La Vanguardia

Una cuestión de fe

- David Carabén

El Liverpool-city del domingo pasado me pilló enmedio de las pruebas de sonido de un concierto que tenía que ofrecer en La Garriga. La conexión de internet no era la pera. Cuando pude conectar, hacia el minuto quince, los azules ya perdían por dos a cero y yo tenía que salir a tocar. Arrastraba una ligera afonía y sabía que me tendría que concentrar mucho para mantener bien cerrada la puerta del corral de gallos en que se había convertido mi garganta... De vuelta a casa, preferí driblar las redes. Las pocas derrotas que ha sufrido Guardiola en su carrera siempre son fértiles, en materia de trolls: salen más que caracoles después de una llovizna. Dicen que no hay que alimentarl­os. Yo creo que aún es mejor no leerlos. Durante la semana, he podido ir viendo el partido a ratos muertos y me lo he pasado pipa. La manera como el City se afanaba por reconstrui­r la telaraña de pases con las que quería atrapar al Liverpool, después de cada uno de sus latigazos, me pareció admirable. ¿Quién vuelve a creer en seguir hilando un lienzo después de que te lo rasguen a cuchillada­s? ¡Sólo los onces depep! Después del 2 a 0, por ejemplo, a los veintipoco­s minutos, hay una de esas clásicas jugadas de sus equipos, que empiezan con una elaborada salida de pelota desde la propia portería y acaban con un disparo en la contraria. En este caso, de Agüero, después de un túnel increíble. La red de pases, construida poco a poco, te hace pensar en aquellos dibujos que hacíamos de pequeños, en los que tenías que unir puntos numerados trazando líneas desde uno al siguiente, hasta que aparecía la figura, cuando ya los habías unido todos. Los equipos de Klopp, en cambio, se repliegan con humildad y esperan pacientes la oportunida­d

Las pocas derrotas de Guardiola siempre son fértiles, en materia de trolls: salen más que caracoles tras la llovizna

de morder. Entonces lo hacen como bestias heridas, con una agresivida­d y una determinac­ión, el domingo con una eficacia, espectacul­ares. Es esta capacidad de pasar del repliegue defensivo a la picadura mortal, en nada, que los hace temibles.

Cuando ves jugar grandes equipos, disfrutas del talento individual de sus jugadores, claro. Pero además, en algunas jugadas, emerge un orden, una estructura que consolida y proyecta las virtudes de sus componente­s, una voluntad compartida que los ordena y los hace mejores. En todos los equipos hay momentos de desconcier­to, de desánimo, de no estar. En los de Guardiola, no duran mucho, porque todos sus jugadores tienen que construir juego con pases arriesgado­s, valientes, vertiginos­os. La urdimbre es frágil porque depende mucho del ritmo y por lo tanto de la confianza, de dar ese paso adelante, a pesar del chubasco. Verlos insistir, allí donde otros equipos se encogen, es muy emocionant­e, porque enseguida entiendes que es una cuestión de fe.

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