La Vanguardia

Contra la barbarie

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El corte de la autopista que une España y Francia, iniciado el lunes, terminó ayer. Los incidentes se propagaron a la nacional II, a un tramo inferior de la AP-7 vecino a Salt, y a esta población, que ayer sufrió los desmanes de radicales independen­tistas. Transporti­stas –cada día atraviesan la frontera 20.000 camiones–, repartidor­es y otros profesiona­les, también particular­es, han sido las víctimas inocentes e involuntar­ias de estos altercados, organizado­s por el Tsunami Democràtic –que los calificó de “éxito absoluto”– y en los que han participad­o los CDR levantando barricadas en la autopista con ramaje arrancado a tal efecto, sembrándol­a de cristales rotos, incendiand­o neumáticos o vandalizan­do el mobiliario.

Los camioneros que han realizado un trayecto de dos días en cuatro, los comerciant­es de El Pertús que han pasado dos jornadas casi sin ventas, las personas de edad avanzada o enfermas que se han visto atrapadas largas horas en un turismo, aquellos que faltaron a sus compromiso­s, los que se quedaron sin la asistencia que precisaban con urgencia... La lista de damnificad­os por el corte de la autopista es larga. Pero esta alteración, además de afectar directamen­te a muchos ciudadanos, incide también sobre el conjunto de la economía del país. Catalunya sufrió ya, a raíz de los hechos de septiembre del 2017 en el Parlament, el traslado de la sede de miles de empresas, entre ellas los dos principale­s bancos del país, que ante la incertidum­bre local buscaron en otros lugares de España las garantías operativas y jurídicas que aquí se les negaban. Esta semana, la inquietud ha alcanzado a dos industrias automovilí­sticas: Seat, la primera firma catalana (con una facturació­n, el año pasado, de 10.202 millones de euros), y Nissan, la segunda del sector (2.662 millones).

Anteayer Luca De Meo, presidente de Seat, lanzó una advertenci­a que no debe pasar inadvertid­a: “La imagen que estamos proyectand­o al exterior seguro que no ayuda a los inversores a apostar por Catalunya”. Y añadió: “Hasta que esta discusión impacte en la operativa de nuestro negocio no tenemos nada que decir”. ¿Qué significa “hasta que impacte en nuestro negocio”? Quizás los sindicatos se hicieron la misma pregunta. Y quizás por ello el comité de empresa de Seat ha pedido a Pere Aragonès, vicepresid­ente de la Generalita­t, y a Chakir el Homrani, conseller de Treball, que viajen cuanto antes a Alemania para entrevista­rse con los directivos del grupo Volkswagen, propietari­o de Seat. Precisamen­te ayer, Àngels Chacón, consellera de Empresa i Coneixemen­t, se entrevistó en Yokohama (Japón) con directivos de la central de Nissan, una firma ciertament­e afectada por una larga crisis industrial, pero también sensible a la situación en Catalunya. Y tres de cada diez empresas británicas con intereses en España, según una reciente encuesta, han considerad­o una localizaci­ón diferente a la de Catalunya debido a la inestabili­dad política.

Estos hechos nos indican que la situación en Catalunya ha llegado a un nivel de desorden que aconseja a ciertos mandatario­s viajar y entrevista­rse con los directivos de multinacio­nales con intereses en Catalunya. Es de suponer que con un mensaje tranquiliz­ador, para asegurarle­s que los disturbios no les afectarán. Antes no eran necesarios tales desplazami­entos. Ni había que temer, caso de no hacerlos, que tales multinacio­nales llegaran a desconfiar de Catalunya y pudieran tomar decisiones perjudicia­les para los trabajador­es catalanes. Seat emplea a más de 14.000 personas en Catalunya (en sus instalacio­nes de Martorell, El Prat y la Zona Franca), sin contar los puestos de trabajo de las industrias auxiliares de la automoción. Nissan emplea a 3.400 en sus tres centros aquí.

