El campus como trinchera
Los activistas pro democracia de Hong Kong se acantonan en la universidad
En sólo dos días, decenas de jóvenes transformaron la Universidad Politécnica de Hong Kong en una fortaleza improvisada. Los accesos principales están bloqueados por muros de adoquines y barricadas erigidas con maceteros, tablones y mobiliario sacado de las aulas. Por los suelos, impregnados con aceite, circulan carritos cargados de cascotes y piedras. A las puertas se reparten máscaras antigás y cascos de obra, mientras que un pequeño grupo controla uno a uno a todo el que entra para evitar que se cuele algún policía de paisano. En el interior tampoco hay tregua. Gente apilando suministros en la cantina, otros apostados en los muros, equipos de primeros auxilios repartiéndose tareas y numerosos corrillos preparando en cadena cócteles molotov. A unos metros, se comprueba su eficacia lanzándolos a una piscina vacía, un “laboratorio de pruebas” cuyo fondo luce negras cicatrices fruto de las explosiones. Justo al lado, también hay quien afina su puntería con los arcos y flechas propiedad del centro, las mismas que dispararon el jueves contra la policía.
“Es la única forma que tenemos de defendernos”, argumentó a este diario Justin, un joven de 24 años enmascarado y vestido de negro de pies a cabeza, el uniforme oficioso de estas protestas. “Ellos tienen armas, nosotros sólo carne y hueso. ¿Que si nos podemos meter en problemas? Ya lo estamos hasta el cuello”.
Durante cinco meses, las calles de Hong Kong han vivido en un estado de movilización perpetua que explotaba con la llegada del fin de semana. Por ahora, las mayores algaradas se habían desarrollado en calles y centros comerciales de diferentes barrios. Pero esta semana, el caos se trasladó por primera vez al corazón de las universidades.
Los enfrentamientos más violentos se registraron el martes en la Universidad China de Hong Kong (CUHK), donde se vivió una batalla campal con escenas más propias del asalto a una ciudadela. Ese día, los agentes respondieron al lanzamiento de cócteles molotov y piedras con cientos de balas de goma y más de 1.500 cargas de gas lacrimógeno. “Ni un solo lugar en Hong Kong está por encima de la ley, y eso incluye a las universidades”, defendió el superintendente de la Policía, John Lee.
Desde entonces, alumnos y activistas se han acantonado en media docena de universidades del territorio. Allí, se organizan por turnos para cocinar, descansan en las colchonetas del gimnasio y manufacturan escudos, lanzas y catapultas caseras, más vistosas que efectivas. “Esto es culpa del Gobierno, debería dejarlos tranquilos si están aquí dentro”, les excusó un hombre de unos 50 años que enseñaba a los jóvenes cómo hacer cemento para levantar muros. Ante este panorama, varios centros optaron por poner fin a las clases para lo que queda de semestre y se evacuó de vuelta a China a un centenar de alumnos continentales, muchos de ellos temerosos de que los más radicales la tomen con ellos por sostener opiniones contrarias.
El deterioro de la situación en los campus es la novedad de un conflicto cada vez más violento. El jueves por la noche hubo un segundo muerto. Se trata de un barrendero de 70 años que el día anterior recibió un ladrillazo en la cabeza durante un enfrentamiento entre manifestantes y vecinos contrarios a las protestas en el distrito de Sheung Shui. Según la policía, al hombre le dejó en coma un bloque lanzado por un antigubernamental, y su muerte se investiga como un asesinato.
A la lista de víctimas de esta semana también hay que sumar a un
SEGUNDO FALLECIDO
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