante las noches encendidas defendieron los contenedores de su esquina como algo propio, porque lo era. Que ya llegado el día limpiaron fachadas, retiraron escombros, barrieron aceras y restauraron sus porterías o sus comercios para reanudar al punto la actividad cotidiana.
Aquí, como en toda gran urbe, conviven personas muy diversas. Queremos aplaudir la actitud de todas aquellas que, guiadas por la autoestima y el afecto a Barcelona, han corrido a curar sus heridas y a reparar su orgullo.
Es de justicia agradecer el trabajo de funcionarios y ciudadanos que han curado
las heridas de la ciudad