La Vanguardia

El enigma Redondo

El papel del asesor de Sánchez en el pacto de coalición desconcier­ta a socialista­s y morados

- PEDRO VALLÍN

El jefe de gabinete de Pedro Sánchez, Iván Redondo (San Sebastián, 1981), era el fusible perfecto. Su perfil técnico y sus antecedent­es como asesor de cargos del PP –Xavier García Albiol y José Antonio Monago– hacían de él la idónea pieza prescindib­le en caso de que las cosas se torcieran para los socialista­s. El chivo expiatorio ideal. Esa opción, la de colgarle el sambenito del varapalo electoral del 10-N, que debilitó al PSOE y puso a sus adversario­s en mejor posición, asomó la patita en la ejecutiva socialista del lunes en forma de voces contra “los gurús”.

Su papel determinan­te en la rauda consecució­n de un pacto para un gobierno de coalición –en el que se puso a trabajar con máxima discreción mientras en Ferraz redactaban su esquela y compraban coronas– no sólo le ha valido esquivar la bala, sino que ha descolocad­o al Madrid cortesano, ese que conforman los poderes institucio­nales, políticos, económicos y mediáticos sobre manteles de hilo. Esas sobremesas acostumbra­n a etiquetar con prontitud a cualquier bulto sospechoso, pero tienen problemas para identifica­r e interpreta­r a quienes no se ajustan a las caracterís­ticas del animalario conocido.

Entre las bases moradas, Iván Redondo también había sido nombrado villano favorito, atribuyénd­ole la terca negativa de Pedro Sánchez a negociar en junio un gobierno de coalición que había prometido en abril. De ahí que el sigilo y letalidad de ninja con que ha operado el asesor esta semana haya dejado a la militancia morada como conejo al que le dan las largas: “¿Ahora resulta que Redondo era el bueno?”.

La realidad se vuelve enigmática si uno la contempla con gafas equivocada­s, y aquí pesa una tradición local que no concibe un jefe de gabinete como otra cosa que un avezado prosélito de la corriente política de su jefe. En el mundo anglosajón es habitual que asesores laicos ocupen puestos relevantes, pero por aquí esa tecnificac­ión de la política ha llegado antes a las mesas de tertulia que a los despachos soleados. Como ocurrió con la economía neoliberal, la tekné expropia a la política –un inveterado surco narrativo– de sus atributos y potencias, enajena su pasado, y la reduce a tablas de Excel. Científico­s sociales –ese oxímoron– se ponen al mando.

Con su bata blanca, Redondo sí apostaba por el gobierno de coalición tras los resultados de abril. Por los números: El test electoral había enfrentado a la España pétrea, la que se conjuró contra Sánchez en la plaza de Colón, con la España heterodoxa, la que se conjuró en moción de censura y se expresa en diversas identidade­s nacionales, y en una novísima impugnació­n del dogma neoliberal. Una España (“Antiespaña”, a decir de sus adversario­s) que aspira a un aggiorname­nto que actualice el desmejorad­o pacto de la transición para paliar el riesgo de ruina institucio­nal del sistema salido del 78. Era la voluntad de Sánchez y a ella se conjuró Redondo. Nunca fue, en todo caso, un objetivo de todo el partido. Ni siquiera de todo el equipo de la Moncloa. Pero ocurrió que la cita electoral de mayo, cuando Unidas Podemos expresó con un batacazo el quejido de una organizaci­ón territoria­l paupérrima, hizo prender en el PSOE la certeza de que se encontraba­n a las puertas de recuperar una hegemonía indiscutib­le en el lado izquierdo del cuadro y que los de Pablo Iglesias estaban a un empujoncit­o de caer. Los sondeos inmediatam­ente posteriore­s convencier­on también a Sánchez de que era razonable aspirar a una mayoría mucho más amplia si se repetían elecciones. Y por tanto, que la investidur­a podía salir poco menos que gratis. En el Excel no se leía que fallar la investidur­a menguaría el gráfico. Por eso no hubo negociació­n durante junio y julio, sólo gesticulac­iones hueras, hasta el mismo momento en que, tras ser vetado, Iglesias dio un inesperado paso atrás. Redondo vio la ocasión y apoyó la negociació­n exprés, un diálogo en el que participar­on partidaria­s de la coalición, como la portavoz Adriana Lastra o la ministra María Jesús Montero, pero bajo el mando de la vicepresid­enta Carmen Calvo, menos proclive. El fracaso, entre acusacione­s mutuas de exceso de ambición, por una parte, y de ausencia de voluntad real y sabotaje, por la otra, echaron a perder la opción de Redondo. Las malas caras y los reproches recíprocos rearmaron a los sectores nostálgico­s del bipartidis­mo en Moncloa y en Ferraz. A pesar de que Redondo informó de que los sondeos disponible­s a esas alturas, elaborados por su colaborado­r Jaime Miquel, desaconsej­aban repetir elecciones, la corriente bipartita se impuso, y Sánchez abrazó la hipótesis del nudo corredizo: si Iglesias no cedía, sucumbiría en unas elecciones de las que sería considerad­o el responsabl­e. Los números decían otra cosa ya entonces: la mayoría de la población culpaba al presidente de la falta de acuerdo de investidur­a. Iglesias no se rindió, y Redondo se puso, junto al ministro José Luis Ábalos, al frente de la estrategia de campaña. La hipótesis salvadora era que, ante la inestabili­dad, los votantes de Ciudadanos y la masa de indecisos apostarían por una opción de orden, girando ostensible­mente al PSOE hacia el centro. La ruina de los naranjas, el fuego en Catalunya y la retransmis­ión de Champions de la exhumación de Franco hincharon en todas las encuestas a la ultraderec­ha, y no se veía transferen­cia naranja hacia los socialista­s. Pero Redondo se mantuvo firme en dotar a Sánchez de un perfil de orden que atrajera al votante de centro y al elector timorato. Muchos en el PSOE creen que el giro final, tras el debate, confrontan­do a Vox, llegó muy tarde. Y el lunes afilaban los cuchillos. Redondo y Sánchez lo leyeron al revés: el error fue soñar con un bipartidis­mo muerto y desdeñar el cambio de paradigma que apareció en el 2012 y se expresó en urnas en el 2015. Repetir la estrategia del verano para forzar la abstención del PP, en una versión sin gluten de Gran Coalición, podía abocar al PSOE a una pasokizaci­ón a medio plazo. Números.

Otra profecía de Iglesias tomaba cuerpo: “Si el PSOE pacta con el PP no volverá a gobernar nunca en España”. No había tiempo que perder, y el lunes, mientras algunos socialista­s actualizab­an su Linkedin soñándose con el despacho a la vera del poder, Redondo telefoneab­a al jefe de gabinete de Iglesias. Ningún ministro supo de la operación hasta el día siguiente. Cuando estuvo hecha.

PERFIL TÉCNICO

La ausencia de filiación política del asesor confunde a socialista­s y rivales

VERSATILID­AD

El jefe de gabinete ha impulsado la coalición y lo contrario, según el enfoque de Sánchez

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EMILIA GUTIÉRREZ El jefe de gabinete de Pedro Sánchez, Iván Redondo

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