Al Chicle le gustaban “las jovencitas, delgaditas y morenas de pelo largo”
Un viejo amigo de Abuín rompe la imagen del acusado del crimen de Diana Quer
En apenas veinticinco minutos, un viejo amigo de correrías de José Enrique Abuín destruyó la imagen que el acusado de la muerte de Diana Quer se había construido la primera jornada del juicio. Manuel Somoza entró ayer a la sala de vistas a paso lento, parecía perdido, aturdido. El hombre contestó como lo hubiera hecho un niño que cuenta con absoluta naturalidad algunas escenas deplorables. El compañero dibujó ante el jurado a un Abuín, alias el Chicle, obsesionado con las mujeres que perseguía a las jovencitas hasta en las puertas de los institutos. Le gustaban especialmente “las delgaditas y morenas de pelo largo”.
No hizo falta que añadiera nada más. Todo el que se encontraba en la sala de vistas de los juzgados de Santiago vio a Diana Quer en ese instante. Morena, de pelo largo y muy delgada era también la joven madrileña que acababa de cumplir 18 años y que pasaba unos días de vacaciones con su madre y su hermana Valeria en la casa familiar de A Pobra do Caramiñal.
Sentada en la segunda fila del público, agarrada fuertemente a la mano de su padre, Juan Carlos, del que hace un tiempo que no se suelta, la hermana de Diana no pudo contener en ese momento las lágrimas y tuvo que abandonar unos minutos la sala para poder sacar a gritos el dolor y la rabia que la queman por dentro.
A preguntas de la fiscal Cristina Margalet, el viejo amigo del Chicle fue narrando las aventuras de la pareja. Sus salidas a las discotecas a escondidas de la mujer de Abuín, los merodeos alrededor de los institutos detrás de las jovencitas a las que su amigo les gritaba: “Tía buena, guapa, morena...”. Chascarrillos y expresiones que en la jornada de ayer tanto la fiscal como el abogado de la acusación, Ricardo Pérez-lama, asociaron con el último mensaje que Diana escribió desde su móvil la madrugada de su desaparición: “Me estoy acojonando. Un gitano me estaba llamando”. Y cuando el amigo le preguntó qué le había dicho, la joven respondió: “Morena, ven aquí”.
Desde su silla en la sala, sentado tras su abogada María Fernanda Álvarez y junto a la procuradora, José Enrique Abuín se pasó la jornada inquieto, tomando notas y negando constantemente con la cabeza. Se le escapó incluso una expresión de sorpresa cuando su amigo aseguró que frecuentaban casas de alternes y pagaban a prostitutas. Abuín siempre elegía a las morenas, delgadas y de pelo largo.
Cuanto más hablaba el testigo apocado y calmado, más se desvanecía el relato que el Chicle ofreció el primer día sobre un encuentro casual con Diana, una muerte accidental sin querer y una ocultación casi casual en un pozo del que desconocía si habría agua.
Su viejo amigo recordó el día que fueron juntos a la vieja nave de Asados a robar muebles y cómo Abuín le quiso enseñar el pozo que escondía la fábrica. Lo abrieron y estaba lleno de agua. También había camas y colchones tirados.
Por si fuera poco demoledora la imagen del hombre obsesionado con las mujeres que había dado el amigo, apareció en la sala Rosa Bermúdez, una trabajadora de ayuda a domicilio de Ourense de más de 55 años que, temblando, rememoró la noche que estando en la calle esperando a su marido, José Enrique Abuín bajó de su coche y la persiguió mientras le gritaba: “Vente, que lo vamos a pasar muy bien”. La mujer no tuvo ayer el valor de mirar a la cara al acusado para identificarle: “No puedo, me pongo muy nerviosa”, aseguró.
La mujer lo reconoció cuando la imagen de Abuín llenó los medios de comunicación tras su detención por la desaparición de Diana Quer. No fue la única: las hermanas Sara y Ángeles tropezaron con el acusado la madrugada anterior a que intentara secuestrar para agredir sexualmente a la joven de Boiro. Ellas sí le miraron ayer a la cara con desafío y altanería. Recordaron cómo la madrugada del 24 de diciembre del 2017 el Chicle las alcanzó en su coche mientras ellas se grababan en la calle cantando con una amiga. Aquel hombre las invitó a subir al coche, a llevarlas a casa y fue especialmente “insistente y pesado” con la hermana mayor. “Rubia, ven aquí me dijo”. La joven tenía muy claras ayer las verdaderas intenciones de aquel hombre que se ofreció amablemente a llevarlas. “Si llego a estar sola aquella noche, le aseguro que hoy no estaría aquí sentada”, dijo antes de finalizar su declaración. Tras este turno de palabra abandonó la sala Valeria, que se fundió con las dos hermanas en un emocionado abrazo.
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