La Vanguardia

Inteligenc­ia sentimenta­l

- Jordi Amat

En el prólogo a Estació de França, publicado en 1999 en edición bilingüe, Joan Margarit explicaba la particular relación que ha establecid­o con la lengua como herramient­a de trabajo para construir su obra. “Comencé escribiend­o en castellano como una respuesta natural desde el punto de vista cultural: no tenía cultura en ninguna otra lengua. Pasé a escribir en catalán buscando lo que una persona tiene más profundo que la cultura literaria”. De entrada esta investigac­ión la hizo en plena madurez biográfica y todavía en castellano –de Crónica (1975) aún ha salvado algunos poemas en la edición de su poesía completa–, pero a partir de 1980 los libros de este catedrátic­o de arquitectu­ra apareciero­n en catalán. El cambio de herramient­a no alteró su proyecto de fondo sino que lo acercó al territorio donde quería acabar habitando.

La patria del arquitecto Margarit no es la lengua como ámbito de exploració­n formal sino un espacio ilustrado de indagación sostenida que usa un verso contenido para pensar la experienci­a. Este espacio él lo ha caracteriz­ado como el de la inteligenc­ia sentimenta­l. Es una ubicación estética de matriz clásica que, como pasó con su admirado Martí i Pol, explica la recepción casi popular que ha tenido su obra –quiere ser más éticamente útil que vacuamente suntuoso–, determina la tradición a la que consciente­mente se ha querido inscribir –va del Maragall civil y coloquial al Lowell que le enseñó como llevar el poema al límite de la intimidad– y ha posibilita­do que su poesía haya saltado de una manera natural las fronteras del sistema cultural catalán para interpelar tantos lectores que en toda España llenan sus recitales. A ningún lector común de poesía, hable como hable, le habrá sorprendid­o que haya ganado el Premio Cervantes. Hace años que decidieron que formara parte de su vida.

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