La Vanguardia

De vender pañuelos a juez

Howard Jackson, liberiano, consigue la nacionalid­ad española después de 20 años en un semáforo de Sevilla, donde se convirtió en un personaje popular

- ADOLFO S. RUIZ

La tarde que consiguió la nacionalid­ad española, tras sellar el pasado martes su trámite en el Registro Civil de Sevilla, se disfrazó de elfo, “porque para mí hoy es Navidad”. Después, regresó a su puesto de trabajo enarboland­o una bandera de España y otra de Andalucía. Howard Jackson, liberiano de origen, tiene 42 años, de los que lleva más de la mitad viviendo en Sevilla como apátrida.

La mayor parte de las dos últimas décadas las ha pasado Jackson en el semáforo de la plaza de Armas, uno de los más transitado­s de la ciudad. Cada día, haga calor, frío, granice o llueva, escoge uno de sus múltiples disfraces y durante doce horas serpentea entre los coches con su cestillo de pañuelos en bandolera. El resto del día lo dedica a sus estudios jurídicos en la Universida­d de Educación a Distancia (Uned), porque Jackson se ha empeñado en acabar la carrera de Derecho y llegar a ser juez.

Nunca la frase “toda la ciudad le conoce” adquiere más sentido que con Howard Jackson, un personaje casi tan icónico como la Torre del Oro. “Ya puedo decir que soy español, andaluz y sevillano. Que España es mi hogar y que la gente de Sevilla y de toda Andalucía me quiere de verdad”, señala Jackson a este diario, al tiempo que reconoce que “desde que tengo la nacionalid­ad estoy como descolocad­o. Siento que todo es diferente para mí”.

Lo que no ha cambiado es su voluntad de acabar la carrera de Derecho en la Uned “para poder defender a quien tenga vulnerados o en cuestión sus derechos”. Con lo que va ahorrando se matricula en asignatura­s sueltas y ya lleva aprobadas más de una decena. Su aspiración es llegar a juez, aunque sabe que es muy difícil lograrlo.

La historia de Howard Jackson, que se esconde tras una perenne sonrisa y un trato desbordant­e de alegría, es de una dureza terrible. “A los 17 años el gobierno de Liberia me sacó de la escuela para convertirm­e en soldado y luchar contra los rebeldes”, recuerda. Meses de entrenamie­nto militar y preparació­n para algo que Howard no deseaba: “no quería aprender a matar. No quería tener que disparar a nadie, ni que me dispararan, claro”. Así que en compañía de otros jóvenes escapó del cuartel y emprendió la fuga a Europa, sabiendo que “si nos cogían, nos asesinaban allí mismo”.

Jackson asegura que “el camino hasta llegar a Sevilla fue un infierno de tres años de duración”. Llegó una primera vez a Melilla junto a otros 153 jóvenes, pero el gobierno español les deportó a Guinea Bissau, de donde procedía la mayoría, pese a que casi todos solicitaro­n asilo político en España. Allí estuvo varios meses en prisión hasta que volvió a fugarse. De nuevo emprendió el camino, porque “si algo no va a hacer nunca Howard Jackson es darse por vencido”.

“Nuevamente me encaminé hacia Melilla, a través de Argelia. Allí estuve a punto de morir porque tuve que lanzarme de un tren en marcha. Me había equivocado y me llevaba al interior del país en lugar de a la costa, que es donde yo quería ir para montarme otra vez en la patera. En el desierto del Sahara me quedé enterrado en una ocasión por una tormenta de arena y casi muero”, asegura.

Finalmente pudo alcanzar Melilla por segunda vez y, en esta ocasión, sí consiguió quedarse en España. Se le trasladó a Sevilla, de donde no se ha movido desde entonces. Los primeros meses recibió alguna ayuda de las administra­ciones, pero después “me quedé en la calle, sin medios, sin dinero, sin conocer el idioma”. Para sobrevivir se dedicó a vender pañuelos en los semáforos y a disfrazars­e para alegrar la vida a los automovili­stas. Y así durante más de 20 años. “Howard es hoy más sevillano que la gran mayoría de los habitantes de la ciudad, que muchos han nacido después de que yo llegara”, se enorgullec­e.

Hace unos meses se corrió la voz de que había fallecido y las redes sociales se llenaron de mensajes de condolenci­a. “Entonces me di cuenta de que los sevillanos me querían de verdad”, señala un hombre agradecido que insiste en que su principal objetivo, a partir de ahora, es pagar de alguna manera la deuda que ha contraído. Muchos sevillanos han ayudado a Jackson con comida, dinero e incluso pagándole los libros que necesita para seguir estudiando Derecho en la Uned.

Howard no se plantea cambiar su puesto de venta de pañuelos en la plaza Armas, aunque le gustaría un trabajo menos duro. “Uno ya no es el joven que llegó a esta ciudad y los años van pesando”. De momento, piensa cada noche en el disfraz que usará el día siguiente, si se caracteriz­ará de gnomo, princesa, Caperucita Roja, indio o esquimal, sólo con la idea de “arrancar una sonrisa a quienes la vida golpea cada día”, dice él, cuya existencia es un puro ejercicio de superviven­cia.

Jackson padeció el infierno del camino hasta llegar a España, pero tampoco aquí su vida ha sido más fácil. Un vehículo le arrolló en una ocasión mientras vendía sus pañuelos en el semáforo y estuvo varios meses en el hospital. Una madrugada, cinco borrachos le dieron una paliza en la que resultó con heridas graves.

Si algo lamenta de estos años es no haber podido explicar a sus padres, ya fallecidos, que había conseguido llegar a Europa. Ahora que ya tiene la nacionalid­ad española duda si volverá algún día a Liberia. “No lo creo, pero quizá en el futuro me acerque alguna vez a África, ya como ciudadano español”, comenta.

Howard está en una nube con su recién estrenada nacionalid­ad. Y se alegra por sus “hermanos inmigrante­s”, porque su caso puede servir para demostrar que “es posible encontrar una vida mejor en España”. Y no le importa que Ansu Fati haya logrado la nacionalid­ad en pocas semanas mientras a él le ha costado veinte años. “No me gusta el fútbol”, admite.

DURA ADOLESCENC­IA

Con 17 años lo reclutaron como soldado en Liberia, pero escapó porque “no quería aprender a matar”

EN PATERA

En el segundo intento, consiguió llegar a Melilla después de una difícil travesía de tres años

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ADOLFO S. RUIZ Howard Jackson, ayer en Sevilla, disfrazado de pollo

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