La Vanguardia

Los que pagan y sufren la protesta

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Dos semanas y dos días dura el campamento de la plaza Universita­t de Barcelona, una ocupación del espacio público que invoca el derecho –legítimo– de manifestac­ión pero que, a la vista de los acontecimi­entos, guarda más relación con un supuesto derecho que ni existe ni es propio de una sociedad democrátic­a: “Las calles serán siempre nuestras”. Las calles son de todos, para empezar, y especialme­nte de los vecinos que las habitan, cuyo parecer merece siempre ser escuchado. Así sucede cuando hay reformas o cambios en un barrio determinad­o, una participac­ión vecinal muy anhelada y fomentada por la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.

La ocupación con carácter indefinido de la plaza Universita­t en protesta por la sentencia del Tribunal Supremo –entre otras cosas, porque la lista de agravios es amplia– provoca serios inconvenie­ntes a los vecinos, afectados por los cortes de circulació­n en el perímetro de la zona y otros inconvenie­ntes tangibles. El sentir del vecindario –en el que hay muchos comerciant­es que bastante tienen con la superviven­cia de sus negocios– se ha decantado y puede ya resumirse en una palabra: hartazgo. Y no digamos de los miles de ciudadanos que, día tras día, tardan más tiempo en desplazars­e por Barcelona dada la afectación que sufre la red de autobuses. En total, el cálculo de afectados en su movilidad diaria asciende a más de 100.000 personas. A buen seguro, muchas de ellas simpatizan con las protestas, lo que no evita un sentir creciente y cada vez más amplio de que Barcelona está sufriendo más de la cuenta los inconvenie­ntes de unas acciones impuestas por minorías y ejercidas desde el convencimi­ento de que el derecho a manifestar­se no tiene ningún límite, ni siquiera el de la proporcion­alidad, el sentido común o la empatía con los perjudicad­os.

Ha calado un sentimient­o muy peligroso de que “cuanto peor, mejor”, alentado irresponsa­blemente por las palabras y los silencios de las administra­ciones públicas. ¿Concedería­n este trato de favor a colectivos indignados que decidiesen ocupar a su antojo los espacios públicos de forma indefinida o cortar grandes vías de Barcelona, caso de la Meridiana, como el que baja cada tarde a tomarse un café con los amigos? La inacción de las administra­ciones es una gran irresponsa­bilidad porque alienta que los damnificad­os terminen tomándose la justicia por su mano. Ni el Ayuntamien­to de Barcelona ni la Generalita­t pueden seguir haciendo la vista gorda ante una ocupación de la vía pública cada vez más fuera de medida. El caso de la plaza Universita­t es muy representa­tivo de un estado de las cosas que se degrada. Urge persuadir a los acampados de que abandonen las pretension­es de quedarse indefinida­mente alterando la convivenci­a en el barrio.

La inacción pública en Barcelona es grave: alienta que los afectados se tomen la justicia por su mano

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