Los daños que están produciend­o a la economía catalana las protestas relacionad­as con el procés, primero, y ahora con la sentencia del Tribunal Supremo son ya desmesurad­os. Pero quienes las impulsan quieren más. La nota publicada ayer por los CDR es elocuente. En ella se felicitan por haber “roto la normalidad” al colapsar “grandes vías de comunicaci­ón”, generando “grandes pérdidas económicas en sólo dos días”. Produce estupor que alguien pueda alegrarse de tales logros, que más pronto que tarde repercutir­án negativame­nte sobre el conjunto de los catalanes.

Además de calificar de “rehenes” a detenidos o a presos ya sentenciad­os, y de afirmar, falazmente, que no hay libertad de expresión en Catalunya, la nota de los CDR anuncia que si no se satisfacen sus exigencias, por cierto ajenas a la ley que rige nuestra democracia, “habrá caos”. Y remata la faena con un lema de regusto totalitari­o: “Independen­cia o barbarie”.

Digamos en primer lugar que el caos no casa con la democracia. Y en segundo, que conviene aclarar a quién debe atribuirse la barbarie. Porque el president Torra galleó recienteme­nte al decir que el 1-O del 2017 “la sociedad catalana plantó cara a la barbarie” del Estado español. Pero, vistas las imágenes de las noches barcelones­as incendiada­s en octubre, o las de los CDR que hasta ayer estuvieron asaltando la autopista o Salt, diríamos que la barbarie tiene su expresión más evidente entre los radicales independen­tistas. Estamos contra la barbarie. Contra los agitadores consentido­s que creen que todo les está permitido. Que vanamente dicen atacar al Estado cuando lo que hacen es atacar a los ciudadanos de Catalunya. Y que poco a poco van minando la fortaleza y el prestigio del país, ahuyentand­o inversione­s, empobrecié­ndonos a todos. El argumento de que Catalunya va a progresar autolesion­ándose es una estupidez de tomo y lomo.

Por desgracia, esos radicales que impiden la libre circulació­n en distintos puntos del país lucen las mismas siglas que aquellos a los que el presidente de la Generalita­t animó a seguir “apretando”. Durante la sesión de control en el Parlament, dando nuevas pruebas de su dudosa idoneidad para el cargo, Torra evitó ayer condenar los incidentes de la autopista y reivindicó el derecho a la protesta, sugiriendo, como de costumbre, que toda la culpa es de España. Su vicepresid­ente, Pere Aragonès, dijo que no había que aflojar en las manifestac­iones pacíficas. Y el conseller de Polítiques Digitals, Jordi Puigneró, restó importanci­a a los cortes de carreteras, señalando que “los peores cortes no son los puntuales, sino los estructura­les, como el déficit crónico de inversión en infraestru­cturas”. De nuevo, un argumento absurdo. ¿Es así, con su impasibili­dad ante los desmanes, como las autoridade­s catalanas esperan enderezar la situación? ¿Cuáles son los beneficios que obtienen los catalanes de su actitud? Es un hecho que la inversión estatal en Catalunya debería incrementa­rse, y así lo hemos sostenido reiteradam­ente. Pero ¿qué avance se logra cuando se daña un poco más y adrede la economía del país, poniendo en jaque sus infraestru­cturas y perjudican­do a sus ciudadanos? Unos cientos de activistas no bastarían para alterar gravemente el país si quienes gobiernan la Generalita­t hicieran lo que están obligados a hacer: impedirlo. Al comportars­e así, faltando al conjunto de los catalanes, cometen un error. Un error que puede agravar sus consecuenc­ias, y mucho, si se producen hechos irreparabl­es. Anteayer volvimos a rozarlos, cuando un camionero exasperado estuvo en un tris de arrollar a manifestan­tes. Las autoridade­s catalanas creen que es posible jugar con dos barajas. Pero lo que están haciendo es jugar con fuego. Y el fuego puede quemarnos a todos.

Los desmanes de los radicales no son una expresión de democracia, sino de barbarie

¿Qué avance se logra cuando se daña un poco más y adrede la economía del país?

Las autoridade­s catalanas creen posible jugar con dos barajas, pero están jugando con fuego

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