La Vanguardia

Los abrazos rotos

- Sandra Barneda

No he dejado de soñar con el abrazo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias del pasado martes, después de la rueda de prensa conjunta que anunciaba un preacuerdo entre PSOE y Unidas Podemos para el primer gobierno de coalición en España. La política está llena de símbolos y, después de guerrear, más que palabras valía un gesto.

Iglesias y Sánchez lo hicieron día y medio después de los resultados electorale­s con la sombra de la extrema derecha al acecho. Esa imagen, retenida en la memoria de muchos, nos conecta con otros abrazos del pasado, como los de González y Guerra, Rajoy y Aznar, o Mas y Duran Lleida, que se rompieron para no volver nunca más. Pero, con la mirada en el pasado, valieron todos ellos para marcar una época.

Después de cuatro elecciones, Iglesias y Sánchez muestran su voluntad de abrir un nuevo escenario en nuestra política: una coalición de izquierdas, aunque les haya costado tener que hacerlo en minoría por error de cálculos y demasiada soberbia. Es momento, como lo fue antes, de ver las uniones y no las diferencia­s. De pensar en la ciudadanía y no en la longitud de los despachos. De proteger y defender los derechos. Eso debiera ser la política, aunque nos empeñemos en seguir las directrice­s de Maquiavelo. Por eso, dejando de lado los memes, a cual más divertido, el abrazo de Sánchez e Iglesias abre con voluntad un nuevo camino que se prevé pantanoso. Auguro una voluntad de formar gobierno antes de que termine el año, pero el verdadero reto será lograr la aprobación de los presupuest­os. Nada fácil. De no lograrlo se complicarí­an las cosas para la gobernabil­idad y los deseos progresist­as. Seguir con los diseñados por Rajoy les condenaría una vez más. Espero que sus cálculos, esta vez, no fallen y logren el equilibrio malabarist­a necesario para aprobarlos. Aunque antes de llegar a ese capítulo será mejor sellar el pacto, con firmas y nuevos abrazos.

La emoción no desbanca a la razón y menos en política, donde el corazón se tiñe siempre de azul, por la frialdad de maniobras y sonadas traiciones. Quedan horas de despacho, de negociacio­nes intensas y estrategia­s conjuntas, porque ahora es tiempo de unirse y lograr la estabilida­d pospuesta por excesivos egos políticos. La política tampoco perdona el exceso y, si no, que se lo cuenten a Albert Rivera. No queriendo hacer leña del árbol caído, sólo sirva su ejemplo para navegar al rumbo deseado por todos y no por el capitán.

Hay mucho en juego, y se ha jugado demasiado a lo que no tocaba: con abrazos y sin ellos.

Es momento de pensar

en la ciudadanía y no en la longitud de los despachos

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