Las dictaduras del ‘low cost’
Los turistas hubieran preferido no venir, pero como no les devolvían el dinero se aguantan
Tres veinteañeros anglosajones arrastran sus maletas por el Raval, buscan su apartamento en las pantallas de sus teléfonos. “Bueno –dicen resignados, mientras cotejan los números analógicos de los edificios–, habríamos cambiado el viaje si hubiéramos podido, pero es que no nos devolvían nada del billete de avión ni del apartamento. Así que...”. Son las dictaduras del low cost, el alojamiento clandestino y el reembolso tipo lo que se da no se quita. Obligan a férreos compromisos. “¿Y tú puedes decirnos dónde queman los coches por las noches?”, pregunta otro de los veinteañeros anglosajones. “¿Se puede ir a los bares?”, tercia otro, preocupado. “¿Se puede ir a la Rambla?”.
Son quienes compran los billetes de avión a falta de pocos días quienes en el último momento se echaron atrás, quienes cambiaron Barcelona por Atenas, Roma, Málaga... Sí, la mayoría de bares del Raval están abiertos, y también los del Gòtic, el Born, la Barceloneta... A pesar de ello, la industria de la diversión destinada al visitante ocasional funcionó ayer a un par de revoluciones por debajo del habitual por estas fechas. Al mediodía habías mesas libres en las terrazas dispuestas frente a la iglesia de Santa Maria del Mar.
“Vamos haciendo, la cosa está flojita, pero vamos haciendo”, dice una comerciante del mercado de la Boqueria al tiempo que despacha vasos de zumos. Estas palabras se convirtieron ayer un mantra que se repitió al otro lado de innumerables barras y mostradores. “Quizás sean menos –abunda la comerciante de los zumos de la Boqueria–... Pero los guiris vienen un par de días y no tienen más remedio que venir a la Boqueria, no pueden marcharse sin visitar el mercado, pase lo que pase, pero la gente de Barcelona sí que se está quitando de en medio”.
En el mercado de Sant Antoni el número de paradas abiertas fue muy superior al de las de la Boqueria, pero la mayoría de las que cerraron junto a la Rambla son las dedicadas a productos frescos no preparados. Las de brochetas de fresas con chocolate, bandejas de pescado frito y cucuruchos de tacos de jamón sí que levantaron sus persianas. “No, no sabemos lo que pasa –dice una pareja de franceses comiendo un plato para llevar en la plaza de la Gardunya–. En el hotel nos dijeron que nos movamos por la Rambla, que no nos vayamos muy lejos, sobre todo por la tarde. Sí, por la tarde todo se enrareció.
Además, el fuerte dispositivo policial desplegado afectó a muchas de las industrias entre otras cosas auxiliares del turismo. El número de captadores de clubs de fumadores de cannabis clandestinos que pululan por la Rambla y aledaños del Gòtic en busca de turistas fue muy inferior al propio de cualquier viernes. En los alrededores de la parada de metro de la Barceloneta pequeños grupos de manteros tratan de averiguar si los agentes están ahí para impedir que ellos se instalen frente mar o quizás para otros menesteres... Un mimo que acostumbra a hacerle gracias a los niños para pedir unas cuantas monedas a sus padres está vendiendo estelades.
A medida que avanza el día los
Un mimo que acostumbra a hacer gracias a los hijos de los visitantes vende estelades en la Rambla
primeros participantes de las marchas en llegar a la ciudad aprovechan que lo hicieron con tiempo para pasearse por la Rambla. Poco a poco unos y otros se mezclan. “La verdad es que no sabemos de dónde salió tanta gente –dijeron muy sorprendidos, tras caer la tarde, una pareja de canadienses de origen coreano–. No se puede caminar, ¡es increíble!”. “Sabíamos que estaba pasando algo en Barcelona, pero no parecía tan grave. “Además, ya habíamos pedido los días en el trabajo, y los pasajes nos costaron mucho dinero...”. “Hemos pasado la mañana en el barrio de Gràcia, y viendo edificios de Gaudí... y de repente apareció un montón de gente ”. “No, no sabemos lo que está pasando”. “Pero es todo muy festivo”. “¿Hay enfrentamientos? No hemos visto ninguno, afortunadamente ¿dónde están los enfrentamientos?”