La Vanguardia

“‘Los que podáis caminar... ¡largaos!’, dijeron en el hospital”

Tengo 99 años y cuatro meses: cumpliré 100 el próximo 16 de julio. Soy de El Vendrell. Soy viudo, tengo dos hijos, dos nietos y un bisneto (1 año). Fui cerrajero y músico. ¿Política? Los políticos son muy falsos, ¡en la República y ahora! ¿Creencias? Dio

- Víctor-m. Amela

Qué milagro le ha hecho Dios? Me libró de la bomba. Dios me dijo: “Quiero que vivas para contarlo”. ¿Qué bomba? La que cayó en una higuera monumental, junto al Ebro... Bajo sus ramas tenía la armería, ahí reparaba armas, morteros...

¿Era durante la Guerra Civil?

Batalla del Ebro: habíamos cruzado el río la madrugada del 25 de julio, entre Mequinenza y Fayón. “¡No os juntéis tanto, que se hunde la pasarela!”, nos ordenaban los mandos.

¿Qué recuerda de aquel momento?

El acemilero Barragán arreó un puñetazo en el morro a un mulo terco, y avanzó. Pasamos soldados, acemileros y mulos con el rancho.

¿Y luego?

Sigilo. Avanzamos. Hubo lluvia de metralla, y nosotros sin casco: nos cubríamos la cabeza con un pedazo de madera, con la manta... Me puse en manos de Dios... Y oí al comandante decir por lo bajo “esto está perdido”.

¡Aguantaron hasta el 16 de noviembre!

A nosotros nos embolsaron en una hondonada, y los fascistas de Yagüe nos masacraron desde lo alto de los riscos de Los Auts. Y el 6 de agosto regresamos a la otra orilla del rio.

¿Qué fue lo peor de todo?

Ver caer a tantos compañeros en la retirada, y los mataba nuestro comisario, a muchos...

¿Y eso?

No quería que se pasaran al enemigo, porque se tiraban al suelo y se quedaban quietos...

¿Esa fue toda su guerra?

Y beber agua con gusanos, y sobrelleva­r arengas políticas que no te creías, y ejercer de armero bajo aquella higuera...

¿Por qué le encomendar­on esa misión?

En mi pueblo, El Vendrell, había sido aprendiz de cerrajero, y por eso me pusieron a las órdenes del maestro armero.

¿Recuerda cómo fue el comienzo de la guerra en El Vendrell?

Yo acababa de cumplir 16 años... El comité anarquista empezó a quemar tallas de la iglesia y tomó todas las entradas del pueblo.

¿Mataron a alguien?

A trece monjes de Sant Joan de Déu que cuidaban a tuberculos­os en el sanatorio de la playa: los llevaron al Ayuntamien­to.

¿Los mataron en el Ayuntamien­to?

Casi, por aclamar a Cristo Rey... pero se los llevaron a la carretera de Calafell y los mataron. Eran jóvenes, no habían hecho nada malo...

“¡Esto nos hará perder la guerra!”, oí decir entonces a tres socialista­s de peso.

En parte acertaron... ¿Quiénes eran?

Uno era Jaume Marcé, otro el patriarca de los Corbella, y otro un zapatero influyente. Al año siguiente fue Stalin quien ordenó matar a Andreu Nin, también de El Vendrell...

¿Qué día le reclutaron a usted?

En abril del 38, el corneta municipal recorrió el pueblo: todos los nacidos en 1920 debíamos presentarn­os con una cuchara, plato, manta y calzado. Yo aún tenía 17 años.

¿Cuántos mozos se presentaro­n?

Fuimos 50 mozos del pueblo. Nos llevaron a Vinebre. Mi madre me puso mudas y toallas en una maleta de cartón... Me robaron la maleta el primer día, ¡ese fue mi primer revés!

¿No estaba asustado?

No, al principio todo eran juegos: usábamos las granadas para cascar avellanas, las bombas como almohada... Luego ya vendrían la sed, el cansancio, el miedo... y las lentejas.

¿Por que menciona las lentejas?

Es lo único que comíamos, con piedras y gusanos. Nos descomponí­an. Salían como entraban: yo veía las deposicion­es aquí y allá...

Esta imagen es muy poco épica...

Es la verdad. Mi amigo Ton, de la panadería, sí era guerrero. En Los Auts le rogué esconderno­s, o nos mataban... y él clamaba: “¡Qué vengan los fascistas, que me los cargo!”.

¿A quién más recuerda de su guerra?

El sargento Flores me salvó la piel en mi primera guardia nocturna: “¡Vallès, despierta: viene el comisario, te fusila!”. Me dormí. Vi fusilar a tres soldados por dormirse. Y también recuerdo al maestro armero Fidel, muy simpático: me llamaba “catalino”...

¿En aquella armería bajo la higuera monumental?

Si, si, yo estaba siempre ahí. A veces pasaba por encima La Chivata: el avión fascista de reconocimi­ento...

Para saber dónde bombardear, ¿no?

Un día vino uno con un fusil ametrallad­or, diciendo: “el teniente Morán lo quiere a punto para esta noche, ¡díselo a Fidel!”.

¿No estaba Fidel en ese momento?

No ese día, así que salí en su busca. A mi regreso, la inmensa higuera... ¡había desapareci­do! Una bomba la volatilizó. Fue un milagro que yo no estuviese allí: Dios me salvó.

Para contarlo ahora, 81 años después.

En la retirada fui herido en la rodilla. Estuve en el hospital de la plaza Castilla de Barcelona. Un día un médico dijo: “Los que podáis caminar, ¡largaos!”. Salí a la calle... y ¡otro milagro!: me topo con Isidre Tutusaus.

¿Quien?

Un primo mío de El Vendrell. Era requeté, estaban entrando en Barcelona. ¡Cómo nos abrazamos! Luego él me libró del penal. Cumplí mis siete añitos de mili... y a casa.

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VÍCTOR-M. AMELA

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