La Vanguardia

Gabriel Planella

Director del centro Blanquerna

- Fernando García

El secretario técnico y jefe de contenidos culturales de la Delegació del Govern en Madrid y del centro Blanquerna es el impulsor de la gran exposición que la entidad dedica desde ayer a los poetas catalanes Joan Brossa y Guillem Viladot.

Si es verdad que la cultura da tregua y que la poesía apela a la armonía, Madrid fue ayer metáfora de concordia. Contra los vientos y mareas de la mala política, la crónica cultural se escribió allí en catalán. Con los nombres de tres poetas como grandes titulares. La jornada empezó en el Ministerio de Cultura con la concesión del Cervantes a Joan Margarit. Y terminó en la librería Blanquerna, muy cerca del Congreso de los Diputados, con la inauguraci­ón de una cuidada exposición de Joan Brossa y Guillem Viladot. Se titula Alfabeto desbaratad­o ,en referencia a un texto de Brossa, e incluye poemas visuales, libros y objetos poéticos de ambos autores. Podrá verse hasta el 15 de febrero en este local de la delegación de la Generalita­t de Catalunya.

Aunque la motivación inicial fue la celebració­n del año Joan Brossa al cumplirse este año el centenario de su nacimiento, el delegado de la Generalida­d en Madrid, Gorka Knörr, y el secretario general técnico e impulsor de la muestra, Gabriel Planella, quisieron aprovechar el tirón para dar a conocer en la capital española a un artista hasta ahora casi ignorado como es Viladot: un creador “periférico” tanto en el sentido geográfico –nació y vivió en Agramunt– como en el de su conciencia y orgullo de hombre alejado de los foros urbanitas. “Él tenía una farmacia y era un burgués rural, mientras que Brossa era un comunista urbano”, dicen los comisarios de la exposición, Manuel Guerrero, responsabl­e asimismo de los actos del Año Brossa, y Pau Minguet, de la Fundació Viladot Lo Pardal.

La poesía pertenece al espíritu y la palabra y por tanto huye de la guerra, decíamos. Pero puede ser combativa. Y aquí lo es en el caso de ambos poetas. “Los dos eran profundame­nte catalanist­as y contrarios al régimen. Formaban parte de la resistenci­a cultural contra el franquismo”, comentan los comisarios mientras a la sala del centro

Blanquerna empiezan a llegar los más de cincuenta invitados al acto. Comparecie­ron allí, entre otros, la poeta y ex directora general del Libro, Olvido García Valdés; el delegado de la patronal Pimec en Madrid, Guillermo Muñoz; el director del Museu Jaume Morera de Lleida, Jesús Navarro; representa­ntes de la corporació­n de Agramunt...

La muestra se abre con una reproducci­ón mural del poema visual

La llave, de Brossa, cuyos dientes son cuatro filas con las letras del abecedario. “También puede verse en ella una bandera”, nos sopla Manuel Guerrero. “Brossa era siempre polisémico”, añade.

Los símbolos y las metáforas son innumerabl­es en esta exposición. Algunos mantienen una vigencia llamativa. Como el grabado de un mapa de España convertido en juego de damas donde los territorio­s se disponen a enfrentars­e en una partida todavía incierta. O como una moneda de dólar convertida en imagen de un escapulari­o sobre un collar cuyas cuentas son las de un rosario. O como España presentada como una carta trucada de naipes, del palo de copas, que lleva el número 9 pero donde sólo hay 8 figuras.

La obra de Viladot sorprende. Ya sólo el poderío visual y la elegancia

El centro Blanquerna abre una lucida exposición de los poetas visuales Joan Brossa y Guillem Viladot

de los dibujos y elementos poéticos que de él se exponen merecerían una mayor proyección. El farmacéuti­co y artista de Agramunt tomaba objetos diversos de la vida cotidiana, como por ejemplo peonzas y pequeños aperos de labranza –por citar algunos que aquí se presentan–, y los convertía en una preciosida­d con sólo disponerlo­s adecuadame­nte, con inspiració­n, sobre una tabla pintada en color oscuros.

Brossa y Viladot, casi coetáneos, practicaro­n juntos la “poesía concreta”, que también expusieron codo con codo. Y triunfaron lo suyo. También colaboraro­n con colegas tan destacados como Miró, Tàpies o Chillida, así como con el cineasta Pere Portabella, de quien se muestra la primera película que hizo con el barcelonés, No compteu amb els dits. Fueron, en suma, dos de los grandes. De ahí el esmero que los organizado­res han puesto en esta muestra, diseñada por el museógrafo Frederic Perers. Digna de ver.

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EMILIA GUTIÉRREZ Gabriel Planella, los comisarios de la exposición, Manuel Guerrero y Pau Minguet, y Gorka Knörr
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