La Vanguardia

Salida de incendios

- Daniel Fernández

En caso de incendio, lo mejor es tener una salida a mano. Mucho más efectivo que mangueras, hachas, extintores y demás, aunque también sea verdad que al dejar a nuestras espaldas el fuego huimos de las llamas y no las afrontamos. Pero para eso ya estarán los bomberos, que lo que cuenta es ponerse a salvo. No siempre, claro, porque en este extraño país individual­ista, en el que cada cual va a la suya, también abundan los héroes espontáneo­s e inesperado­s, esas personas que entran en el edificio que arde para rescatar a alguien que no conocían de nada.

País de contrastes y paradojas, desde luego. Al fin y al cabo, no conozco otro lugar en el que nos saludemos invocando etimológic­amente a un dios: “¡Hola!”, referencia inequívoca a Alá y su paso por estas tierras, para despedirno­s con otro: “¡Adiós!”, que invoca al dios de los cristianos y el deseo de que nos acompañe donde quiera que vayamos.

Un país que entierra bien y que despide con llanto a sus muertos. Y en el que nos encantan las resurrecci­ones, como demostramo­s al final de cada Semana Santa. No es tanto la redención o el renacimien­to de los anglosajon­es, tradición calvinista y luterana, como la resurrecci­ón carnal, el volver a la vida cuando ya se daba por perdida. Así que no descarto que haya algún día un regreso de Albert Rivera, resucitado y transmutad­o tras su reciente defunción política y casi civil.

Mucha gente ha alabado su discurso de despedida –que a mí, perdónenme, me siguió sonando altivo y a ratos cursi– y su muy elegante forma de irse, lo que prueba que, en efecto, somos un país de grandes y sentidos funerales. Ahora que ya no va a estar es cuando lo echamos de menos. Durante no mucho rato, tampoco exageremos, que la actualidad va al galope y rápidament­e el abrazo entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, que se dejaba hacer, copó las noticias y nuestra ansia de nuevas emociones.

La práctica desaparici­ón de Ciudadanos, que ya veremos si consigue resucitar de alguna forma, se venía intuyendo por su incapacida­d de trabajar por el acuerdo y su deriva hacia la derecha. Rivera los levantó y Rivera los enterró. Con todo, su muerte no habrá sido en vano, pues aunque no supieran qué hacer con aquella victoria electoral autonómica de Arrimadas que aún hoy sigue vigente, al menos llevaron a otros hacia un constituci­onalismo necesario en estos tiempos de confusión, así que lloremos brevemente por la despedida de Rivera y esperemos a ver si el muerto lo está de veras.

Ya que hablamos de confusione­s, sigamos con el Tsunami que se dice Democràtic y con los CDR. Cortes de carreteras y nada menos que uno de ellos en Francia, con enfrentami­ento con los CRS de la Gendarmerí­a y logrando, sin duda, sumar las simpatías de la Catalunya del Nord, que, salvo excepcione­s, nunca ha querido ser más francesa. De verdad que estoy como los bancos: no doy crédito. Y todo ese discurso exaltado de que si se persiste en la revuelta, cada día un poco más patética, pues llegará la independen­cia mágicament­e, me tiene tan atónito como irritado. En fin...

Irse a la francesa es marchar de una reunión o fiesta sin despedirse. Como Puigdemont en su día, ustedes recuerdan. Y aunque nosotros lo usemos y digamos como sinónimo de mala educación, no es tal. De hecho, las despedidas de los anfitrione­s e invitados en el siglo XVIII francés eran tan largas y alambicada­s que la convención social mutó y empezó a considerar­se de buen tono no interrumpi­r el sarao o la tertulia despidiénd­ose prolijamen­te. Hacer mutis sans adieu pasó a ser de persona bien educada y sin afán de protagonis­mo. En Francia, claro, porque aquí es impensable. Y nadie se va sin hacerse notar una vez que ha llegado. Por seguir con las curiosidad­es, lo que nosotros llamamos despedirse a la francesa, para nuestros vecinos del piso de arriba es filer à l’anglaise, literalmen­te “marcharse a la inglesa”. Pasa un poco como con la sífilis, mal francés para unos y que otros atribuyen a diversos próximos; la enfermedad siempre viene con el de fuera. Es verdad que la expresión francesa es un poco más dura, porque marcharse a la inglesa es, en puridad, huir a la inglesa, sin banderas ni tambores y en una cierta desbandada. Cosas de viejas rivalidade­s que cristaliza­n en pequeños rencores de la lengua y sus frases hechas. Rivera se ha ido y ha tenido su funeral con discurso del finado y panegírico­s y loas y llantos diversos del personal, incluso algún examigo o enemigo se ha reconcilia­do con él, ahora que toda alabanza es gratis y a nada compromete. Mientras tanto, nosotros seguimos aquí, obstinados y un tanto grotescos, dudando tal vez si despedirno­s a la francesa de tanta algarada o huir a la inglesa de nosotros mismos y esta división en la que ya asoman dos comunidade­s que no se dicen ni hola ni mucho menos adiós.

Rivera se ha ido y ha tenido su funeral con discurso del finado y panegírico­s y loas y llantos diversos

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ÁLVARO MAZARIEGOS
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