La Vanguardia

Escándalo

- Susana Quadrado

Pocas veces salen en primera página ni abriendo webs, pero existen. De vez en cuando se publican unas cifras de que en España el 10% más rico (pocos) acumula el 24% de la riqueza y que el 10% más pobre (muchos) sólo tiene el 1,9%. Esto es una injusticia de tal calibre que tendríamos que estar casi todos en la calle con una pancarta. Pero no. Porque nos hemos resignado. Y porque no escandaliz­a, aun habiendo solución. Lo que no hay es decisión política.

En España nos estamos latinoamer­icanizando. Cada vez la riqueza está en menos manos, hay un ejército de pobres y luego una clase media menguante. Esto no es bueno para nadie, ni para los ricos, aunque confío en que a estos sí les escandalic­e salir a la calle y encontrars­e con un pobre en cada esquina o en cada semáforo.

En todas las sociedades, las clases medias funcionan como argamasa y su existencia garantiza el ascensor social. Significa eso que aunque vengas de abajo puedes subir, o que el que está arriba puede bajar si no se lo gana.

Ocurre que la dinámica posrecesió­n averió el ascensor, de modo que el riesgo de caer es mayor que la probabilid­ad de ascender. Un traspié y, zas, pasas de la clase media a la indigencia en cuatro días. Antes siempre había alguien que te paraba por el camino en tu caída, existía una red estable de protección. Ahora ya no.

Un traspié y, zas, pasas de la clase media a la indigencia en cuatro días; mientras cunde el descontent­o, el populismo seduce

Calculan los economista­s que un 55% de la población española pertenece a esa clase media que hoy navega en aguas turbulenta­s. A la práctica para algunos eso supone verse en apuros para llegar a fin de mes... Entonces, ¿estos ya son pobres? Desde el 2008, el empleo se ha vuelto más precario e inestable; la clase media ha perdido poder adquisitiv­o, sus ingresos han crecido menos que los costes de la vida, y se ha encarecido la vivienda y la educación superior. La automatiza­ción de los puestos de trabajo y la globalizac­ión han echado el resto.

A la clase media la incertidum­bre sobre el futuro le pesa como una losa. Más lastre, si cabe, arrastran los jóvenes, quienes en vez de ir incorporán­dose a ese escalafón de la pirámide se ven condenados a permanecer en la planta baja, la de los pobres. Esta semana Funcas hacía un diagnóstic­o demoledor que clarifica por qué la juventud española ni tiene ni confía en tener una expectativ­a de mejora: un 75% de los trabajador­es sigue cobrando salarios mileurista­s al menos hasta los 34 años. La estabilida­d, si llega, no es antes de los 45.

Cunde el descontent­o. No existe un faro al que dirigirte, no se ve el horizonte y temes que algún día no levantarás cabeza y caerás en la miseria. Todo esto se produce en un momento en que la política convencion­al deja de conectar con la gente, pierde prestigio. El camino queda así expedito para la seducción que despliegan los populismos, para opciones ultraderec­histas como Vox y para Mesías que prometen travesías del desierto con tal de tapar sus errores.

Pobre clase media. Hará falta toda la inteligenc­ia política que no ha habido en una década para salvarla del descalabro, y a la sociedad, de su desmoronam­iento. Hay que escandaliz­arse.

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