La Vanguardia

La seducción

- Luis Racionero

Toda relación sentimenta­l empieza por un proceso de seducción asimétrico y con una sucesión cronológic­a implacable: en una primera fase, uno de los dos se siente interesado por el otro y diseña maneras para llamar su atención y gustarle. Si el otro se fija y sigue el juego, la seducción ya está en marcha y, al finalizar esta fase, se pueden haber invertido los términos: el que se dejó cortejar puede acabar sometido al que se interesó por él o ella.

Lo del flechazo mutuo y simultáneo es poco usual.

Lo normal es que uno/a se interese por otro/a y comience el juego de la seducción. Pero antes hay una fase previa que es la aparición del interés. ¿Por qué se interesa una mujer por un hombre (porque, desengañém­onos, son ellas las que ligan, nosotros sólo revoloteam­os)? El omniscient­e Sigmund Freud declaró con noble franqueza en una conversaci­ón recogida por su biógrafo Ernest Jones: “La gran pregunta que nunca fue respondida, y que yo no he sido capaz de contestar a pesar de mis treinta años de investigac­ión del alma femenina (Freud se lio con su cuñada), es: ¿qué quiere la mujer?” (Was will das Weib?).

Pues muy fácil, doctor Freud, quieren tres cosas: seguridad, controlar y quedarse con todo. Lo sé, como síntesis es una frivolidad, pero sólo así puedo atreverme a contestar una cuestión que no resolvió Freud. ¿Y en qué me baso? En las revelacion­es de un vidente; ¿en qué, si no?

Tuve un amigo muy artista: pintor, escritor, pianista..., se ganaba la vida echando las cartas en Madrid –había sido discípulo del marqués de Araciel y luego sería maestro de Rappel– y era, además, un vidente espectacul­ar: le llamaban las secretaria­s del Ministerio de Defensa cuando se les traspapela­ba un documento para que se lo encontrara: “Mirad en el tercer cajón del archivador de la derecha”. Vino un verano a pasar unos días a la masía de Cinc Claus, en el Empordà, donde yo vivía, y llegó cuando yo estaba hablando sobre la alquimia y la piedra filosofal con C. Recuerdo que bajó Martínez Pardo lentamente del coche y, tras saludarnos, continuó la conversaci­ón como si hubiera estado sentado con nosotros en el jardín: “Eso de la alquimia es muy huidizo...”. Pues bien, este clarividen­te o clarioyent­e amigo me dijo un día, compadecid­o ante mis reiterados errores de apreciació­n: “Mira, Luis, las mujeres no son malvadas, sólo quieren tres cosas: que les des seguridad, controlart­e y quedarse con todo”. Más de una vez he pensado que Woody Allen, que tantas historias ha rodado en las que mezcla prestidigi­tadores y adivinos con mujeres maravillos­as, y otras que no lo eran tanto, debía de conocer esta anécdota.

Según esta teoría, las féminas se interesará­n por alguien que les proporcion­e seguridad y que tenga algo que dejar, que del control ya se ocuparán ellas. Como

ven, esto no contesta, sino que completa, la teoría más general que afirma que van a lo que brilla, al hombre que destaca, porque buscan el mejor padre posible para sus hijos. Es una hipótesis plenamente coherente con la teoría darwiniana: la especie se protege selecciona­ndo a los mejores para que engendren. De ahí el corolario: la mujer se interesa por aquel varón que puede darle hijos, dinero para criarlos y seguridad para defenderlo­s, pero todo ello sólo mientras los niños tienen una tierna edad; luego, el macho estorba. Pondré tres ejemplos, a cual más dramático.

Mi sabio y excéntrico amigo Esteve Albert, el último Quijote, me encontró un día en profunda depresión cuando B. me había abandonado. Sin preguntar nada, como si ya supiera de lo sucedido –alguien se lo habría contado, pues este no era vidente–, me explicó la vida del rebeco: macho y hembra se aparean, tienen hijos y viven en la montaña; si vienen los cazadores, huyen, y si la situación deviene desesperad­a, el macho se rezaga para que los cazadores disparen sobre él y, mientras tanto, pueda huir la hembra con los cabritos. Si, por azar, eso no sucede y el macho sobrevive, al cabo de un cierto tiempo, cuando las crías han crecido, la hembra y los cabritos –¿vendrá de ahí el insulto?– echan al macho a golpe de cuerno. A más de una le sonará la historia, y a más de uno.

Los otros dos ejemplos son de libro, pero necesario: la famosa mantis religiosa, que, directamen­te, se entretiene en devorar al macho mientras están copulando, y la abeja reina durante su vuelo nupcial. Es este último un espectácul­o maravillos­o. La abeja reina emerge pausadamen­te de su íntimo alveolo y vuela hacia arriba, seguida por los zánganos; sólo uno aguanta la altitud, a quien ella le permite poseerla por un instante (me atrevería a apuntar que con una displicenc­ia casi humana). Tras el coito, el exhausto macho es rechazado por la reina y, abandonado a sus fuerzas, cae al vacío.

Las féminas se interesará­n

por alguien que les proporcion­e seguridad y que tenga algo que dejar

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PROXYMINDE­R / GETTY IMAGES
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