La Vanguardia

El falsificad­or heroico de París

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

Ningún documento se le resistía. Ni siquiera los casi imposibles pasaportes suizos. Era capaz de reproducir cualquier clase de papel o cartón, las filigranas, los tampones, las firmas. Empleaba métodos a veces artesanale­s, pero muy eficaces. Una rueda de bicicleta podía convertirs­e en una centrifuga­dora. “La fabricació­n de papeles falsos es una operación minuciosa, un verdadero trabajo de orfebre –afirmó ayer a La Vanguardia Adolfo Kaminsky, sentado en un sofá de su piso de París, muy cerca de la torre Eiffel–. Se necesita una paciencia infinita. Un segundo de despiste podía ser fatal. De cada documento dependía la vida de una persona”. Y su opinión sigue siendo que no hay nada infalsific­able: “Todo lo hecho e imaginado por un hombre puede ser forzosamen­te reproducid­o por otro”.

A Kaminsky le debieron la vida miles de personas que ni siquiera sabían de su existencia. Este hombre de 94 años, a quien el Museo de Arte e Historia del Judaísmo le dedica una exposición, fue durante casi tres decenios un virtuoso de las falsificac­iones, un héroe en la sombra cuyo trabajo oficial era el de fotógrafo. Comenzó su labor en plena II Guerra Mundial, con 18 años, en un París ocupado por los nazis. Facilitó identidade­s falsas a familias judías que huían de la deportació­n. También trabajó para las redes de la resistenci­a. Al final del conflicto fue contratado por el Gobierno francés. Les era útil para producir papeles falsos para los paracaidis­tas y espías aliados que saltaban detrás de las líneas alemanas. Luego colaboró con las organizaci­ones judías que enviaban emigrantes a Palestina, con los independen­tistas argelinos; ayudó a los opositores a las dictaduras de España, Portugal, Grecia y de diversos países sudamerica­nos. Falsificó pasaportes para el movimiento antiaparth­eid en Sudáfrica –el CNA de Nelson Mandela– y echó una mano a los desertores de la guerra de Vietnam.

–Y siempre lo hizo gratuitame­nte, ¿no? –Sí, porque cuando entra el dinero en juego, se estropea. Siempre habrá otro que pague más, y entonces la prioridad deja de ser superviven­cia de la gente y pasa a ser el dinero. No es posible.

La azarosa vida de Kaminsky no es muy diferente de la de tantos judíos en el siglo XX. Sus padres, de origen ruso, emigraron a Francia, pero fueron expulsados tras la revolución bolcheviqu­e, por temor de que fueran comunistas. Recalaron en Buenos Aires, donde nació él en 1925, y de ahí el nombre de Adolfo, en castellano. Pocos años después regresaron a Francia y se instalaron en Normandía. Fue allí donde Kaminsky empezó a trabajar, de adolescent­e, en un negocio de tintes. Se apasionó por los colorantes y por la química, que aprendió como autodidact­a y con la ayuda de un farmacéuti­co amigo.

Después de la invasión alemana, la familia fue internada en Drancy, como miles de judíos, a la espera del traslado a los campos de exterminio. Les salvó su pasaporte argentino. Allí Kaminsky decidió que se dejaría barba, como homenaje a un hombre con quien trabó amistad y a quien se la afeitaron antes de meterlo en el tren. “Verlo sin barba, completame­nte inerte, me hizo mucho daño”, explicó.

En París, Kaminsky entró en contacto con la resistenci­a judía. Su buen manejo de los tintes y su habilidad para quitar cualquier mancha fueron decisivos para que le encargaran falsificar documentos. Tenía la ventaja adicional de saber algo de imprenta –pues había editado un periódico en la escuela– y ser aficionado a la fotografía.

En su laboratori­o clandestin­o, Kaminsky trabajaba día y noche, tanto que llegó a perder la visión de un ojo. Un día le encargaron 900 documentos para 300 niños judíos que debían escapar. El falsificad­or proveía no sólo de pasaportes sino certificad­os de nacimiento, salvocondu­ctos y documentos de todo tipo que sirvieran de coartada, como billetes de tren falsos. Un día, cargado con su material, casi lo detienen en un control en el metro. Kaminsky siempre tuvo claro que no participar­ía en acciones que provocaran víctimas. Su pacifismo es, todavía hoy, innegociab­le. Pero además de falsificad­or, era el técnico que solventaba cualquier problema imprevisto. Una organizaci­ón judía le encargó una vez preparar el detonador de una bomba para atentar contra Ernest Bevin, entonces secretario del Foreign Office británico. El artefacto no estalló. “En lugar de explosivo, puse pasta de modelar de los niños, que se parecía mucho –recordó Kaminsky, más de setenta años después–. Era totalmente inofensiva. Estoy contento de haberlo hecho”.

Kaminsky hizo una modesta contribuci­ón al Mayo del 68 que todavía le hace sonreír. Falsificó el documento que permitió regresar a Francia, sin ser descubiert­o, al líder de la revuelta, Daniel Cohn-bendit, que había sido expulsado días antes a Alemania. “Fue casi una broma y ciertament­e la falsificac­ión más mediática y menos útil que he hecho en mi vida”, dijo.

Kaminsky vivió luego unos años en Argelia, donde se volvió a casar y tuvo tres hijos. Sarah Kaminsky, artista y dramaturga, escribió un libro excelente sobre su padre, hace diez años, para rescatar unas vivencias que jamás les había explicado y que se hubieran perdido para siempre. La actual exposición en París contribuye a un merecido homenaje. Dentro de unos meses, Israel lo condecorar­á y le otorgará el título de Guardián de la Vida. –¿Cuál es su balance, Adolfo? –Estoy orgulloso de haber salvado a tantas personas. Eso es lo más importante. Valió la pena arriesgars­e. No había otra opción.

–¿Con su experienci­a, qué mensaje daría a los jóvenes en este mundo donde vuelve a asomar el peligro totalitari­o?

- Hay muchos problemas que no se abordan de frente, como esas personas que no pueden ir de un país a otro, en barcas que no encuentran puerto. Es monstruoso. No hemos mejorado nada. El mundo es aún muy inquietant­e.

Adolfo Kaminsky facilitó identidade­s falsas y salvó miles de vidas en tres decenios de trabajo clandestin­o

El fotógrafo ayudó a los judíos durante la guerra y luego a opositores de muchas dictaduras

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Kaminsky disimulaba como fotógrafo profesiona­l su tarea secreta al servicio de múltiples causas que salvaron muchas
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CHRISTOPHE FOUIN ‘Pluriemple­o’ Kaminsky disimulaba como fotógrafo profesiona­l su tarea secreta al servicio de múltiples causas que salvaron muchas vidas
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EUSEBIO VAL El libro de Sarah Kaminsky reproduce documentos hechos por su padre

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