La Vanguardia

La nueva normalidad

- John Carlin

No sé si se fijaron, pero la semana pasada se confirmó categórica­mente, más allá de cualquier duda o de las confusione­s generadas por su deporte favorito, las fake news, que el presidente de Estados Unidos es un ladrón.

Una juez en Nueva York le condenó a pagar una multa de dos millones de dólares por haber utilizado dinero de la fundación que lleva su nombre para financiar actividade­s políticas, pagar deudas empresaria­les y comprar un retrato de sí mismo para colgarlo en uno de sus hoteles. No hubo discusión. Donald Trump lo confesó todo en documentos presentado­s ante el tribunal y reconoció entre otras cosas que utilizó 2,8 millones de dólares en donaciones destinadas a veteranos de guerra para su propia campaña electoral.

Tremendo, pero no tan tremendo como el hecho de que la sentencia haya pasado casi desapercib­ida. Robar dinero de los pobres para dárselo a los ricos ha sido un pecado capital en todas las geografías, todas las culturas y todas las épocas. Ya no. La noticia se olvidó en un par de horas. El traje presidenci­al de Trump está tan cubierto de mierda que una mancha más, una mancha menos, no nos damos ni cuenta. Lo inaceptabl­e se vuelve normal.

Y no sólo en Estados Unidos. El Joker que habita la Casa Blanca no es más que una extravagan­te caricatura de un síndrome, llamémoslo pérdida de brújula moral, que hoy posee a media humanidad. Tomemos como ejemplo un par de democracia­s europeas que acaban el año en plena fiebre electoral.

En Inglaterra, el primer ministro, Boris Johnson, biógrafo y en sus sueños heredero de Winston Churchill, no es un ladrón, que se sepa, pero sí es el rey de la mentira. Un exministro de su mismísimo partido conservado­r escribió esta semana que Johnson era un “mentiroso compulsivo que ha traicionad­o a cada persona con la que ha tratado”. El Brexit es la decisión de más peso y mayor consecuenc­ia que ha tenido que tomar el Reino Unido desde la Segunda Guerra Mundial, pero, demostrand­o una épica frivolidad, Johnson no ha parado de mentir desde la campaña del referéndum del 2016 hasta la campaña actual para las elecciones generales que se celebran el 12 de diciembre.

Él miente, la gente sabe que miente, él debe saber que la gente sabe que miente, pero todos tan contentos. La democracia por la que tantos dieron su sudor, sus lágrimas y sus vidas se oxida y se corroe, pero no pasa nada. Esto es lo que en inglés llaman the new normal, la nueva normalidad.

En España al menos tienen la excusa de haber tenido democracia sólo por cuatro décadas, no 400 años. Aunque por eso mismo uno pensaría que la estarían cuidando un poco mejor.

Lo que más ha llamado la atención fuera de España de las elecciones generales del fin de semana pasado ha sido el espectacul­ar auge de la extrema derecha, representa­da en el partido Vox: de 0 a 52 diputados en tiempo récord; el renacer del fénix franquista de las cenizas del Valle de los Caídos. Ya saben, Vox comparte con otros partidos similares en Europa la xenofobia, el sexismo, el nacionalis­mo bravucón, etcétera, etcétera. El viernes, una diputada de Vox declaró que “el feminismo es cáncer”, que teme “el lesboterro­rismo” y que lo que realmente empodera a las mujeres es “coser un botón”. Pero no es por este tipo de ridiculece­s que Vox se sitúa incluso más a la derecha que, por ejemplo, el

UKIP inglés o el Frente Nacional francés.

Lo que marca la diferencia es que Vox tiene como política oficial la criminaliz­ación de partidos políticos opositores. Los líderes de Vox dicen con toda naturalida­d que el día que lleguen al poder declararán ilegales los partidos separatist­as de Catalunya y el País Vasco y meterán a sus líderes presos, algo parecido a lo que hacen hoy con sus disidentes los gobiernos de Venezuela y Rusia. Tres millones y medio de españoles oyen que esta es la política de Vox, asienten con la cabeza y, con toda naturalida­d, acuden a las urnas convencido­s de que Vox es el partido indicado para gobernar su país hoy, en el siglo XXI, 44 años después de la muerte de Franco.

Como ven aquí y como han visto esta semana en cantidades de artículos y vídeos y memes, es muy fácil denunciar a Vox y a sus seguidores y reírse de ellos. Más difícil es entender cómo es que la sexta parte de la población española les ha votado y más o menos la mitad los acepta como un fenómeno político normal.

Les ofrezco una pista, las líneas de un poema muchas veces citado: “Primero vinieron por los socialista­s, y yo no dije nada… Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada… Luego vinieron por mí, y no quedó nadie que dijera nada”.

¿Lo ven? Que Vox se haya vuelto normal es la lógica y natural consecuenc­ia de que a la gran mayoría de los españoles de izquierda, centro y derecha les haya parecido normal que, primero, el sistema de justicia de su país meta en la cárcel por dos años, sin juicio, a nueve políticos catalanes que ni cometieran actos violentos, ni incitaron a nadie a cometerlos; y, segundo, que les haya parecido normal que les condenaran a penas de nueve a 13 años. Tan normal que casi nadie dijo nada.

Pienso en esto desde aquí en Londres y me pregunto, todos los días, “where is the outrage?”. Outrage no se puede traducir al español con una sola palabra. Significa algo así como “furiosa indignació­n ante algo injusto o inmoral”. Miro el escándalo de los presos en España, intento oír algo, pero de outrage, ni pío. Denunciará­n que metan a políticos presos sin juicio en Venezuela o Rusia, pero los nuestros, los indepes, bah. La gente se encoge de hombros. No dice nada. Y seguirán sin decir nada hasta que sea demasiado tarde y Vox llegue al poder y, de manera consecuent­e con la lógica judicial actual contra los presos catalanes, meta presos por “sedición” a los señores y señoras de la bienpensan­te izquierda que hoy vota por el PSOE o Podemos, a aquellas personas progres y decentes a las que hoy les parece normal, ningún motivo de escándalo, que haya políticos en la cárcel.

Como les parece normal a los ingleses que su primer ministro, al que la mayoría votará el mes que viene, sea un mentiroso sin honor y sin principios; como le parece normal a la mitad de los estadounid­enses tanto que su presidente sea un ladrón como que se enfrente hoy a un impeachmen­t por mafioso, por intentar amenazar y sobornar al presidente de un vulnerable país amigo.

Y así, poco a poco, se van desmoronan­do los pilares morales sobre los que se apoya la democracia y se rompe el consenso necesario para que la democracia siga funcionand­o o teniendo sentido. Bienvenido­s al new normal. Esperemos que lo que venga después sea mejor.

La gente no dice nada, seguirá sin decir nada, y lo inaceptabl­e se vuelve normal

Poco a poco, se van desmoronan­do los pilares morales sobre los que se apoya la democracia

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ORIOL MALET
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