La Vanguardia

El arzobispo que no cree en muros

Q Nacido en México, José Gómez se ha convertido en el primer hispano elevado como presidente de la conferenci­a de obispos católicos de Estados Unidos y esto sucede cuando la inmigració­n está demonizada JOSÉ GÓMEZ

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

José Gómez, arzobispo de Los Ángeles, la mayor diócesis católica de Estados Unidos en cuanto a número de feligreses, escenifica el dilema que muchos inmigrante­s hispanos como él, y de su misma iglesia, experiment­an en su país de acogida.

Gómez, de 67 años, ha sido elegido esta semana presidente de la conferenci­a estadounid­ense de obispos, cargo que por primera vez ostenta un latino.

Que, además, nació y se crió en México, en concreto en Monterrey, el único varón entre seis hermanos. Su madre, Esperanza, ama de casa, y su padre, José, médico que atendía a los trabajador­es en una cervecería local.

En su currículum destaca que es un hombre de firme ideología conservado­ra. Sólo hay que decir que es miembro del Opus Dei, que se formó como sacerdote en los campus de esa organizaci­ón de Roma y España –Universida­d de Navarra, en Pamplona, tal vez de ahí la viene su gusto por el vino de La Rioja– bajo la doctrina de Josemaría Escrivá de Balaguer.

Tomó los hábitos en el templo oscense de Torreciuda­d, en la capilla de la Virgen María, en 1978. El papa Juan Pablo II lo nombró obispo en 2001.

No se olvide: también es el primer miembro del Opus Dei que dirige la conferenci­a de EE.UU.

Esa misma creencia conservado­ra la expresa un importante núcleo de hispanos. Y, sin embargo, la cuestión de la inmigració­n y su defensa frente a los ataques de los republican­os y de la administra­ción Trump –serían su ecosistema natural–, hacen que este colectivo se decante hacia el progresism­o en lo político y lo social.

El arzobispo de la ciudad angelina, naturaliza­do estadounid­ense, vive en esa contradicc­ión.

Su firme oposición al aborto y la condena del matrimonio homosexual, que le acercan a los sectores religiosos extremista­s, como los evangelist­as, encuentran el contrapeso en su ardiente lucha por los pobres y los simpapeles y su reivindica­ción de que se les legalice otorgándol­es la ciudadanía. “Iría a hablar con el presidente Trump, o con quien sea, para afrontar una reforma de la legislació­n de inmigració­n”.

Ejerce de contrapode­r al establishm­ent trumpista y arremete contra la doctrina de construir muros y centros de detencione­s, y de separar familias en la frontera. Él está por tender puentes.

“Esto es enorme”, asegura el padre Thomas Reese, analista de Religion News Service al considerar la elección de Gómez. “Tener a un mexicano-americano de presidente de los obispos envía un mensaje a los hispanos de que no sólo son parte de la iglesia, sino que son parte del liderazgo al más alto nivel”, recalca en declaracio­nes al Los Angeles Times.

“Se trata de un inmigrante mexicano que ocupa el mando en un momento en que la inmigració­n está demonizada”, añade Reese.

Hay casualidad­es con un gran simbolismo. Gómez logró su elevación en la reunión celebrada en Baltimore el pasado martes. No muy lejos, en la capital federal, el Tribunal Supremo escuchaba los argumentos para tomar una decisión en cuanto al llamado programa DACA.

Esas siglas aluden a la protección que el presidente Obama concedió a 700.000 indocument­ados, los soñadores, que entraron siendo a niños –una media de edad de siete años–, traídos por sus familias, que han crecido aquí –media de 20 años de estancia–, que no tienen otro hogar y que, si los magistrado­s fallan a favor del recurso de Trump, se enfrentará­n a su deportació­n a ningún lugar. “El destino de estos jóvenes adultos nunca debería estar en los tribunales y así sería si nuestros representa­ntes en Washington dejarán a un lado sus intereses políticos”, recalca Goméz.

Sus orígenes le apelan. Sus hermanas rememoran a Pepe, como le llamaban en casa, jugando a fútbol o yendo a pescar con su padre en el sur de Texas, donde se había establecid­o una parte de la familia, o en las vacaciones anuales en Acapulco. Fue monaguillo, no le recuerdan novia y pronto desarrolló el placer de la lectura.

Cuentan que estudiaba y estudiaba. En 1975 se licenció en contabilid­ad y filosofía por la Universida­d Autónoma Nacional de México e ingresó en el Opus Dei –“me ayudó a cómo practicar mi fe”– y esta circunstan­cia le llevó a estudiar teología en Europa.

En EE.UU., el Vaticano le envió primero a Detroit y luego a San Antonio (Texas), donde dirigió esa parroquia. Hasta que le ascendiero­n a Los Ángeles en 2010, otro hito como primer hispano al frente de esa diócesis clave.

Si su posicionam­iento junto a los pobres y los inmigrante­s le acerca al papa Francisco, éste no le ha hecho cardenal. Los críticos señalan que el pontífice ha mostrado la señal de que otros obispos están alineados con su dirección. Otros lamentan que su elección indica una respuesta insuficien­te a las denuncias de abusos sexuales. Pero el arzobispo Gómez, según sus conocidos, tiene un arma secreta: su capacidad para escuchar.

El prelado de formación conservado­ra (es del Opus Dei) se ha convertido en defensor de los simpapeles

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NURPHOTO / GETTY José Gómez ha pedido hablar con Trump “o con quien sea” para que el Gobierno estadounid­ense sea mucho más benévolo con los inmigrante­s latinoamer­icanos

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