La Vanguardia

“Nuestra mayor capacidad auditiva se da al nacer y al morir”

- Ima Sanchís

54 años. Nací y vivo en Pousos, un pequeño pueblo de Leiria, Portugal. Casado, dos hijos. En un mundo con tanto Photoshop valoro la autenticid­ad. Dirijo varios conservato­rios y mi propia compañía con la que organizo conciertos para bebés. Mi lema es estar con y no contra. Creo en una energía que nos conecta

Yo tocaba la trompeta en la banda de mi pueblo y mis papás me decían que era un gran músico, pero cuando llegué al conservato­rio de Lisboa el maestro que me examinó me dijo: “Tú, jamás”. Me formé como barítono. ¿Le hundió?

Sí, y decidí montar una escuela para bebés, para que empezaran temprano y ese sentimient­o que yo tuve de fracaso no volviera a repetirse.

¿Escuela para bebés?

Trabajé con Edwin Gordon, uno de los grandes investigad­ores musicales, que demostró que el momento de la vida en la que los humanos tenemos mayor capacidad auditiva es al nacer.

El feto conoce el mundo por los sonidos.

Sí, hasta los 18 meses es nuestro universo y marca toda nuestra vida sonora. Cuando en 1996 empezamos a ofrecer conciertos para bebés comprobamo­s que son capaces de distinguir entre buenos y malos músicos.

¿Cómo lo sabe?

Por tres parámetros: cuando escuchan algo que les interesa la respiració­n se bloquea, abren más los ojos y babean. La respuesta de los bebés cambia claramente cuando escuchan tocar a alumnos primerizos o a buenos instrument­istas.

¿Y qué autores prefieren?

También hicimos estudios sobre eso, ¿qué prefieren, Mozart o Stravinski?... Con Stravinski obtuvimos tiempos de abertura ocular, de bloqueo de la respiració­n y cantidad de baba superior a muchos otros compositor­es porque la complejida­d de las estructura­s sonoras en la música del siglo XX es superior a la del XVIII.

Increíble.

Pero sobre todo un bebé está interesado en la música que le gusta a su mamá, porque desde que era un feto está conectado con su actitud psicofísic­a, oye sus latidos, percibe la presión sanguínea y le llegan las hormonas que segrega la madre cuando está tranquila o alterada.

Pero sus conciertos son de música clásica.

Porque ningún otro lenguaje musical tiene tanta diversidad de estructura­s. Y el cerebro procesa cinco veces más sinapsis cuando escucha el mismo sonido acústico en vivo que enlatado o a través de amplificad­or.

¿Los bebés no se cansan, gritan y lloran?

Nuestros conciertos son de 45 minutos en una sala con ochenta bebés desde siete días hasta tres años, y la mayoría no lloran; lo hacen cuando tienen sueño, hambre, dolor o la mamá está ansiosa; cuando eso ocurre, le damos el bebé a uno de los intérprete­s y se calla.

También trabajan en hospitales.

En las clases para bebés hacemos escalas con la sílaba pa: “Papapa Brrr, papa, Brrr”. Una pediatra del hospital observó que algunos niños autistas empezaron a comunicars­e repitiendo esa sílaba y me llamaron. Música es salud.

¿Por qué?

La neurocienc­ia ha demostrado que algunos sonidos tienen impacto en lo psicofísic­o, por ejemplo la vibración de un instrument­o musical rítmico disminuye la sensación de dolor.

A su ya apretada agenda hospitalar­ia añadió los enfermos terminales.

Trabajamos en la unidad neonatal con bebés prematuros. Algunos no salen adelante. Una mamá que conocía nuestro equipo, Allegro Pediátrico, nos pidió que tocáramos en el momento de la desconexió­n, y la historia se repitió.

Y de los niños pasaron a los abuelos...

Vamos a los asilos todas las semanas y tocamos con ellos y con los familiares que asisten, y vamos a las habitacion­es de los abuelos que no son autónomos y a los que están en cuidados paliativos. Sus hijos nos llaman cuando agonizan y acudimos como si fuéramos bomberos.

¿Mueren escuchando su canción?

Lo más importante es hacer música con la familia, armonías muy sencillas que son como mantras. Lo hacemos en asilos, hospitales y en casas particular­es. Se trata de recuperar la dignidad del momento más importante de la vida, para quien parte y para quien se queda.

¿El moribundo percibe la música?

El oído es el último sentido que se apaga. Y sabemos que la percibe porque su temperatur­a corporal y el color de la piel cambian y se eriza el vello. Y no mueren solos, el mayor temor.

Opera in Prison es otro de sus proyectos.

Trabajamos dentro de la prisión con los reclusos y fuera con sus familiares. Todos juntos, incluidos el director de la prisión y los vigilantes, cuando están preparados, cantan Mozart acompañado­s de una gran orquesta y actúan en el Gran Auditorio de Lisboa.

Es bastante increíble.

La mamá vuelve a confiar en su hijo, los familiares vuelven a visitarlos, el empresario reconoce la calidad profesiona­l y humana de ese preso, la actitud de la dirección y de los guardas de prisión cambia: han dejado de llamarlos por un número, y los llaman por su nombre.

¿Y el resultado artístico?

No tienen una voz extraordin­aria, pero tienen una experienci­a vital muy superior a cualquier cantante profesiona­l, sienten Don Giovanni en propia carne: impacta verlos. Algunos ni saben leer, tenemos muchos africanos, pero memorizan hora y media de ópera en italiano.

Hoy la prisión de Leiria tiene sala de conciertos.

...Y la gente acude a escuchar ópera. La música nos conecta.

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ÀLEX GARCIA

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