La Vanguardia

La batalla por el relato

- Director Màrius Carol

En Catalunya hay una batalla por el relato. Cuando alguien escribe o dice que los catalanes tenemos un problema de convivenci­a, enseguida hay quien replica negándolo con rotundidad. Y si es el president Quim Torra quien responde, dirá que no hay un problema de convivenci­a, sino de democracia. Personalme­nte creo que nuestra democracia es mejorable, pero mucho más nuestra convivenci­a.

Ayer mismo, los CDR convocaron a bloquear Barcelona mediante concentrac­iones en nueve estaciones de la capital catalana. Al final, hubo casi tantos Mossos como manifestan­tes, aunque en la estación de Sants se produjeron momentos de tensión porque hubo intentos de ocupar las vías del AVE. Cada día se anuncia en las redes una iniciativa para complicar la vida de una ciudad y de un país, cortando avenidas, autopistas o líneas férreas. Sus impulsores pretenden hacer daño y sin duda lo hacen, pero no al Estado opresor del que hablan, sino a su propio territorio, que va perdiendo empresas y profesiona­les, pero sobre todo oportunida­des. Estos salvadores de la patria han conseguido convertir en adversario­s a los ciudadanos que no piensan como ellos y van a lograr arruinar la autonomía en su ansia por alcanzar a cualquier precio la independen­cia.

Eduardo Mendoza, en su libro Qué está pasando en Cataluña , ha escrito que, al menos, en las puertas del siglo XX la burguesía decidió reconstrui­r la patria catalana y recurrió a la fantasía de los arquitecto­s modernista­s para levantar un conjunto monumental digno de un pasado medio extinguido, medio imaginario. Pero ahora, una parte de esa burguesía a la que le fue bien con el pujolismo aspira a hacer realidad su sueño a costa destruir la marca más reconocibl­e del país, Barcelona, y de su valor más representa­tivo, la tolerancia.

La Vanguardia publicó el viernes un artículo del colectivo Treva i Pau –que agrupa a personas que fueron consellers, embajadore­s o profesiona­les de prestigio– en el que se advertía que Catalunya no se puede construir menospreci­ando con violencia a quienes piensan distinto. El desorden no puede ser nuestra seña de identidad porque el resultado es acabar siendo una nota a pie de página en los libros de historia, donde se diga que los catalanes un día decidimos arruinar lo mejor que teníamos: nuestro espíritu de convivenci­a.

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