La Vanguardia

Mantras para aguantar

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En el frontal de la mesa tengo colgados dos papelitos que me arropan desde hace décadas. Son mantras particular­es. Me han acompañado en lo bueno y en lo malo y han resistido varios cambios de director, algunos traslados de piso, todos los vaivenes de sección, incluso las odiseas de ubicación cuando, años ha, errante como el pueblo judío, pasé meses buscando mesa libre.

El primero reza así: “Justo cuando las cosas parecían estar peor cambiaron a mejor. Me ha maravillad­o, a menudo, la delgada línea que separa el éxito del fracaso y el giro súbito que lleva del desastre seguro a la relativa seguridad”. Hasta ahí, nada nuevo. Si no fuera porque el párrafo lo escribió alguien a punto de congelació­n. Era sir Ernest Shackleton y lo plasmó en su diario tras sobrevivir al naufragio del Endurance, volver de la Antártida milagrosam­ente y lograr salvar a todos los hombres de la expedición. ¡Gran Shakleton, que se tiró 22 meses a 20 grados bajo cero!

Vuelvo a él cuando pienso que todo está perdido. Se lo recomiendo encarecida­mente.

El segundo es una mezcla de lírico y prosaico que uso para recordarme que, en nuestros puestos de trabajo (ay, Josep Maria Huertas, ¡ojalá fuera aún cada mesa un Vietnam!) no somos más que pequeñas hormiguita­s. La urdió Belén Gopegui y viene a decir que nada es nuestro. Que todos somos del coro, pertenecem­os a la familia, a los bancos y a las institucio­nes, a los que usan nuestro trabajo y a los que nos lo compran, y que ante eso sólo nos queda una cosa: escuchar historias. “Yo, que no soy ni mío ni mía, presté oídos a la voz y tomé asiento y puse la mejilla levemente orientada hacia el lugar de donde viene el mundo. Y es que tiendo a creer que el mundo viene”, zanja.

Porque, ya les digo, esto del periodismo es muy raro. Preparas un reportaje complejo y nadie te dice nada, pero dedicas una columna a una seta y te felicitan. Injusto, especialme­nte, para todos aquellos que sudan diariament­e lo que queda del periodismo.

Pienso en los que lidian con noticias vecinales, los que se la juegan tras el chaleco, los que aguantan aburridos discursos y los que resumen horas de juicios. Los que tienen que escribir de lo que no les interesa y, aún así, intentan hacerlo dignamente, y a los fotógrafos que les acompañan. Los que se pelean por teléfono por encontrar o defender una fuente de informació­n. Los que tragan partidos de fútbol haga frío o calor. Los que sufren porque no llega la crónica desde el extranjero y es la hora del cierre. Y los que me dejo pero se reconocerá­n. Va por ellos y ellas.

Preparas un reportaje complejo y no pasa nada, pero dedicas una columna a

una seta y te felicitan

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Núria Escur

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