Cien años de Berger
Por fin, ha llegado el ansiado protagonismo del sector olvidado del armario; aquel popurrí de prendas cuyos planes de triunfar se han retrasado en exceso debido a la energizante vida del verano cuyos últimos coletazos se sintieron hasta hace pocas horas. Sin embargo, este sorpresivo y lógico cambio climatológico me ha pillado al otro lado del Atlántico, concretamente a nueve mil kilómetros de Madrid, en un país al que tanto admiro: México.
En esta ocasión la familia de joyeros Berger me acogió con el enorme cariño y la extraordinaria generosidad que les caracteriza. Siempre me inunda la misma explosión sentimental al aterrizar en el país azteca. Su perenne calidez me transporta directamente a un submundo del que luego cuesta despedirse, todo ello unido a una compañía de excepción que nuevamente, ha hecho de esta visita otoñal, una experiencia memorable.
Mi presencia en el País de las Maravillas se debía a una expresa invitación para celebrar el centenario de la joyería Berger; una empresa familiar que con su impecable tenacidad, ha podido mantenerse en lo más alto luchando contra la avalancha de poderosos competidores mundiales que en muchas ocasiones encapotan la proyección de pequeños negocios con las mismas ambiciones. Los Berger celebraron su cien cumpleaños con una semana cargada de presentaciones y eventos, todo ello, en la propia joyería, para homenajear el hogar que tanto les ha dado durante este tiempo. Este aniversario tan especial coincidía además con el lanzamiento de su libro Berger cien años, en el que se narra el éxito de una compañía formada por personas cuyo lema siempre ha sido la humildad y la constancia.
Un negocio admirable que ha sido capaz de perdurar a lo largo de generaciones y cuyos inicios se remontan a principios del siglo XX. Un arduo camino que comenzó su fundador, Álex Elías Berger, un joven tallador de diamantes de origen judío que consiguió escapar a Cuba del infierno de la Segunda Guerra Mundial junto a sus dos hijos y una bolsa de diamantes como único patrimonio. Tras emigrar a México en 1943, su espíritu de superación le empujó a crear lo que hoy en día es una preciosa joyería situada en la mítica calle Mazaryk. En su haber, cuenta con numerosas colecciones albergando además grandes firmas como Bvlgari que también celebraba un brunch para presentar su último reloj Serpenti Seduttori.
Sin duda una escapada mágica en la que realmente he podido disfrutar de la verdadera joya; la gran amistad que me une a Sergio Berger y una familia admirable con la que siempre me siento como en casa. Un viaje intenso con visita obligada al Tamayo y mucho sabor a tequila y a tacos del Contramar.
La familia de joyeros Berger me acogió con el enorme cariño y la extraordinaria generosidad que les caracteriza