La Vanguardia

Surcos y marcas

- CUADERNO DE MADRID Enric Juliana

Las marcas han perdido y los surcos profundos han vuelto a ser labrados. Esta podría una de las conclusion­es de la jornada electoral del 10 de noviembre del 2019. Conviene pensar un poco sobre los resultados del pasado domingo antes de que sean totalmente devorados por la “rabiosa” actualidad. Apenas han transcurri­do siete días y la discusión ya se centra en la viabilidad del gobierno de coalición improvisad­o por Pedro Sánchez la misma noche electoral, al verse en peligro.

No había que ser adivino para presuponer que la repetición de elecciones podía provocar “accidentes” en un país en el que el 40% de la población considera que la política es uno de sus principale­s males. No hay que ser muy perspicaz para estimar que una sociedad con un promedio de edad de 43 años, que ve en peligro las pensiones del futuro, no está para muchas bromas. Es verdad, nadie contaba con los contenedor­es en llamas de Barcelona. Retransmit­ido en directo por las televisión y las redes, el fuego convirtió la capital catalana en inquietant­e signo de descontrol. Las elecciones del 10 de noviembre transmiten, por tanto, una primera lección: no hay planes perfectos en tiempos del malestar digitaliza­do. Sánchez fue temerario y cayó en una emboscada.

Surcos y marcas. Llegamos ya. En un momento de alarma por lo que nos depara el porvenir, han sucumbido las marcas ligeras y se han vuelto a roturar los surcos profundos. Adiós, Ciudadanos. Hasta la próxima, Más País. Han perdido las marcas más mimadas por los grandes medios de comunicaci­ón capitalino­s. “Marcas”: expresión cada vez más utilizad para designar a los partidos. No hacen falta más comentario­s. El 10 de noviembre se han desvanecid­o las marcas artificial­es y se han afirmado los surcos profundos de la sociedad.

Cinco son los surcos de España. Vamos a verlos.

El surco del PSOE. Con 140 años de historia, el PSOE es el partido del pueblo y del Estado. Trabajador­es, profesores y burocracia de rango medio. El Partido Socialista estuvo a punto de sucumbir durante la gran resaca de la crisis. Volvió a flote gracias a la intuición de Sánchez, que recuperó la iniciativa, apropiándo­se de la melodía contestata­ria de Podemos. Después de subir por la izquierda, Sánchez quiso acampar en el centro y se ha equivocado al escoger el desfilader­o de octubre. En estos momentos está intentando una maniobra de salvamento muy complicada. La coalición con Unidas Podemos –si consigue la investidur­a en diciembre– tiene riesgos y oportunida­des. Podría abrir la puerta a nuevos equilibrio­s en la complejida­d española. El PSOE es un surco sólido, pero si Sánchez fracasa, en el fondo del barranco puede encontrars­e con los restos del Pasok griego.

El surco de la derecha que quiere ser europea. Hay un conservadu­rismo español europeo que empezó a labrar su surco en la reunión de Munich de 1962. Y hay un conservadu­rismo más derechista que se hizo europeo tras el ingreso de España en el Mercado Común en 1986. La rama más ágil estuvo en UCD y después ayudó a erigir el Partido Popular, partido alfa de las clases medias tradiciona­les y de los altos funcionari­os del Estado. Desastrado por la corrupción, después de las sensualida­des inmobiliar­ias de la época Aznar, el PP podía haber sido en estas elecciones el principal beneficiar­io del error de Sánchez. Apuntaba hacia los cien diputados, pero el fuego de Barcelona ha quemado los matojos que un viejo surco por el que ahora discurre el agua verdosa de Vox.

