La Vanguardia

El miedo a la coalición

- Fernando Ónega

He ahí de nuevo las dos Españas políticas. Ambas, espoleadas por los extremos, aunque esos extremos no sean comparable­s. Por la banda izquierda, el pacto de coalición firmado por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, más la necesidad de buscar el apoyo de los independen­tistas de Esquerra. Por la banda derecha, un Partido Popular que quizá tenga que efectuar un rearme ideológico muy conservado­r, porque Vox está en cuarto creciente e impone condicione­s y medidas en comunidade­s autónomas que la derecha hasta ahora no se atrevió a rechazar. Y algo más trascenden­te para el Estado: lo que debería ser una legítima crítica a la coalición de izquierda se puede convertir en un debate sobre el sistema constituci­onal. Nunca se había llegado tan lejos ni se había apuntado tan alto.

¿Quién conduce a ese debate? Las viejas guardias de los grandes partidos. El más duro, como suele ser habitual, José María Aznar, que acusa a los coaligados de “llevar al sistema político de la Constituci­ón a su peor crisis (…) que sus aliados quieren que sea terminal”. El más directo, el socialista Paco Vázquez, que entiende que el pacto “rompe el consenso constituci­onal y es hostil a la Monarquía”. El más suave, Felipe González, que pide a Sánchez que se tome en serio la crisis institucio­nal. El más resolutivo, Núñez Feijóo, que pide un gobierno constituci­onalista ante una coalición “letal”.

Todas son palabras muy mayores que tienen un significad­o: el que Pablo Iglesias bautizó como “régimen del 78” teme su demolición y de ese temor participan los dos partidos sobre los que pivotó el bipartidis­mo. ¿Es un miedo justificad­o? En el decálogo del acuerdo Sánchez-iglesias no hay nada que insinúe algo así. En la carta que envió Pablo Iglesias a sus bases, tampoco, aunque deja abierta la posibilida­d de desarrolla­r y aplicar sus ideas una vez que pase esa etapa en que “van a golpearnos muy duro”. La alarma viene del programa y los discursos de sus líderes: la insistenci­a de Alberto Garzón en la república; el pensamient­o de Iglesias de que el rey tiene que ser elegido; el afán de la “nueva” izquierda de destruir la imagen de la transición y revisar lo que para esa izquierda ha sido un apaño de amiguetes y, naturalmen­te, la sospecha de que la abstención de Esquerra no se obtendrá sin pagar un alto precio que afectará a la unidad nacional.

Vivimos, pues, en estado de alerta ante las auténticas intencione­s del futuro bipartito. Lo que probableme­nte no es más que la suma de ambiciones de sus dos líderes está siendo llevado a los peligrosos caminos que resucitan los peores fantasmas políticos de los últimos cuarenta años. Y se está creando un clima de desconfian­za en el que resulta difícil distinguir dónde empieza la confrontac­ión ideológica interesada, pero sin consecuenc­ias, y dónde el riesgo real de ruptura del pacto constituci­onal. Es la primera vez que esa ruptura puede ser creíble. Lo llamativo es que sean los partidos y líderes de opinión constituci­onalistas quienes abren ese debate. Si tratan de abortar la coalición, podrían buscar otros argumentos menos desestabil­izadores para la nación.

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SERGIO PEREZ / REUTERS Pablo Iglesias
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