Una novedad llamada ‘aviatriz’
Se había anunciado en Barcelona la celebración de la Semana de la Aviación: a mediados de febrero de 1911. En principio no deja de sorprender tal convocación ya al año siguiente de haberse realizado en el Hipòdrom el primer vuelo homologado en España. Toda una marca del piloto francés Julien Mamet.
Quiere esto decir que pese a lapso de tiempo tan breve se había obtenido seguridad gracias a los progresos técnicos.
El vuelo histórico que logró aquí Mamet fue presenciado por numeroso público. Y lo más relevante fue si aquel avión tan frágil iba a obtener no tanto la elevación necesaria, sino mantenerse en el aire un mínimo de tiempo que permitiera poder así registrar oficialmente la proeza en la catedral de las marcas.
Pues al año siguiente y en la exhibición anunciada ya se daba por descontado que el desafío no se reducía a los dos aspectos comentados, sino a competir sobre la duración del vuelo. Y para incrementar el interés se anunciaba un premio de tres mil francos para quien permaneciera más tiempo en el aire.
Por si fuera poca novedad, la mujer ya se incorporaba con toda naturalidad a tan arriesgada actuación. E incluso había más novedades: se permitiría llevar a un aficionado como pasajero.
El piloto francés Gibert realizó por la mañana una demostración, centrada alrededor de la cima del Tibidabo. La sobrevoló con facilidad a una altura de unos veinte metros y se permitió dar una serie de vueltas. Impresionaba observar el espectáculo: el contrapunto de la gran montaña realzaba más las evoluciones del aparato que cuando se efectuaba sobre el terreno llano.
Por la tarde, Helène Dutrieu sobrevoló la zona del Hipòdrom con una pasajera, tal como lo documenta esta fotografía. Era cualificada con un neologismo que no hizo fortuna: aviatriz.
Dutrieu efectuó otro vuelo, esta vez en solitario, hasta una altura de unos 500 metros y permaneció en el aire entre las 17.30 y las 18.20 h, adornando la exhibición con una serie de evoluciones.
Los aviones empleados eran monoplanos y biplanos. Las marcas obtenidas eran excelentes, pero se tenía la certeza de que iban a durar lo que una exhalación, dadas las mejoras técnicas que se incorporaban con una rapidez hasta entonces inimaginable.
El único incidente se registró precisamente cuando el piloto francés Beaud portaba un invitado local, el aficionado Comte. Por un motivo que de momento se desconocía, probable fallo técnico, no tuvo más remedio que maniobrar para un aterrizaje forzoso. Fue más violento de lo deseable, pues el pasajero sufrió la dislocación de un pie.
Asistió menos público del que se había esperado.
La mujer se incorporó de inmediato a la aventura de pilotar aviones