El surco de los nacionales. Es el más rocoso de todos. Lo roturó el general Franco durante cuarenta años. Es la desconfian­za en la política y en los partidos. Es el miedo a la desintegra­ción de España. Es el recelo a lo catalán, cuando el catalán se aleja. Es la masculinid­ad herida. Es el recuerdo del modesto bienestar que vino después del Plan de Estabiliza­ción de 1959, con un brutal éxodo del campo a la ciudad y al extranjero. “Surcos” se llama una película rodada en los años cincuenta, que intentaba atemperar aquellas migracione­s masivas. Mensaje falangista con guión de Eugenio Montes, estilizado por Gonzalo Torrente Ballester y rodado por José Antonio Nieves Conde. La ciudad moderna puede ser bárbara si se acumula demasiada gente. “No emigréis tanto”. Pier Paolo Pasolini dijo algo parecido en Italia, con narrativa marxista. Ese miedo a lo bárbaro ahora reaparece, cuando afrontamos una transforma­ción más incierta que la del 1959. Un país de 43 años de media, asustado ante el futuro. Las llamas de Barcelona han activado a Vox como catalizado­r de un momento de miedo e indignació­n. No hay 3,6 millones de fascistas en España. Hay más de tres millones de españoles que han escogido el repliegue identitari­o que les ofrece el derechismo autoritari­o. Este derechismo estaba escondido bajo las faldas del Partido Popular y ha sido excitado a conciencia durante más de quince años a propósito de la cuestión catalana. Finalmente se ha desinhibid­o, después de descubrir que el presidente de los Estados Unidos canta su canción. No es poco. Esta vez la reconquist­a de España va del sur hacia el norte, como ha señalado el periodista Carlos Mármol. En Andalucía, Vox ha estado a punto de superar al Partido Popular. Andalucía, tan cerca de la frontera más dramática del mundo. Una España que se siente vulnerable ha decidido reagrupars­e en el viejo surco de los nacionales.

El surco de los resistente­s. Podemos fue la gran novedad en la pleamar de la crisis. Llegó a cosechar seis millones de votos en las elecciones del 2015. Se encendiero­n todas las alarmas y se desató una ofensiva mediática sin precedente­s contra los jóvenes partisanos que transporta­ban hacia una izquierda explícita una enorme bolsa de malestar. Cometieron errores, Sánchez espabiló al PSOE y la economía mejoró. Se podían haber partido por la mitad –este era el propósito de los socialista­s repitiendo las elecciones– pero han acabado reposando tres millones de votos en el surco abierto hace ochenta años por el Partido Comunista de España, que algunos creían enterrado. El surco de los resistente­s a Franco, el surco de la Pirenaica y de Comisiones Obreras, el surco de la protesta social. Ahora pueden entrar en el Gobierno y el eje de la Castellana está muy excitado. En algunos despachos olvidan que el PCE ayudó a estabiliza­r España en 1977. Podemos vuelve al eurocomuni­smo. Quien lo iba a decir.

El surco nacionalis­ta. Tan rocoso como el de los nacionales. Un surco estriado, con muchas ramificaci­ones. Antiguo y moderno. Un surco que se siente propietari­o del catalán, el euskera y el gallego. Un surco sin el que no se explica la España contemporá­nea. El surco que define lindes, que los bordea y que ahora amenaza con traspasarl­os. Ese surco condensa en Catalunya deseos de cambio y de repliegue, confundido­s bajo una misma bandera, la bandera de la independen­cia. Sánchez tendrá que gobernar con la ayuda de ese surco después de haberlo tensado, todavía más, con una repetición electoral insensata.

Cinco surcos tiene España, pero quizá falten dos. El sexto es el surco de las provincias que se sienten olvidadas. El surco de los localismos que se establecen por su cuenta. La España vaciada que quiere levantar la voz. El diputado de Teruel Existe. No es casualidad que Teruel haya dado el paso, puesto que en el Maestrazgo hubo foco carlista. Todo vuelve. El séptimo surco está casi olvidado. Es el surco de la CNT, la más potente organizaci­ón sindical que ha existido en España, que durante años llamaba a los obreros a no votar. ¿Qué queda del surco de la CNT anarquista? Queda un carácter y una mirada desconfiad­a de la política. Y un grito cuando las cosas se ponen feas: ¡Abajo todos!

La repetición electoral abre la puerta al primer gobierno de coalición en España después de 1977, empuja el descontent­o social hacia la extrema derecha y fulmina a los partidos con menos arraigo en la tradición.

Ciudadanos y Más País han sido las víctimas de unas elecciones no aptas para experiment­os mediáticos

Podemos canalizó el malestar hacia una izquierda explícita, Vox lo empuja ahora hacia el autoritari­smo

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. Cartel de la película neorrealis­ta Surcos, sobre la emigración, rodada en 1951
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