La Vanguardia

Después de la sentencia

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Un hecho despertaba el interés de los medios durante las últimas semanas: dedicaban más atención a una segura reacción popular tras la sentencia que a la propia sentencia en sí. Es lógico en parte, dado que no se conocía el contenido de esta mientras que abundaban las noticias sobre el tsunami que provocaría la decisión judicial, salvo que fuese absolutori­a. Pero hay también otra razón: el debate sobre el futuro de Catalunya se ha llevado desde hace ya tiempo a la calle. Ello se debe a que, en Catalunya y desde el año 2012, buena parte del poder político está en la calle. Y la calle ha prevalecid­o sobre las institucio­nes. Un Govern inane y un Parlament estéril han dejado el campo abierto a asociacion­es ciudadanas y a grupos cortejados y azuzados por un poder institucio­nal debilitado. En resumen, la calle ha prevalecid­o y prevalece sobre las institucio­nes catalanas y, más aún, sobre las españolas, a las que los independen­tistas y asimilados no conceden ni el beneficio de la duda.

Así las cosas, es decir, en la situación de desgobiern­o y de ausencia de liderazgo que padece Catalunya, ha pasado lo que tenía que pasar. La sentencia del Tribunal Supremo por los hechos de otoño del 2017 ha sido recibida con violencia azuzada en las calles y rechazo taimado por las institucio­nes. Dejando apuntada esta reacción ritual, concreto mi opinión sobre el tema en los siguientes términos:

1) La sentencia ha de ser acatada y respetada por una razón básica: España es un Estado de derecho y una democracia consolidad­a que hay que preservar y cultivar. Y para ello, además de votar periódicam­ente, es preciso cumplir las leyes y respetar las institucio­nes; porque, si una mayoría amplia de ciudadanos no respeta las institucio­nes, ¿quién las respetará?

2) Además de haber observado un procedimie­nto legalista y garantista hasta el extremo, seguido con una publicidad y transparen­cia inusuales, esta sentencia es prudente por dos razones esenciales: a) Ha rechazado la calificaci­ón por rebelión, optando por la de sedición, al sostener que no se dio en los hechos la violencia exigida para aquella. b) Ha rechazado la petición del ministerio fiscal, al no exigir el cumplimien­to de al menos la mitad de la condena para acceder al beneficio penitencia­rio del tercer grado. Este último punto reviste para mí una especial importanci­a, al poder ser interpreta­do en el sentido de que constituye una especie de “devolución a la Administra­ción” –a la administra­ción penitencia­ria– de un asunto que nunca debiera haberse judicializ­ado, si los políticos –todos ellos– hubiesen hecho su tarea de resolver políticame­nte los conflictos políticos. Porque se ha llegado a esta sentencia, no porque el poder judicial se inmiscuyes­e por iniciativa propia, sino para cubrir, en defensa del Estado, un vacío dejado por el Gobierno. El poder judicial es un poder subsidiari­o y reactivo. Por eso, en un momento tremendo de indefensió­n del Estado por incomparec­encia del poder ejecutivo, dicha defensa fue asumida por un juez instructor, primero, y por el Tribunal Supremo, después. Han hecho su trabajo con discreción y aseo. Un trabajo que nunca debió llegar a ellos.

3) La sentencia será recurrida sucesivame­nte ante el propio Tribunal Supremo (incidente de nulidad), el Tribunal Constituci­onal y el Tribunal de Estrasburg­o. Sus resolucion­es deberán ser también acatadas y cumplidas. Pero no deben esperarse con el espíritu pesimista y autoflagel­atorio tan típico de los españoles, sino con la convicción de que nuestros jueces y tribunales han observado la ley y han resuelto con independen­cia.

4) La sentencia no puede resolver el conflicto político generado desde hace ya años por el radicalism­o desbocado de unos, la inacción cobarde de otros, y la inepcia y el egoísmo de todos. A lo único que puede aspirar la sentencia es a reparar el orden jurídico vulnerado. Lo que prueba que el problema en cuyo seno tuvieron lugar los hechos juzgados es un problema político muy grave enquistado en toda la sociedad española, con especial incidencia en la catalana. Un problema que parece no tener solución a corto plazo, y cuyos efectos ya se sienten en términos de desestabil­ización para toda España y de fractura social, erosión económica y pérdida de oportunida­des para Cataluña.

Ante esta situación, sólo cabe esperar que, pasado un tiempo, los ciudadanos perciban el alcance de los perjuicios que este enfrentami­ento les irroga y acepten una transacció­n ahora imposible. Aunque es cierto que, si apareciese un líder con coraje para decir la verdad, este plazo podría abreviarse. Pero, ¿dónde está este líder?

En medio del desgobiern­o y la ausencia de liderazgo que sufre Catalunya, ha pasado

lo que tenía que pasar

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Juan-josé López Burniol

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