La distancia es relativa
Cuando paseaba con su perro Camarón por el parque de l’oreneta y hasta la carretera de les Aigües, Jordi Soler se fijó en que su recorrido era geométrico. En cambio, el orden del perro –que iba de aquí a allá, husmeaba, volvía– era orgánico. En aquella época, estaba leyendo los diarios de Salvador Pániker, y en sus páginas descubrió que el filósofo solía hacer ese mismo camino. De algún modo, seguía sus pasos. Así fue como surgió El mapa secreto del bosque (Debate), que en un mes va por la segunda edición.
Es el lunes de la sentencia. Llueve. Y aún así, el Giardinetto se ha llenado de conocidos y amigos. El editor Miguel Aguilar irá a la Feria de Frankfurt al día siguiente, si no se lo impide la concentración que a estas horas permanece en el aeropuerto del Prat. Use Lahoz tiene previsto un vuelo a París. Han venido Valerie Miles, Ignacio Martínez de Pisón, Juan Antonio Montiel. Malcolm Otero destaca esos cuentos que Soler ve a través de las ventanas de una Sofía nevada, fragmentos de vidas que rescata al pasar por delante y son un elogio de la poesía, dice. En el libro, el autor habla asimismo de Toronto y el mexicano Valle de Bravo, hace reflexiones, lecturas y paseos cotidianos por Collserola. Recorrer cada día el mismo camino nos da una inequívoca sensación de permanencia, apunta. Y al artista Frederic Amat eso le ha recordado que “el camino desaparece mientras lo pienso, mientras lo vivo”, según apuntaba Octavio Paz en El mono gramático. “En esta loa a la deriva, Soler no pone el mundo al revés, sino que ve el revés del mundo”, añade Amat. Y explica que el gran observador es aquel que encuentra lo que no estaba buscando. Así, entiende la vida como puro azar, y el bosque como metáfora de la vida, un escenario de magnetismos.
El martes, el centro de la ciudad arde, y el MNAC, donde se entrega el premio Planeta cuando se cumplen setenta años de la creación de la editorial, parece el palacio de Versalles en 1789. Hasta aquí no llega el humo de los contenedores quemados, pero sí un montón de tuits que, en la mesa de los periodistas, se siguen con más atención que lo que pasa sobre el escenario. Y eso que tanto el ganador, Javier Cercas, como el finalista, Manuel Vilas, son un bombazo. Eran autores estrella del grupo Random House, que los últimos años no para de adquirir sellos importantes. La maniobra de Planeta, llevándose a dos de sus grandes, es una contraofensa en un duelo entre titanes. Random responde enviando a las librerías un montón de ejemplares de sus bestsellers respectivos, Soldados de Salamina y Ordesa. Aprovecha así la promoción del premio de la competencia para vender estos títulos, desde su concesión y hasta que salgan publicadas las novelas del Planeta: Terra Alta, de Cercas, y Alegría, de Vilas.
La alcaldesa Ada Colau se fue antes de que acabara la cena, en la que estuvieron la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, el ministro de Cultura, José Guirao, y (dio la impresión que) menos celebrities que otras veces. La ceremonia se desarrolló con una normalidad forzada, tan alejada de lo que ocurría a unas calles de distancia que el titular podría haber sido: “En otro planeta”. Al final, unas lanzaderas acercaron a los invitados hasta la plaza Francesc Macià. Cuando Gemma Lienas llegó a su casa, pasada la medianoche, aún había hogueras en Jardinets de Gràcia. El jueves por la tarde, la zona vuelve a estar colapsada, y ella teme no llegar a tiempo a la +Bernat, donde Laura Freixas presenta Amínomeibaa pasar, acompañada de Clara Usón. Las dos tienen bastante en común: vivían en el mismo barrio, sus madres eran muy lectoras, ambas estudiaron derecho. Freixas se casó con un hombre rico y tuvo hijos, dejó de trabajar. Por su parte, Usón ejerció de abogada y se alegra de ser soltera. Han acabado escribiendo, pero les daba pudor decir que eran escritoras: “Lo que en los hombre es una ambición loable, en las mujeres es egoísmo, te tratan de pretenciosa”, dice Freixas.
Publicado por Ediciones B, el libro “no miente ni es autocomplaciente; es irónico y aborda las contradicciones del ser humano”, dice Usón. Freixas quería aportar una visión más compleja de la que a veces da el feminismo, reconociendo las ambivalencias y dudas que tienen las que quieren ser madres. Es cierto que hay mucha presión social, reconoce, pero ella necesitaba llenar un vacío. Como le costó conseguirlo, la maternidad se convirtió en una obsesión y en un símbolo de la injusticia cósmica. “El mundo se vuelve una fiesta a la que no estás invitada”, explica. Cuando se quedó embarazada, había leído sobre adulterios, sobre guerras y aventuras, pero apenas había literatura acerca de esto, aunque haya partos todos los días. Usón apostilla: “Si los hombres tuvieran la regla, habría ensayos sobre la regla”. Y pregunta: “¿Cuándo te diste cuenta de que tu marido era tu jefe?”. Al querer separarse, contesta ella: “Ahí es cuando entiendes que lo vuestro ha sido una relación laboral en la que no tenías derechos”.
Y cita esta frase de Kierkegaard, que sirve para deambular, para distanciarse hasta ver las cosas con perspectiva, para asimilar esta semana: “La vida sólo se entiende mirando hacia atrás, pero ha de vivirse hacia adelante”.
Laura Freixas cita a Kierkegaard: “La vida sólo se entiende mirando hacia atrás, pero ha de vivirse hacia delante”